Cuando las aguas llegan hasta el alma (2)

Pacientemente esperé al Señor, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor… Aunque afligido yo y necesitado, Jehová pensará en mí. Mi ayuda y mi libertador eres tú; Dios mío, no te tardes. Sal. 4:1-2; 17.

¿Pacientemente? ¿Quién es capaz de esperar así cuando las aguas llegan hasta el alma? ¿Cómo se resiste cuando los sentimientos atraviesan el corazón como espada de dos filos, cuándo la aflicción no da tregua, las emociones encadenan y la tristeza controla todo el ser interior? ¿Qué manual hay que seguir cuando la indignación, la perplejidad y la impotencia nos confrontan con preguntas sin respuesta? ¿Cómo se sale de este laberinto de aflicción y oscuridad con la fe intacta?

Algunas semanas después de la muerte de su esposa, C.S Lewis escribió un libro titulado: “Una pena observada”. En la introducción, Lewis se dice a sí mismo: “Vamos a ver si en medio de tantas emociones encontradas me resulta posible pensar un poco”. Quizás para  aprender a salir de las aguas que anegan el alma necesitemos de manera proactiva enfrentarnos con un modo de pensar distinto: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado. Confiad en Jehová perpetuamente, porque en el Señor está la fortaleza de los siglos… Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. Is. 26:3-4; Fil. 4:8.

Vamos a pensar un poco. Y hagámoslo en serio, con argumentos y preguntas incisivas, de esas que reclaman respuestas convincentes. En medio de las pruebas y  tribulaciones que la vida depara de manera tan inexplicable, provocando tanto dolor de tantos durante tanto tiempo, Dios ¿dónde se ha metido? Cuando somos felices, tan felices que no tenemos la sensación de depender de Dios para nada, funcionamos espiritualmente “con piloto automático”: un poco de oración aquí, un poco de consumo cúltico allá y alguna actividad que nos permita “fichar” como devotos cristianos. En tiempos así, la intervención de Dios en nuestras vidas la interpretamos como si fuese “su obligación”, como si él “nos debiera” cuidado, protección, ayuda y sostén. ¿No es cierto?

Pero piensa en él cuando tu necesidad es desesperada, cuando la corriente anega, cuando cualquier otra ayuda no sirve para nada ¿y con qué te encuentras? A menudo, desde tu percepción personal chocas con una puerta que te cierran en las narices. Con un cerrojazo y unas luces apagadas (“Una pena observada”. C.S. Lewis). No hay nadie, estás solo. ¿Por qué Dios parece alguien tan cercano en nuestras etapas de prosperidad y tranquilidad, y tan ausente y lejano en medio de los infiernos de la existencia? ¿Por qué ante el dolor experimentamos más el silencio de Dios que su presencia llena de gracia y misericordia compasiva?

¿Qué sucede cuando los sentimientos monopolizan, saturan y controlan el corazón, de tal modo que solo podemos interpretar la realidad a través de nuestros estados de ánimo? ¿Podríamos afirmar, entonces, que es correcto, completo y cierto nuestro diagnóstico sobre dónde está Dios y cómo actúa? ¿Es posible que las emociones y los pensamientos que albergamos ante las situaciones límite distorsionen nuestra comprensión de Dios y su manera de proceder? ¿No valdría la pena dudar de nuestras percepciones, antes que dudar de él mismo? ¿No es eso a lo que nos invita la palabra de Dios? Cuando las emociones nos impiden sostenernos, importa dejar que las convicciones lo hagan. Esto es lo que creemos:

“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? … ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?,,, Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,  ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro… ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti”. Rom. 8:32, 35, 37; Is. 49:15.

El Dios Creador siempre nos tiene en la memoria. Estas palabras son el mensaje del Dios eterno que se encarnó en la persona de Jesús: “Aquel Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Jn. 1:14. La versión de la Biblia en inglés The Message (El mensaje) de Eugene Peterson, traduce este verso así: “El Verbo se hizo hombre… y se mudó al vecindario”. ¿A qué clase de vecindario se mudó Jesús? ¿En qué vecindario se hace presente hoy? En el vecindario de Paiporta, Picanya Aldaya, Chiva, Massanassa, Sedaví, Benetússer, Alfafar, Catarroja, Utiel, Requena (…) junto a las víctimas, para consolar a los que lloran, sostener a los  débiles, levantar a los abatidos, acompañar a los dolientes, convivir con los últimos, achicando agua, hundiéndose en el barro, pala en mano, desde abajo, desde cerca y desde dentro del sufrimiento humano, para recordarnos lo que una vez prometió: “Nunca te dejaré, ni te desampararé… Yo estoy contigo todos los días hasta el fin del mundo”. Soli Deo Gloria.