En su obra principal, El origen de las especies, Darwin se refirió a los órganos rudimentarios que presentan tantas especies de animales y plantas, como aquellos “que llevan el sello claro de la inutilidad”. A propósito de tales órganos, escribió: “Los órganos útiles, por muy poco desarrollados que estén, (…) no deben considerarse como rudimentarios. (…) Los órganos rudimentarios, por el contrario, o son inútiles por completo, (…) o casi inútiles”.[1] El naturalista inglés se refería a estructuras que aparentemente no parecen servir para nada, tales como las alas de las aves no voladoras (avestruces, emús, casuarios, etc.) que no las emplean para volar, las mamas de los mamíferos macho o los dientes de la mandíbula superior de los terneros antes de nacer. En su opinión, estos y otros órganos sin función demostraban que su teoría de la evolución era cierta y, en cambio, suponían un inconveniente para la doctrina de la creación. ¿Por qué iba Dios a crear órganos inútiles?
El apartado de su libro, en el que trata acerca de los órganos rudimentarios, lo termina con la siguiente frase: “Según la teoría de la descendencia con modificación, podemos llegar a la conclusión de que la existencia de órganos en estado rudimentario imperfecto e inútil, o completamente abortado, lejos de presentar una extraña dificultad, como sin duda la presentan en la antigua doctrina de la creación, podía hasta haber sido prevista de acuerdo con las teorías que aquí se exponen.”[2] Curiosamente, Darwin pensaba que la degeneración que evidenciaban tales órganos apoyaba su teoría evolucionista, mientras que refutaba la creación de las especies por parte de un Dios creador. Sin embargo, degenerar negativamente no es lo mismo que evolucionar positivamente y lo que requiere la “descendencia con modificación” es precisamente lo segundo, no lo primero. El darwinismo necesita la generación de estructuras nuevas y no la desaparición de las que ya existen.
El apéndice vermiforme humano
Una de tales estructuras vestigiales, que Darwin consideró inútiles, fue el apéndice vermiforme humano. Acerca de él escribió: “En lo que se refiere al tubo digestivo no he hallado en él más que un solo caso rudimentario, a saber, el apéndice vermiforme (…) del intestino, que (…) suele ser extremadamente largo en muchos mamíferos herbívoros inferiores. (…) (
Pero en el hombre) No solamente es inútil del todo, sino que puede también en ciertos casos producir la muerte.”
[3] El naturalista inglés supuso que el apéndice vermiforme de las personas era un resto inútil degenerado, a lo largo de la evolución, a partir del largo intestino de los herbívoros. A ellos les habría resultado útil para deshacer y digerir las largas cadenas de celulosa vegetal, pero a nosotros supuestamente ya no nos serviría para nada.
¿Estaba Darwin en lo cierto? Hoy es posible señalar su error ya que el apéndice humano es una estructura útil, funcional y activa, tal como se ha descubierto recientemente.
En efecto, el apéndice vermiforme (también llamado cecal o vermicular) contiene bacterias que contribuyen a facilitar la actividad del colon y además posee funciones inmunológicas
[4] que ayudan a combatir las infecciones. Algunos investigadores creen que actúa de manera especial en el desarrollo embrionario ya que se han encontrado células endocrinas en los apéndices de fetos de once semanas, que intervienen en el control de los mecanismos biológicos relacionados con la homeostasis o el mantenimiento del equilibrio biológico interno.
[5] Por ejemplo, cuando sufrimos enfermedades infecciosas, como la disentería o el cólera, que alteran el sistema digestivo y provocan diarreas, buena parte de nuestra flora intestinal beneficiosa se elimina. Es entonces cuando el apéndice vermiforme libera las bacterias “buenas” que tiene almacenadas, restableciendo así la actividad normal del sistema digestivo. Por lo tanto, no se trata de un órgano vestigial que sólo tuvo utilidad en nuestro supuesto pasado herbívoro -como aseguraba el darwinismo- sino que es una reserva natural de bacterias beneficiosas para el intestino humano ya que resultan muy útiles a la hora de restaurar la flora intestinal.
Pues bien, a pesar de que esto ya se conoce desde hace dos décadas, todavía sigue apareciendo el apéndice humano como ejemplo demostrativo del darwinismo. Uno de los principales libros de texto de biología que se usan en las universidades españolas continúa incluyendo al apéndice en la lista de vestigios sin función y además concluye con estas frases: “La existencia de vestigios es incoherente con la teoría de la creación especial, que mantiene que un ser sobrenatural diseñó de forma perfecta las especies, cuyas características son inmutables. En su lugar, los vestigios son la prueba de que las características de las especies han ido cambiando con el tiempo.”
[6] ¿Quién mantiene hoy que las especies fueron creadas inmutables? El fijismo de antaño ya no es defendido por nadie.
¿Acaso no pudo Dios crear organismos con la capacidad de cambiar en el tiempo? ¡No es extraño que, gracias a mensajes antiteístas como éste, diseminados por los libros de texto de ciencia, se incremente el ateísmo entre los estudiantes!
Otro conocido biólogo evolucionista de convicción atea, que todavía defiende el argumento de los órganos vestigiales, es el estadounidense Jerry A. Coyne. En su libro
Por qué la teoría de la evolución es verdadera, escribe: “nuestro apéndice es simplemente una reliquia de un órgano de enorme importancia para nuestros antepasados herbívoros, pero que ya carece de valor para nosotros.”
[7] Sin embargo, después de esta declaración que parece reconocer la idea original de Darwin acerca de que los órganos rudimentarios son inútiles o carentes de funcionalidad, pasa inmediatamente a admitir todo lo contrario. Es decir, que
el apéndice puede tener utilidad inmunitaria: “El apéndice contiene retazos de tejido que podrían funcionar como parte del sistema inmunitario. Se ha sugerido también que sirve de refugio para las bacterias beneficiosas del intestino cuando una infección las elimina del resto del sistema digestivo”. La incoherencia de su postura para seguir manteniendo el argumento evolucionista de los órganos vestigiales le lleva a cambiar la definición original de éstos. Si para Darwin las estructuras vestigiales eran completamente inútiles, para él pueden seguir teniendo alguna utilidad. ¡Todo es lícito menos contradecir al señor Darwin!
Si se aceptara esta nueva definición de órgano vestigial que propone Coyne para que significara “cambio de función”, en vez de “falta de función”, entonces -siguiendo el planteamiento evolucionista- el brazo humano sería también vestigial puesto que habría evolucionado a partir de la pata de un mamífero cuadrúpedo. ¿Cuántos órganos podrían ser considerados por tanto como vestigiales? Sin embargo, no es esto lo que habitualmente se entiende por órgano rudimentario o vestigial.
No obstante, en mi opinión, el argumento de que los órganos vestigiales constituyen una evidencia de la evolución no es válido.
Se trata en realidad de estructuras homólogas, es decir, órganos parecidos en su aspecto, posición y desarrollo, pero que poseen funciones diferentes. Darwin se fijó también en los huesos pélvicos de las ballenas y los propuso como estructuras rudimentarias sin función. Sin embargo, en el año 2014, un equipo científico descubrió que tales huesos desempeñan un papel esencial durante la reproducción de estos cetáceos. Los músculos del pene de los machos se unen directamente a la pelvis, proporcionándoles un mayor control de sus órganos reproductivos. Esto significa que tienen una importante utilidad y, por tanto, no son vestigios de supuestos antecesores terrestres de las ballenas.
[8]
Notas
[1] Darwin, Ch. 1980,
El origen de las especies, EDAF, Madrid, p. 449.
[3] Darwin, Ch, 1973,
El origen del hombre, Tomo I, Petronio, Barcelona, p. 29, (Texto entre paréntesis añadido).
[4] F. Smith, William Parker,
Sanet H. Kotzé, Michel Laurin, 2017, Morphological evolution of the mammalian cecum and cecal appendix
, Comptes Rendus Palevol, Volume 16, Issue 1, January-February, Pages 39-57.
https://doi.org/10.1016/j.crpv.2016.06.001
[6] Freeman, S., 2009,
Biología, Pearson Educación, Madrid, p. 486.
[7] Coyne, J. A., 2010,
Por qué la teoría de la evolución es verdadera, Crítica, Barcelona, p. 92.
[8] Matthew D. Dean et al., 2014, Sexual selection targets cetacean pelvic bones,
International Journal of Organic Evolution, Volumen 68, Número 11: 3296–3306.
https://doi.org/10.1111/evo.12516
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