Las estrellas tienen que nacer, producir elementos pesados y luego morir para que estos elementos puedan utilizarse para formar planetas, y luego tienen que pasar unos cuantos miles de millones de años antes de que la vida llegue hasta nosotros.
¿Por qué necesitaba Dios colocar nuestro pequeño planeta en un universo tan grande? ¿No es un desperdicio increíble? Incluso si nuestra galaxia, la Vía Láctea, fuera necesaria, ¿para qué molestarse en hacer miles y miles de millones de otras?
Un rápido repaso a lo que sabemos sobre la historia del universo, demuestra que todas estas galaxias superfluas son, de hecho, necesarias.
Estamos hechos, entre otras cosas, de carbono. ¿De dónde procede?
Retrocedamos en el tiempo tanto como nos permitan nuestros conocimientos. Encontramos lo que se conoce como plasma de quarks y gluones bañando un universo supercaliente y en expansión. Como resultado de esta expansión, el universo se está enfriando, lo que permite que se formen neutrones y protones a partir de estos quarks y gluones.
El universo sigue expandiéndose, la temperatura sigue bajando, pero sigue siendo lo suficientemente alta como para que los protones se fusionen. Y lo hacen formando helio, litio y algunas otras cositas con no más de 4 protones por núcleo. Esto se denomina “nucleosíntesis primordial”.
A medida que la expansión continúa, la temperatura desciende aún más y la fusión pronto deja de ser posible. Hace demasiado frío. La expansión continúa, la temperatura sigue bajando, y llegamos a un momento en que los electrones, que hasta entonces habían estado haciendo de las suyas, son recuperados por los núcleos (todos cargados positivamente). Ahora hace demasiado frío para formar plasma. Por cierto, la luz presente en ese momento se desacopla de la materia y aún puede observarse hoy en día: es la famosa “radiación de fondo de microondas”.
El universo, aún en expansión (eso no cambia), entra entonces en una fase eléctricamente neutra, poblada únicamente por átomos ligeros. La gravedad condensa entonces la materia localmente, formando estrellas. Y es en el corazón de estas estrellas donde puede reanudarse la fusión, utilizando las materias primas disponibles ─esencialmente hidrógeno y helio─para producir carbono, oxígeno, etc.
A estas alturas, estos núcleos “pesados”, es decir, más pesados que el hidrógeno y el helio, permanecen atrapados en las estrellas. Estas estrellas tienen que llegar al final de su vida y explotar, en plan supernova, para que estos elementos se liberen en el universo y entren a su vez en la composición de nuevas estrellas... con planetas a su alrededor. Llegados a este punto, por fin hemos conseguido fabricar planetas que llevan toda la tabla periódica. Dejemos que se cocinen a fuego lento, durante algunos miles de millones de años más, para que aparezca la vida y nazcan bípedos con cerebros capaces de descubrir un borrador de esta historia.
En resumen: empezando por la nucleosíntesis primordial, las estrellas tienen que nacer, producir elementos pesados y luego morir para que estos elementos puedan utilizarse para formar planetas, y luego tienen que pasar unos cuantos miles de millones de años antes de que la vida llegue hasta nosotros. Para entonces, la expansión en curso durante todo este tiempo habrá creado un universo tan vasto como el nuestro.
¿Podemos imaginar una expansión más lenta que dé lugar a un universo más pequeño cuando llegue a nosotros? La verdad es que no. El ritmo de expansión no podría diferir demasiado del nuestro sin dar lugar a un universo no apto para la vida (aquí tocamos el tema del ajuste fino).
¿Podemos imaginar que no hicieran falta miles de millones de años para llegar hasta nosotros, de modo que el universo que observamos sería mucho más pequeño, al no haber tenido tanto tiempo para inflarse? Tampoco. La vida tardó miles de millones de años en llegar hasta nosotros una vez que apareció en la Tierra. ¿Podría haber sucedido más rápido? No creo que lo sepamos. Eso sí, sabemos cuánto tarda una estrella en nacer y morir. En el caso del Sol, por ejemplo, se trata de unos 10.000 millones de años. Eso nos da el orden de magnitud del tiempo mínimo que tardó el universo en llegar a nosotros. Tocan miles de millones de años, con o sin evolución rápida. Total: más pequeño no vale.
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