La fe es saber que Dios proveerá

“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para ir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber adónde iba”. He. 11:8.

Cuando Abraham sale de su tierra en Harán, se embarca en un viaje que nunca ha hecho hacia una tierra que nunca ha visto. Sale, no porque pueda predecir el papel que va a jugar en la historia de la salvación, sino porque escucha, acoge y obedece la palabra del Dios que le ha hablado. No existe ningún programa detallado, no hay ninguna referencia, no se le da ninguna una sola que pueda respaldar su decisión. Sencillamente, sale de su tierra sin saber adónde va. El futuro es Dios. 

Importa recordar que, antes de su encuentro con el Dios verdadero, Abraham pertenecía a un contexto cultural, sociológico y religioso en el que rendía culto a divinidades paganas. Lo que le sucedió al futuro patriarca es que Dios lo invitó a salir de esas creencias para asentarse en la fe verdadera. Un paso enorme y trascendente. Todos sus conceptos previos acerca de los dioses conocidos hasta ese momento quedaron demolidos por completo. Y eso incluía creer en el Dios verdadero aun en medio de la prueba más dura.

“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Gn. 22:1-2.

¿Puede mantenerse la fe en Dios cuando pone las cosas tan imposibles que se encuentran más allá de las posibilidades humanas? ¿Se puede creer en Dios cuando parece cerrar todos los caminos de futuro? ¿Vale la pena seguir confiando en el Señor en momentos en los que, desde la lógica humana, parece estar haciendo todo lo posible para que dejemos de creer en él?

Isaac es el hijo de la larga espera. El hijo recibido de Dios mismo como el mayor don para Abraham. Su única esperanza de futuro. Dios le ha hecho caminar durante buena parte de su vida con la esperanza de hacer de él “Padre de muchedumbres”, patriarca de un pueblo numeroso como las estrellas del mar ¿Cómo es que ahora le cierra el único camino para llegar a serlo?¿Ha dejado de ser Dios la fuente de vida y de futuro para Abraham? El narrador de esta escena deja que el lector se imagine el intenso drama en el interior de la vida de Abraham: Tres días de largo camino hacia el monte con su hijo al lado; un denso silencio; nada que decir, mucho que pensar; un nudo en su corazón. El padre de la fe se enfrenta a un dilema: Ha de escoger entre las promesas de Dios y el Dios de las promesas.

Abrahám sabe por la fe cosas que solo el creyente en circunstancias límite conoce: que se lo debe todo a Dios, también su hijo, el de la promesa, porque le pertenece más a Dios que a él mismo; sabe que debe vivir de la palabra de Dios más que de sus intereses y deseos, aunque sean los más legítimos. Cuando Isaac preguntó “¿Dónde está el cordero para el holocausto?, la respuesta de Abraham fue “Dios se proveerá de cordero para el holocausto? vv. 7-8.

La respuesta de Abraham a la petición de Dios consiste en la entrega completa, más allá de todo cálculo humano. Se le pide que entregue, que sacrifique la esperanza de futuro ante la palabra de Dios. Y Abraham ofrenda su esperanza, confiado en que el Dios eterno proveerá, por medios que solo él conoce, un nuevo camino que le permita recuperarla. El patriarca ha llegado a interiorizar en su propia experiencia que, aunque Dios no le dispensa del vértigo de la existencia, sin embargo, sabe que su voluntad no le llevará a ningún lugar donde su gracia no le pueda sostener (“Drama y Esperanza. Dios, conflicto y promesa” J. Luis Elorza). 

Hay circunstancias en la vida que rompen todos los esquemas previsibles y nos dejan tan desnudos y perplejos, que todo lo que podemos hacer es seguir creyendo aunque no entendamos nada. Porque hay fe allí donde se renuncia a afianzarla por medio de algo visible. Esta es la fe en el verdadero Dios que no es un fetiche, ni un ídolo sordo, ciego y mudo, ni un dios tapagujeros, sino el Dios de las personas y de la historia. Lo que no se ve es, precisamente, lo que reclama andar en la esperanza. Y andar en la esperanza significa confiar en un Dios que actúa más allá de toda lógica humana, transformando, restaurando y reconstruyendo nuestra historia a cada paso, si andamos creyendo en lo humanamente imposible desde el realismo de la vida sabiendo que Dios, a su tiempo, proveerá. Soli Deo Gloria.

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[title]Por un año más[/title]

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