La iglesia en una sociedad divergente

Filipenses 4:8-9

Somos la generación más informada de la historia de la humanidad. Jamás han pasado tantos ciudadanos por la universidad como en la actualidad. ¿De verdad vamos a necesitar inteligencia artificial con tanta inteligencia natural? Después de este subidón de optimismo, miro a mi alrededor ¡y en el espejo! Y descubro otras facetas de la realidad. La gente es incapaz de mantener la atención más allá de unos pocos segundos. Cuando entablamos una conversación, resulta llamativo el lugar central y prioritario que ocupan los mensajes y las llamadas del móvil que acaban abortando todo intento de comunicación interpersonal. Mientras leo un libro, me sorprendo de la cantidad de veces que interrumpo la lectura para comprobar si tengo un mensaje de Twiter, Whatsapp o Instagram.

Lo verdaderamente llamativo es que, en medio de un mundo distraído, cada vez somos más incapaces de dialogar. Sobre cualquier tema, siempre existen dos bandos enfrentados. Los míos son los buenos, los que tienen la razón y la verdad. Los otros, en cambio, son un atajo de imbéciles, están locos y son unos ignorantes. Ya no soportamos la complejidad de la realidad (“Distraídos”. T. Deleval). Hemos reducido las relaciones humanas a twits renunciando a toda argumentación sensata y serena, de tal modo que ante la discrepancia solo nos queda el insulto, la violencia verbal, el rechazo visceral y la descalificación del que piensa distinto. Es lo que tiene vivir, moverse y ser en un mundo digital.

En las redes sociales nos conectamos a cientos o a miles de personas y con el paso del tiempo dejamos de seguir a quienes nos molestan con sus opiniones contrarias a las nuestras. A medida que lo hacemos, la propia inteligencia artificial de estas redes sociales se pone en marcha. Esto hace posible que las cosas que no nos gustan desaparezcan de nuestra vista y se nos sugieran nuevos contactos más afines a nuestro ideario. Al cabo de muy poco tiempo, casi sin darnos cuenta, nos habremos entregado a una máquina de confirmar nuestros pensamientos y nuestra capacidad de pensar. El algoritmo de la red social aprenderá todo sobre nuestros gustos y opiniones y se preocupará por enseñarnos solo aquellos contenidos que nos encajen. El precio es que nuestra capacidad de pensar se verá seriamente afectada, porque allí donde todo el mundo piensa igual, alguien ha dejado de pensar. ¿Podemos valorar las consecuencias de seguir por ese camino? ¿Qué podemos hacer para confrontar estas tendencias que imposibilitan la convivencia y la fraternidad fabricando un mundo divergente? 

“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros. Fil. 4:8-9

¿De qué están cargados nuestros pensamientos? Con frecuencia lo están de pesimismo, desesperanza, crítica, indiferencia, violencia y rechazo. No hay que hacer ningún esfuerzo para que estas cosas aniden en el corazón. Y son ellas, precisamente, las que alimentan lo peor de nosotros porque nos colocan en una espiral de negatividad, retroalimentada por el mundo en el que vivimos y las influencias que de él recibimos. 

Lo que hacemos y, más aún, lo que somos, se gesta en nuestros pensamientos. ¿Qué pasaría si fuésemos capaces de pensar en todo lo verdadero, lo justo, lo puro, lo que es de buen nombre y lo amable? Si funcionásemos así, esa experiencia no permitiría que nuestras vidas fueran estériles, ni nos dejaríamos formatear por lo valores de este mundo, ni nos conformaríamos con ser sumisas ovejas de la manada del pensamiento único, ni seríamos tan insensibles con los criterios de los demás, porque entonces estaríamos encarnando la mente de Cristo aprendiendo a pensar como él pensaba, a sentir como él y a vivir como él vivió. 1 Co. 2:16. Soli Deo Gloria.