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Un monumento para Juanito

Juan Rojas Mayo, Juanito, como lo llamábamos todos, acaba de partir a las mansiones eternas este 16 de agosto de 2024. Tenía 86 años

EL ESCRIBIDOR AUTOR 45/Eugenio_Orellana 24 DE AGOSTO DE 2024 22:00 h

Editorial Caribe[1] se merece un  monumento, pero tanto o más que Caribe, se lo merece un hombre que vendió hasta la camisa para mantenerla viva: Juan Rojas Mayo. Juanito, como lo llamábamos todos, acaba de partir a las mansiones eternas este 16 de agosto de 2024. Tenía 86 años. Bien vividos y bien trabajados en los últimos 86 años de su vida. No. No es un error tipográfico. Lo he consignado así porque desde su Puerto Padre, en la región oriental de Cuba donde nació pasando por el seminario “Los Pinos Nuevos” donde se preparó para el servicio pastoral hasta que cerró los ojos para siempre en el southwest de Miami, Juanito no dejó de hacer su tarea como líder editorial. Sus últimos años no requirieron de él salir de su casa cada mañana para instalarse en su oficina y desde allí seguir haciendo malabares para derrotar las adversidades económicas que lo atacaban por todos lados. Juanito respiraba tinta, letras, páginas, portadas. Sueños y esperanzas de días mejores. Y en los tiempos aciagos, blandiendo la lanza de su ansia visionaria como un moderno quijote, luchaba contra los saldos en rojo que, muy a su pesar, se iban acumulando inexorablemente.[2]



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Supe de Juanito en aquellos tiempos cuando la Misión Latinoamericana daba sus primeros pasos que la llevarían, finalmente, a desaparecer. Juanito, residiendo en Miami, ya ostentaba el título de Presidente. Presidente, administrador, editor, revisor de originales, supervisor de impresiones. Todo ejecutado por él. Un equipo de trabajo, formado por “expertos” no misioneros, y una docena de misioneros del que yo formaba parte, viajamos desde Costa Rica a Miami para sesiones que nos permitieran dar con la fórmula de cierre lo más honrosa posible. Visitamos la sede de Unilit porque allí, en una estrecha oficina facilitada para él, tenían su sede Editorial Caribe y Juanito.[3] Yo lo conocía de nombre pero no en persona. Físicamente podría decirse que no impresionaba: bajo de estatura, de pocas palabras, mirada un tanto huidiza y una risa que explotaba sonora pero que así como surgía, se apagaba. Por sobre su aspecto físico, me impresionó sin embargo el respeto y el cariño con que lo trataban. Con el correr de los años, habría de descubrir por qué era tan querido y respetado.



La Misión Latinoamericana tuvo su época de gloria por allá por los años 60 del siglo pasado. Con su programa conocido como ”Evangelismo a Fondo” conmovió los cimientos de la iglesia en centro y sud américa. Se reclutaron líderes de lo más destacado del continente y se montaron campañas de evangelización que se extendían, por un año entero, a lo largo y ancho de cada país. Algo nunca antes, ni después, llevado a cabo por entidad misionera alguna. Pero Editorial Caribe no se le quedaba atrás. Gracias a las contribuciones que don Enrique y doña Susana,[4] además de otros visionarios que se fueron uniendo al equipo original consiguieron de donantes en los Estados Unidos, se instaló la sede de la Misión en un cómodo edificio de la Calle 3 y las Avenidas 12 y 14 de San José, la capital costarricense. Los pisos segundo y tercero se dedicaron a oficinas y todo el primero, al taller donde se imprimían los libros que nacientes librerías desde Norteamérica hasta Argentina y Chile pondrían en las manos de la gente. Ahí palpitaba a todo pulmón el corazón de la Editorial Caribe.



Los avances que tenían que ver con el fin de la Misión empezaron a tomar forma rápidamente. En cuanto a Editorial Caribe, se hicieron dos decisiones fundamentales: dejar la Dirección en Miami y mantener el Departamento de Producción en Costa Rica. Toda la maquinaria de la imprenta se regaló a los empleados y se buscó dar existencia a Producción utilizando un equipo moderno de levantamiento de texto y un personal nuevo, de tamaño reducido, para el armado de las páginas. Una vez hecho este trabajo, se enviaba a Miami el libro en páginas separadas para su impresión y distribución.[5]



Solo dos líneas para decir que aquí entro yo a formar parte del universo de Juanito. Fui invitado por él para dirigir el Departamento de Producción que, como he dicho, quedaba en Costa Rica. Ahora había que contratar un local y personal nuevo. Así se hizo hasta que apareció la computadora. Ya no fue necesaria aquella estructura. Se cerró el Departamento y este servidor fue llevado a Miami donde siguió trabajando al lado de Juanito y aprendiendo de él.



A modo de paréntesis, haré referencia a algunas de las causas que, como un cáncer que va minando paulatinamente el cuerpo, se posicionaron de Editorial Caribe atacándola con furia desde la base misma, como acostumbra a hacerlo este mal. Juanito, en su cuerpo físico, fue atacado por un tumor no canceroso por lo que tuvo que someterse más de una vez a la cirugía, lo que le permitió seguir con vida aunque perdió la visión de su ojo derecho. Su caso bien podría ilustrar el de Editorial Caribe. Juan sobrevivió, hasta ahora, porque su cáncer no era maligno; el que atacó a Caribe, sí lo era.[6]



La primera estocada se la dio la propia Misión cuando en 1971 decidió “desprenderse” administrativamente de todos los departamentos que había creado, incluyendo la Editorial Caribe. Con ese cambio estructural, LAM dejaba en manos de cada cual la tarea de buscar los fondos que necesitaba para seguir viviendo. Algunos lo lograron y otros desaparecieron. El negocio de producción y distribución de libros en el mundo cristiano de habla hispana no es de los más productivos económicamente. Eso lo sabemos y tenemos numerosas pruebas para corroborarlo. Para quienes originaron y patrocinaron el plan, todo parecía viable; sin embargo, a poco andar quedó en evidencia que la idea no solo era mala sino que era malísima.[7] Sin el respaldo de la Misión, Juan se encontró piloteando, solo, una nave que empezaba a hacer agua. La Misión le había quitado el respaldo.



La segunda estocada se la dio la crisis financiera que se desató en la región. Monedas nacionales, como la de México sufrieron una devaluación tan descomunal que llevaron a la quiebra negocios y empresas. Caribe, que vendía sus libros en esta parte del mundo, recibía los pagos en moneda nacional devaluada. Esta crisis, más la anterior, la puso en el borde de un despeñadero. Para mantenerse a flote, Juanito pidió prestado; es decir, se endeudó. Es más, hipotecó su casa y redujo el estilo de vida de su familia a la más elemental expresión.[8]



La tercera estocada se produjo cuando la Misión Latinoamericana se hizo cargo del producto de la venta de tres de los títulos más importantes que había publicado Caribe: la Concordancia de las Sagradas Escrituras, el Diccionario Bíblico Ilustrado y la Biblia con notas versión Reina Valera 1960. Esos tres libros eran la fuente de oxígeno que mantenía a la Editorial con vida. La misma decisión hizo otra editorial con las ganancias que Editorial Caribe obtenía por las ventas de otros de sus mejores títulos.[9]



Ante tal situación, a Juanito no le quedó otro camino que capitular. Afortunadamente alcanzó a recuperar su casa. La suerte de la Editorial Caribe estaba echada. La que en el pasado había sido señera en el mundo cristiano de habla hispana marcando un camino que otras editoriales habrían de tomar en los años siguientes, dejaba de existir. Fue adquirida por la empresa Thomas Nelson Publisher y pronto su nombre y logo fueron ahogados por otros. Juan Rojas Mayo ya no era el Presidente de Editorial Caribe. Fue contratado como jefe editorial de Thomas Nelson y allá llegué yo, detrás de él, para seguir traduciendo y editando. Ni Juanito ni yo nos quejamos de “nuestra suerte”. Seguíamos metidos entre libros, que era nuestra pasión. Con el paso de los días, Thomas Nelson Publisher fue adquirida por HarperCollins. Y aunque por un tiempo yo seguí en la nómina de esta nueva casa, Juanito hizo mutis y se retiró a sus cuarteles de invierno.



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Termino esta remembranza reiterando lo que digo en el título. Juanito, por lo que fue y por lo que hizo frente a la Editorial Caribe, merece un monumento.



 



[1] Editorial Caribe fue una casa publicadora pujante y de un prestigio sólido, establecida a mediados del siglo pasado por la Misión Latinoamericana (1921-2014). Bajo la pasión y creatividad de doña Susana Strachan surgieron numerosos proyectos de trabajo misionero algunos de los cuales aún sobreviven hoy día. Muchos de estos proyectos, desarrollados inicialmente como departamentos de la Misión, tuvieron una proyección nacional. Editorial Caribe se hizo conocida internacionalmente. En el mundo anglosajón, como Latin America Mission Publications, LAMP; en el mundo hispano, como Editorial Caribe. Lamp, en inglés, es lampara; lampara que alumbra, y los libros que publicaba tenían como propósito alumbrar la vida de sus lectores. Después, alguien que no creo que haya sido Juanito, cambió el logo de una lámpara a un ojo con cola de pescado. No estaba mal: pescado, símbolo del cristianismo y ojo, pues, para ver. Era bueno, aunque yo me quedé con la lámpara de LAMP.



[2] Hubo una época en que también recibió puñaladas por la espalda. Personas ambiciosas envidiaban su liderazgo y querían su sillón para intentar aquello que Juanito llevaba a cabo con naturalidad y eficacia pero que no tenían su capacidad ni su sabiduría. Un caso en específico que es al que me refiero en esta nota de pie de página, lo recuerdo con un dejo de tristeza. Juanito, hombre noble, no se lo merecía.



[3] Durante mucho tiempo Unilit, a través de su propietario y su personal, fueron nobles en apoyar a Juanito y a Editorial Caribe sin priorizar su condición de empresas competitivas; sin embargo, en los tiempos de los esténtores de la Editorial, las cosas cambiaron, como lo señalaré en otro lugar de este escrito.



[4] Don Enrique Strachan y doña Susana, su esposa, fueron los fundadores de la Misión Latinoamericana.  Una más amplia referencia a ellos requeriría un artículo aparte.



[5] Como este artículo no tiene como propósito señalar las buenas y malas decisiones de la Misión Latinoamericana, lo que ya hice en su momento, sino rendir un postrer homenaje al hombre que, desde casi su nacimiento hasta su desaparición, llevó sobre sus hombros el mayor peso de la Editorial, no ahondaremos en detalles fuera de contexto. Por lo demás, mucho de lo que aquí se dice procede del recuerdo del autor sin que haya dispuesto para ello de documentación que puede haberla en alguna parte. Añado que muchos de los que intervinieron en el cierre de la Misión ya no están entre nosotros y de los que aún están es posible que no recuerden lo que recuerdo yo o que tengan una visión distinta de los hechos que aquí estoy narrando. Esta es mi versión y me responsabilizo por ella.



[6] Desde Costa Rica, donde me encuentro escribiendo este artículo, desconozco los detalles en torno a la partida de Juanito. Sospecho que su final fue apacible; quizás en su casa, rodeado de sus seres queridos; es decir, una muerte natural. Hace unos meses fui a visitarlo. Lo encontré bastante disminuido. Y él a mí. Con su sentido del humor que nunca lo perdió, me dijo: “Nos estamos poniendo viejos, ¿eh?” A él le costaba hablar y a mí me costaba oír. Hay una gran diferencia entre muerte natural y muerte provocada. Para mí, y de nuevo, me responsabilizo de lo que digo, las muertes de la Misión Latinoamericana como la de Editorial Caribe, fueron provocadas. Con una buena dosis de voluntad y unos cuantos toques quirúrgicos, ambas estarían todavía vivas.



[7] Como una forma de “emborrachar la perdiz” se creó CLAME, Comunidad Latino Americana de Ministerios Evangélicos. Nunca logró alzar el vuelo; capotó en la pista de despegue.



[8] En este punto, no puedo dejar de mencionar un caso en el que fui protagonista. Juanito había pedido dinero prestado a un conocido millonario miembro de la comunidad a la que todos pertenecíamos. El dinero recibido en préstamo tenía como propósito sacar del déficit en el que se encontraba sumida la Editorial. Y que una vez conseguido el propósito y saneada su economía, habría forma de restituir el préstamo. Pero se cumplieron los plazos y los propósitos no se alcanzaron y la deuda siguió impaga. La tensión entre prestamista y deudor se fue poniendo más tensa. Conociendo al prestamista y al tanto de las angustias de Juanito un día le propuse que se comunicara con el hermano y le pidiera que le perdonara el préstamo y lo tomara como una donación. Juanito no rechazó la idea pero me pidió que lo llamara yo. No dudé en hacerlo porque lo conocía y él a mí. Lo llamé. Y antes que terminara de hablarle, me dijo que no. Y me lo dijo con tal enojo que no me quedó otra alternativa que colgar. Hasta ahí llegó mi participación en el caso.



[9] No funcionó aquella Palabra que dice: “Si tu hermano te pide que lo cargues por una milla, llévalo dos”


 

 


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