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Evidencias de la antigüedad del mundo

Una de las principales pruebas de que el universo y la Tierra tienen miles de millones de años -y no sólo unos pocos miles- es aquella que proporciona el análisis de la luz estelar procedente del firmamento.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 17 DE AGOSTO DE 2024 23:20 h
Imagen de [link]NASA[/link] en Unsplash.

Una de las principales pruebas de que el universo y la Tierra tienen miles de millones de años -y no sólo unos pocos miles- es aquella que proporciona el análisis de la luz estelar procedente del firmamento. Los astrónomos pueden observar hoy estrellas, nebulosas y galaxias que están a miles, millones y cientos de millones de años luz de la Tierra. Luego, ha tenido que pasar todo ese tiempo para que nos llegue su luz. La radiación que arriba de dichos astros es analizada meticulosamente y aporta mucha información acerca de la distancia a la que se encuentran de nosotros. Asimismo, indica que se están alejando a una velocidad cada vez mayor como consecuencia de la expansión general del cosmos y que los elementos químicos que los componían hace muchísimo tiempo, los isótopos radiactivos que existían allí desde hace miles de millones de años, se han venido desintegrando, según sus respectivos períodos de vida media o semidesintegración, a la misma velocidad que lo hacen hoy también en la Tierra. Todos estos conocimientos vienen a confirmar que el universo es muy, pero que muy antiguo.



 



Se ha sugerido que Dios pudo haber creado el universo con la luz de dichas estrellas llegando ya a la Tierra y que, por tanto, no tendría que haber transcurrido todo ese tiempo.[1] Pero, si esto hubiera sido así, el creador nos estaría engañando porque todos aquellos sucesos astronómicos que hoy observan los astrofísicos en el firmamento, como estrellas que explotaron en el pasado remoto (supernovas) y otros muchos sucesos, serían pura ficción ya que no habrían ocurrido en realidad. Desde luego, esto no coincide, ni mucho menos, con el carácter del Dios que se revela en la Escritura.



 



Contra esta conclusión de la gran antigüedad del cosmos que defiende la ciencia actual, se ha sugerido también desde el creacionismo de la Tierra joven que quizás las leyes físicas cambiaron como consecuencia de alguna catástrofe global similar a la que pudo originar el diluvio de Noé. Por tanto, la ciencia tendría acceso a las leyes actuales, pero no a las que debieron imperar antes de dicho cataclismo. Se dice, por ejemplo, que la desintegración radiactiva de los elementos usados como relojes químicos para datar las rocas pudo verse muy acelerada “durante la semana de la creación o durante el diluvio”.[2] De la misma manera, se afirma que la velocidad de la luz pudo haber cambiado también y que debió ser mayor en el pasado, con lo cual el mundo sería mucho más joven de lo que actualmente aparenta ser.[3]



 



Sin embargo, las mismas estrellas nos indican que esto no fue así. Su luz nos dice que los elementos químicos radiactivos (isótopos) del pasado, así como sus tasas de desintegración, son similares a las que actualmente pueden observarse en las rocas terrestres. Los tiempos de vida media de estos isótopos han permanecido constantes a lo largo de la historia del cosmos. Uno de los sistemas más antiguos y refinados para datar rocas es el uranio-plomo (U-Pb) que tiene un tiempo de vida media de 4 470 millones de años. Es decir, que se requiere todo ese tiempo para que un átomo de uranio se transforme o desintegre en otro de plomo. De ahí que, al medir la cantidad de átomos de plomo de una roca, pueda averiguarse cuándo se formó. Por supuesto, éste no es el único método de datación radiométrica, sino que hay bastantes más. Existen muchos relojes radiactivos tales como el potasio-argón (K-Ar), con una vida media de 1 248 millones de años; el rubidio-estroncio (Rb-Sr) con un período de semidesintegración de 48 800 millones de años; el uranio-torio (U-Th), con una vida media de unos 80 000 años, etc.



 



Asimismo, los astrofísicos han estudiado las líneas espectrales hiperfinas de la luz procedente de las estrellas y galaxias lejanas, confirmando que la velocidad de la luz no ha variado significativamente a lo largo de la historia del universo.[4] Ésta ha permanecido constante en torno a los 300 000 kilómetros por segundo. Además, resulta razonable que esto haya sido así ya que, entre otras cosas, dicha constancia de la velocidad de la luz es fundamental para el mantenimiento de la vida en la Tierra. Las leyes físicas del cosmos son fijas e inmutables desde que Dios las puso en su lugar con un propósito concreto y no son aleatorias ni variables, sino que están diseñadas para la existencia del universo, la vida y el propio ser humano. Tal es la idea de estabilidad que transmite también la Escritura, al referirse al creador como quien “ha puesto las leyes del cielo y la tierra” (Jer 33:25). Esas que no cambian porque provienen de un Dios que tampoco cambia, sino que continúa amando al ser humano, a pesar de las muchas infidelidades de éste.



 



Otra evidencia directa de que la Tierra no es tan joven como algunos creen es la que aporta la perforación de los núcleos de hielo en lugares donde éste es muy abundante, como la Antártida o Groenlandia. Allí la nieve se acumula cada año, pero nunca se deshace, por lo que resulta muy útil examinar las capas anuales y comprobar el polvo y los diversos materiales que contienen. En dichos enclaves (algunos de los cuales están situados a más de tres mil metros sobre el nivel del mar), los científicos pueden introducir tubos metálicos huecos en el hielo hasta profundidades superiores a los 800 metros y recoger muestras que reflejan grandes períodos en la historia de la Tierra. Concretamente, en el pequeño Domo C de la Antártida, se ha conseguido realizar un registro continuo de los últimos 800 000 años.[5] En otros lugares, como el Domo F, se llegó hasta los 720 000 años y en la base Vostok, a los 420 000 años.[6]



 



Se sabe que cada capa de hielo corresponde a un año porque el polvo volcánico que contiene se contrasta con las erupciones conocidas, como las del Vesubio y las diversas del Krakatoa. Los distintos grosores de las capas anuales se correlacionan también con los cambios en la excentricidad de la órbita terrestre. Como es sabido, la órbita de la Tierra alrededor del Sol no es una circunferencia perfecta sino una elipse. Se sabe que dicha elipse varía según ciclos bien establecidos que suelen durar unos cien mil años. Dichas variaciones dependen de la atracción gravitatoria ejercida por Júpiter y Saturno sobre nuestro planeta. Esto afecta también al clima y, como consecuencia, al grosor de las capas de hielo anuales. Asimismo, el análisis de estos núcleos de hielo o cilindros de agua congelada de los Polos ha permitido comprobar que las tasas de semidesintegración o vida media de los isótopos radiométricos contenidos en ellas no han variado durante los últimos cientos de miles de años de la historia terrestre. Con lo cual, la idea anteriormente comentada sobre la posibilidad de que las leyes físicas cambiaran como consecuencia del diluvio de Noé carece de fundamento observacional.



 



En resumen, la ciencia y la tecnología actual permiten datar la antigüedad del universo, así como la de la Tierra, en base sobre todo a la expansión del cosmos, las temperaturas de la radiación cósmica de fondo, los procesos de combustión estelar y las abundancias cósmicas de los elementos radiactivos. Estos cuatro métodos coinciden en proponer que el universo fue creado hace unos 13 800 millones de años y la Tierra hace entre unos 4 500 y 4 600 millones de años. Aunque Dios está fuera del tiempo y no depende de él para nada, lo creó para el desarrollo paulatino del cosmos, la vida y el ser humano. Nosotros, en cambio, somos seres fugaces y temporales que dependemos absolutamente del creador para saciar esa sed de eternidad que todos llevamos en el alma.



 



 



[1] Ham, K. 2013, El libro de las respuestas, Patmos, Miami, p. 211



[2] Ibid., p. 106



[3] Ibid., p. 212.



[4] Ross, H. 2023, Navegando Génesis, Kerigma, Salem, Oregón, p. 215; Ross, H., 2015, A Matter of Days, rtb Press, Covina, California, p. 163-167.



[5] https://cordis.europa.eu/article/id/442385-how-old-is-the-oldest-ice-in-antarctica/es



[6] Sigman, D. M. et al, 2010, “The Polar Ocean and Glacial Cycles in Atmospheric CO2 Concentration”, Nature, 466:47-55.


 

 


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COMENTARIOS

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Ascalon
20/08/2024
10:00 h
1
 
Yo soy de su mismo pensamiento, Sr. Cruz. Pero hay algo que no entiendo bien. Si en todo el proceso de la creación intervienen miles de millones de años, es lógico pensar que la muerte fue antes que el pecado. Sin embargo la Biblia nos dice lo contrario (cf. Romanos 5:12, 21, 6:23; Santiago 1:15). Es interesante para mí conocer su opinión al respecto Sr. Cruz. Gracias y reciba un cordial saludo.
 



 
 
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