El triunfo de Pablo no es la cristiandad, sino el reino que no perece, y en ese estamos.
Aquí reunidos. Sabiendo que sabe por nosotros el que sabe, y lo declara, y esa declaración suya es nuestra fe y victoria. A los otros les habla el otro, y les dice que son del otro, tal es el engañador y homicida. La cruz del Redentor travestida en la del diablo, que también tiene su cruz, su evangelio, sus promesas, su reino, y sus ministros…
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Ya vimos algo de cómo esa cristiandad, la de los valores, vale tanto como su corrupción en el mundo. La buena no vale nada, como su Maestro, si acaso treinta monedas. Esa cristiandad que no es, ni mucho menos, la construcción de nuestro Pablo, que eso dicen tantos, con nuevas o viejas perspectivas sobre Pablo, sino que es el testimonio de su fracaso y olvido (esto siempre en términos de presente humano, temporal), pues solo unos pocos (que siempre nuestro Señor no se deja sin testimonio) han seguido una teología paulina. De los padres de la iglesia, pocos, muy pocos. Sobresale, como dice nuestro Calvino, Agustín, una excepción. Luego algunos judeoconversos en nuestro suelo, luego nuestro Lutero y Calvino, y luego, hoy, algunos que siguen sus pasos de compresión de la obra de Cristo, curiosamente más en el ámbito universitario que en el eclesial evangélico. Eso es así.
La cristiandad, la de los valores judeocristianos, no es de Pablo, sino la negación de lo que Pablo predicó. Ya lo vio él mismo en sus días. Pero el triunfo de Pablo no es la cristiandad, sino el reino que no perece, y en ese estamos.
Aquí reunidos, aquí esa, de nuevo, iglesia chiquita, comunidad acurrucada, aguantando, os es necesaria la paciencia, nos dijo el Maestro. Esperad, en silencio, que ya me encargo yo de vuestro enemigos, nos dice el Señor de Jacob. Ahora en su voz, todos los aquí reunidos, llenos del fervor del Señor, en su palabra hablando. Siendo testigos de su poder y salvación.
Calvino escribió aquél texto breve, La necesidad de Reformar la Iglesia, cuando el emperador estaba por ahí con sus intentos, 1544. Aquí nosotros, seguimos. Con el convencimiento de la corrupción de la cristiandad, convencidos de la obligación y deber de cada uno, de nuestra responsabilidad (“responder con palabras”), con nuestro empeño en reformar la Iglesia.
Esto tiene dos lados. Uno, la predicación que oyen los que son de la verdad, que es una verdad que siempre es así, y así permanece. Y otro, la reforma de formas eclesiásticas dentro de la sociedad civil. De manera que entendemos que nuestra responsabilidad respecto a la cristiandad, su necesidad de reforma, es una cuestión civil (¡escándalo, escándalo!). Eso fue el resultado de la acción de la Reforma. (Lo que se llama confesionalización, tiene que ver con esa cuestión).
Y como escribo esta conversación la mañana del lunes de los juegos, y ha dado tanto juego eso de la parodia de una pretendida santa cena. Les pongo algo de (esto es mi opinión, para no meter en ningún marrón a otros) cómo entiendo eso de reformar la cristiandad corrompida, en sus aspectos externos y sociales, que es lo que se puede reformar. Mi hijo me pasó unas fotos del caso.
Me parece que aparece una bacanal, con forma de santa cena, no lo sé. Que lo digan quien lo puso. De todos modos, no me interesa el escándalo producido. Ni pizca. Mi aborrecimiento profundo de formas diabólicas de la santa cena son de antiguo, no de este momento. Cuando un padre de la iglesia me dice que la eucaristía, donde un sacerdote ha transustanciado algo material en nada menos que el cuerpo, espíritu y alma del Resucitado, y que eso es el medio para perdonar los pecados cometidos después del bautismo, pues eso aborrezco. Y eso luego siguió hasta hoy, para que unos sientan lo que sienten, que es legítimo el sentimiento de cada uno, también el mío. Cuando un padre de la iglesia me dice que tenga cuidado que no se derrame nada del cáliz, porque por mi descuido, pueden beberlo los demonios, eso aborrezco y quiero que desaparezca de la acción religiosa de la sociedad, donde eso se está instalando, y con el paso de los siglos, será su seña de identidad. En cuanto a la pinta de los que han salido pintados, no me extraña en una bacanal. Los que el futuro fueron liturgos de la la liturgia de la transustanciación pinta, pinta, depende de los gustos de la pinta. A mí me parecen muy raros. Termino, que esto se complica, y por poner, hasta donde las imágenes me indican, nadie pretendió convertir una materia en el cuerpo y sangre de cristo. Esta es la materia fundamental. (Me han dicho de todo.)
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A ver si con el Catecismo de Heidelberg me libro un poco. Allí se habla de la “maldita idolatría de la misa”. Y en otras confesiones clásicas de la Reforma, se dice que el papado es el Anticristo ¿o ya no?
Seguiremos, d. v., reformando a la Iglesia, desde la periferia, aquí juntitos. No nos vamos de Francia, que también antes hubo sus parodias. ¿Les suena eso del voto nacional? Es posible que hayan pasado y posado en el Sacré-Coeur, la basílica del Sagrado Corazón, en Montmartre (1875 hasta bien entrado el siglo XX), como la Sagrada Familia ¿saben de qué va el asunto? Para limpiar París de la impureza de la comuna la una, para limpiar Barcelona de la impureza del liberalismo político la otra (que querían incluso la libertad de enseñanza, ¡sin el control del papado!; la libertad de imprenta, incluso la libertad religiosa ¡el que pueda hacer algo, que lo haga!). Eso a mí me ofende profundo, ¿a ustedes no?
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