Un pasaje favorito entre los anabautistas suizos era 1 Corintios 14:26-33. Ellos(as) esperaban una multiplicidad de contribuciones diferentes de los miembros de la congregación. En consecuencia, los anabautistas suizos comunes y corrientes participaban mucho más que sus contrapartes en las iglesias reformadas —que estaban acostumbrados a escuchar al ministro ordenado exponiendo el sermón— en la exploración e interpretación de las Escrituras. Examinaban la Biblia por sí mismos y participaban en el proceso congregacional de discernimiento de su significado y aplicación. Eran, incluso en una época de redescubrimiento bíblico generalizado, un pueblo peculiarmente bíblico.

Pietersen Lloyd [1]

Respecto a defender con la espada al Evangelio y la postura de los hermanos suizos sobre el paidobautismo, Grebel y el núcleo zurichense manifestaron principios que se consolidarían a contracorriente de los sostenidos por los reformadores magisteriales y las iglesias territoriales del siglo XVI.    

En una época en donde distintos bandos consideraban natural defender y/o imponer sus creencias a otros por la fuerza de las armas, Conrado Grebel abogó por el Evangelio de paz. El núcleo de los hermanos suizos descubrió que, si los cristianos querían en verdad seguir el ejemplo de Cristo, entonces el ser discípulos implicaba necesariamente un compromiso voluntario y comprometerse con la construcción de paz. Así, enfatizaban, lo había enseñado Cristo.

En la primera carta de Grebel y sus correligionarios en Zúrich de forma muy clara afirmaban: “tampoco hay que proteger con la Espada el Evangelio y a sus adherentes, y éstos tampoco deben hacerlo por sí mismo como —según sabemos por nuestro hermano [Hans Huiuff]— tú opinas y sostienes. Los verdaderos fieles cristianos son ovejas entre los lobos, ovejas para el sacrificio. Deben ser bautizados en la angustia y en el peligro, en la aflicción, la persecución, el dolor y la muerte […] Ellos no recurren a la espada temporal ni a la guerra, puesto que renuncian por completo a matar” [2].

Tras establecer lo anterior, el grupo de Conrado Grebel y Félix Mantz le comunican a Müntzer por qué sostienen el bautismo de creyentes. En su entendimiento, “las Escrituras nos dicen que el bautismo significa que por la fe y la sangre de Cristo son lavados los pecados del bautizado; significa que uno está y debe estar muerto para el pecado, que se ha adquirido una nueva vida y un nuevo espíritu y que será salvo con certeza, si por el bautismo interior se vive de acuerdo al verdadero sentido de la fe” [3].

Sostienen que ser bautizado no reafirma ni aumenta la fe, tampoco proporciona la salvación, sino que es un testimonio visible de que quien recibe el bautismo tiene salvación por reconocer a Cristo como Salvador y Señor. Citan varios pasajes bíblicos para respaldar su oposición a que los infantes fueran bautizados, los tales podrán serlo cuando por ellos mismos decidieran que quieren testimoniar su fe en Cristo dentro de la familia de creyentes.

La misiva tiene fecha del 5 de septiembre de 1524 [4], para entonces ya Müntzer y sus seguidores estaban en abierta oposición armada a los príncipes alemanes. Cuando Grebel y los demás conocen esta noticia escriben una segunda misiva en la que llaman al teólogo de Allstedt a deponer su actitud bélica.

Conrado Grebel menciona que ha conocido el folleto de Lutero, publicado en agosto de 1524, contra la revuelta de los campesinos y el papel de Müntzer dentro de la misma: “Veo que [Lutero] desea hacerte decapitar entregándote al Príncipe, a quien él ha ligado su Evangelio”. Müntzer y Grebel concordaban en que Lutero traicionaba el Evangelio al defender la política de los príncipes contra las reivindicaciones campesinas.

El movimiento de los campesinos, que en su entendimiento bíblico basaba la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, cristalizó sus demandas en doce artículos [5]. Éstos fueron redactados a “finales de febrero y comienzos de marzo de 1525”. Solicitaron la opinión sobre el documento de varios teólogos, “entre ellos Lutero, Melanchton, Zwingli”. El primero escribió una respuesta poco más de un mes después de haber recibido el manifiesto [6].

Lutero, sabiéndose respetado por los campesinos, enfatiza que le ha gustado, sobre todo, el décimo segundo artículo, ya que los remitentes “hacen el ofrecimiento de someterse de buen grado y voluntariamente a una instrucción mejor” [7]. Destaca su disposición a “dejarse instruir siempre que sea con las palabras claras, manifiestas e indiscutibles de la Escritura”, por lo tanto Martín Lutero expresa que, como fue convocado a opinar sobre las reivindicaciones campesinas, siente carga por “manifestar públicamente mis enseñanzas de una manera amistosa y cristiana, de acuerdo con el deber del amor fraternal, para que, si ocurriese alguna desgracia o calamidad, mi silencio no me hiciese partícipe de ellas ante Dios y el mundo” [8]. Por otra parte avizora una tendencia que considera peligrosa y previene sobre ella:

Si, por el contrario, han hecho este ofrecimiento para aparentar —pues sin duda habrá algunos entre ellos de esa especie, ya que no es posible que todos entre esa muchedumbre sean buenos cristianos y abriguen buenas intenciones, sino que una parte se aprovecharán deliberadamente de la buena fe de los demás— en ese caso no hay duda de que no tendrán mucho éxito y todo redundará en desgracia suya y en su condenación eterna.

Como el asunto es grave y arriesgado y afecta al reino de Dios y al reino del mundo, ya que si la rebelión progresa y prospera perecerían ambos reinos —el gobierno secular y la palabra de Dios— y se seguiría la destrucción eterna de toda Alemania, es necesario que hablemos y deliberemos sobre esa cuestión libremente, sin tener en cuenta a nadie [9].

En los inicios de mayo, ante la movilización insurreccional de los campesinos y la justificación de la misma en términos que Müntzer consideraba bíblicos, Lutero manifestó tajantemente su oposición al accionar de los rebeldes, sobre quienes expresaba “ahora se está viendo muy bien lo que abrigaban en su falso espíritu y que era puro engaño lo que en los doce artículos habían puesto bajo el nombre de Evangelio” [10].

Desde su lectura, para Lutero, las acciones armadas campesinas se resumían “en una palabra, están haciendo realmente una obra diabólica y, en particular, está ese archidiablo que reina en Mühlhausen, que no hace otra cosa sino robos, asesinatos y derramamiento de sangre; es un asesino desde el principio, como dice Cristo de él en Juan 8:44” [11]. El referido “archidiablo” por el reformador era Thomas Müntzer. La vehemencia de Lutero, “la multiplicación de verbos y adjetivos no se diferenciaban de la retórica incendiaria de Müntzer” [12], pero sus destinatarios sí: mientras el reformador desaprobó tajantemente la insurrección campesina, el rebelde lanzó juicios terminantes contra los príncipes y sus aliados. Ambos consideraban que sus argumentos estaban respaldados bíblicamente.

Notas