Escuchar es una forma de amar, de ayudar, de servir a Dios, y en algunas ocasiones vale tanto, que nadie más que las dos personas lo saben.
“Oír es precioso para el que escucha.” Proverbio egipcio
“Escucha aún a los pequeños, porque nada es despreciable en ellos.” Séneca
“No esperes a que te toque el turno de hablar, escucha de veras y serás diferente.” Charles Chaplin
No hace mucho una buena amiga me envió algo precioso, era la foto de una pareja vestida al modo de los años cuarenta, tenía la fuerza del blanco y negro y se les veía conversando calmadamente en la pequeña mesa de una terraza. Era una foto bellísima que transmitía paz, estaban hablando calmadamente el uno con el otro, sin prisas y mirándose a los ojos; arriba estaba escrito en un cuadro que formaba parte de la foto y el lugar :
“Escuchar es una forma de amar”
Lo cierto es me me gustó tanto, que por alguna razón la conservé y pensé durante días detenidamente sobre esta preciosa verdad.
Escribe la licenciada Liliana González en La Voz Hispana:
¿ Te ha ocurrido que mientras hablas con alguien percibes que te oye, pero no te escucha? Oír y escuchar no son sinónimos. Por definición, oír es captar sonidos por medio del sentido del oído. Si nuestro sistema auditivo funciona correctamente capturaremos los sonidos que se emiten a nuestro alrededor queramos o no, le prestemos atención o no.
Ahora bien, escuchar es una habilidad de las personas sabias. No todo el mundo practica la escucha activa. De hecho, la Biblia enseña: “Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar” (Stg 1:19). Estar listos para escuchar, significa estar dispuestos a prestar atención a lo que dice nuestro interlocutor sin interrumpirlo en medio de su discurso. Debemos esforzarnos por comprender su mensaje, observar atentamente su lenguaje corporal, lo que expresa con sus gestos, con el tono de su voz y sus silencios… En resumen, el acto de escuchar no solo requiere del sentido de audición, también demanda empatía, respeto y amor hacia el otro...........”
El Señor me creó con un temperamento básico ¡muy sanguíneo! Pero le va otro muy parejo, el melancólico. El temperamento no cambia nunca, pero cuando nos entregamos a Dios, creo sinceramente que el toma nuestros temperamentos igual que otra serie de talentos que él ha puesto en nosotros y los transforma en dones espirituales, a nosotros nos toca ir mejorando cada día todo lo que nos fue dado para ser más semejantes a Cristo y útiles para su servicio y gloria. Y la verdad es que cada día agradezco a mi Señor por haber nacido de un padre y una madre muy diferentes, en cuanto a lugar de nacimiento y a mil contextos más, eso ha enriquecido mi vida que está totalmente entregada para servir a los demás a través del servicio a mi Dios.
En una primera instancia, soy una persona que entra en un lugar y lo llena de alegría chispeante, pero no puedo ver una necesidad, un sufrimiento.... Sin pararme, compadecerme, acercarme y escuchar con detenimiento.
Hace bastantes años escuche a un matrimonio de siervos de Dios:
“Lo que más nos cuesta en el ministerio es el tema de la visitación ¡con todo lo que hay que hacer!... Todavía recuerdo aquel momento como si fuera hoy mismo y sigo sin entenderlo. Sé demasiado bien los trabajos y el poco tiempo que nos queda en el ministerio, pero siempre he amado el tema de poder visitar, escuchar con calma y cariño a alguien que se encuentra en problemas y necesita un oído atento que sepa escuchar en silencio, para hablar después calmadamente con amor y sabiduría, y cuando me puede lo que tantas veces me ha podido... “Si el diablo no nos puede parar nos acelera.” Es entonces cuando me paro en seco y retomo las cosas como debo, priorizando siempre lo más necesario en cada momento. Sí, escuchar es un arte delicioso, y cuando como hijos de Dios tenemos un Padre que está para escucharnos en cualquier momento y a cualquier hora ¿cómo no imitarle?.
No hace mucho hablaba con una querida amiga y me preguntaba mi opinión sobre algo importante, la verdad es que tuve que pensar muchísimo como contestarle, la escuche, pensé, valoré... y terminé diciéndole una y otra vez... ¡escucha el susurro de su voz!
Claro que escuchar es una forma de amar, de ayudar, de servir a Dios, y en algunas ocasiones vale tanto, que nadie más que las dos personas lo saben, no sale por ningún lugar público; pero el bien que podemos hacer es infinito, quedará para siempre en el corazón de la otra persona y en el corazón de Dios.
Os dejo con un poema que escribí hace años, y le pido al Señor que no cambie nunca el ser así, porque así es él conmigo.
Si Dios te lleva antes que a mi, me tendrás.
Y cuando el dolor sea muy fuerte, me tendrás.
Y cuando nadie te entienda o te comprenda;
cuando las olas del mar se agiten altas ¡Me tendrás!
Sé lo que duele el que nadie te entienda,
el que todos te juzguen y nadie te comprenda;
sé como sabe el dolor amargo y sin medida.
En medio de todo ¡Me tendrás!
Conozco bien el no entender Sus planes,
y el desconcierto cierto ante su actuar;
en medio de todo, de todos y de tanto,
cuando las olas te envuelvan ¡Me tendrás!
Porque has sido maná ante mis hambrunas,
consuelo y agua viva ante mi tempestad:
refugio fuerte en mis adversidades.
No lo olvides nunca ¡Me tendrás!
-
Me has dado tanto, que no puedo olvidarlo;
tus oraciones santas ante el Padre están,
y cuando muchos te abandonen sin justicia,
recuerda que hasta al fin del camino ¡Me tendrás!
Beatriz Garrido
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