John Owen (1616-1683), “el teólogo de los teólogos”, fue un erudito inglés de la era dorada del movimiento puritano del siglo XVII que nunca perdió su tierno corazón de pastor.
En su propia época lo llamaron «el Calvino de Inglaterra» y «el Atlas y patriarca del movimiento independiente». Dos siglos más tarde, el famoso predicador Charles Spurgeon lo llamaría «el príncipe de los puritanos». Hoy, cuatro siglos desde su nacimiento, John Owen sigue vivo, influyendo en teólogos y líderes cristianos de toda índole.
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Sin sus escritos, su vida habría sido un desastre, reconoció el pastor evangélico y autor Timothy Keller, mientras que el teólogo escocés Sinclair Ferguson dijo que «leer a John Owen es entrar en un mundo excepcional. Cada vez que vuelvo a sus obras me pregunto ¿Por qué dedico tiempo a literatura inferior?».
El teólogo referente J. I. Packer dijo que Owen fue «un gigante en una época de gigantes» [1] y que le debía «más que a cualquier otro teólogo», en particular por su libro, La mortificación del pecado, obra que incluye el tomo 2 de la Biblioteca de Clásicos Cristianos, La victoria sobre el pecado.
Pero a pesar de todo, el celebrado John Owen terminó sus días derrotado, sus libros ardiendo en una hoguera en la Universidad de Oxford donde había sido alto cargo. El que había tenido el honor de predicar ante el parlamento en múltiples ocasiones lamentaba que su predicación en general había sido «pobre, débil» y que sería «rápidamente olvidada». ¿Quién fue este gigante con sensación de impostor?
John Owen es quizá de los más esquivos de la historia puritana, ya que quemó sus propios diarios y no sobreviven muchas de sus cartas. De ascendencia galesa puritana, nació en Stadhampton en 1616, el mismo año en que murieron William Shakespeare y Miguel de Cervantes (J. Moreno Berrocal).
[photo_footer]John Owen nació en 1616, el mismo año en que murió Miguel de Cervantes. / Luis Ángel García, Adobe[/photo_footer]
Un niño precoz, fue admitido a la Universidad de Oxford a los doce años, dedicándose con gran intensidad a los estudios, a la música y al deporte. Más tarde lamentaría los efectos nocivos de dormir una media de cuatro horas para conseguirlo todo. A los dieciséis ya cursaba el máster.
Aunque Owen fue ordenado como diácono por la Iglesia anglicana, dejaría Oxford incapaz de aceptar los estatutos Laud que, como puritano, veía como un desvío de los principios de la Reforma protestante. Se vio obligado a trabajar en el sector privado como tutor y capellán de un lord simpatizante.
Pero con la revolución inglesa de 1642, la vida de John Owen pegaría un giro. Al principio no pintó bien, pues al simpatizar con el frente parlamentario contrario a la monarquía absolutista, perdió su trabajo con el lord y la herencia de su tío. Pero poco después llegarían al poder los puritanos, y todo cambiaría para Owen. Con los veintiséis años recién cumplidos, se desencadenaron varios sucesos importantes en su vida.
[photo_footer]Batalla de Naseby durante la revolución inglesa, 1645. / Tony Baggett, Adobe[/photo_footer]
El primero fue que arrancó su carrera de escritor que abarcaría más de cuarenta años. Como uno de los autores más publicados del siglo XVII, su legado de más de ochenta obras sería profundo y variado: tratados sobre política y economía, debates teológicos, literatura infantil, poesía, comentario bíblico y escritos devocionales… Con el tiempo muchos pasarían a ser clásicos de la teología reformada, como La muerte de la muerte en la muerte de Cristo. Asombra no solo la envergadura y el tono de su obra («erudito sin ser pedante», como señalan algunos biógrafos [2]), sino además que fuera escrita desde una vida tan pública y llena de adversidad.
Su primer libro, La discordancia del arminianismo, le ganó un puesto en una iglesia inconformista en Essex. Fue para esta primera congregación que Owen escribió su catequesis infantil, convirtiéndole en uno de los primeros autores infantiles de Inglaterra.
Durante este tiempo también se casó con Mary Rooke (1644), su amada esposa con la que tuvo once hijos. Tan solo una hija sobreviviría la infancia, y también moriría joven.
Mary falleció tras tres décadas juntos. Aunque se volvió a casar a los sesenta años con Dorothy D’Oyley, Owen «anduvo en el valle de la sombra de muerte la mayoría de su vida», escribe el predicador y escritor John Piper. Su propia tragedia daría forma al corazón compasivo y pastoral que se hace notar en sus obras.
Lo segundo que le ocurrió a John Owen en 1642 tiene ciertos paralelos con Charles Spurgeon dos siglos después. Aunque Owen fuera calvinista convencido, no tenía paz interior. Un domingo acompañó a un primo a escuchar a un famoso predicador presbiteriano, que nunca apareció. Su sustituto, cuyo nombre nunca llegó a saber, predicó sobre Mateo 8:26: «¿Por qué teméis, hombres de poca fe?».
Aquel sencillo sermón marcó a Owen. Por primera vez, se supo verdaderamente adoptado como hijo de Dios. Desde entonces le fascinaría estudiar la relación del Dios trino con el creyente, reflejada en obras tan penetrantes como Un discurso sobre el Espíritu Santo o Comunión con Dios, de sus más célebres.
Owen, influido por escritos puritanos, cambió de presbiteriano a congregacionalista. Su predicación, que atraía visitas de otros distritos, ya reunía a públicos de más de mil personas. Poco después le contrató una congregación influyente de puritanos activos en la política, Coggeshall, que le brindarían la oportunidad de predicar en el parlamento en varias ocasiones a partir de 1646. La más complicada, sin duda, fue cuando tuvo que predicar tras la ejecución del rey Carlos I. Con sus predicaciones llamó la atención de Oliver Cromwell, lord protector, que le nombró capellán y asesor de asuntos eclesiales.
[photo_footer]Oliver Cromwell contemplando el cadáver de Carlos I. / Georgios Kollidas, Adobe[/photo_footer]
Durante catorce años turbulentos, Owen se sumergió en la política creyendo en una república protestante. Pero los desengaños los sufrió desde su primera tarea cuando tuvo que acompañar al ejército de Cromwell en sus campañas a Irlanda y Escocia. Volvió estremecido tanto por las barbaries de su propio ejército como por la necesidad espiritual de la zona, y abogó por la misericordia y la evangelización en vez de la guerra. Adelantado a su época, John Owen fue campeón de la tolerancia en múltiples frentes hasta sus últimos días. Escribiría:
Cuando los hombres se hayan esforzado tanto en fomentar el principio de la tolerancia como lo han hecho tratando de someter a otros a sus propias opiniones, la religión tendrá otra apariencia en el mundo (p. 122).
Durante la revolución inglesa, la Universidad de Oxford había servido de sede del ejército del rey y había quedado destrozada. Bajo Cromwell, Owen recibió el encargo ni fácil ni deseado de estabilizar la situación financiera de la universidad en pleno territorio anti-puritano y resucitar su prestigio.
Primero como decano y después como vicerrector, Owen sacudió la torre de marfil, buscando combinar un enfoque intensamente académico con el fundamento de la Palabra de Dios y el trabajo del Espíritu Santo. Bajo su administración hubo estudiantes de la talla del filósofo John Locke, el científico y arquitecto Sir Christopher Wren y el fundador de Pennsylvania, William Penn.
Pese a su sobrecarga administrativa, Owen siguió escribiendo y publicando.
Si Owen seguía con la esperanza de contribuir a la vida política desde un puesto de influencia, pronto se esfumaría. En el último año de Cromwell, Owen se opuso a que lo hicieran rey, y la relación se enfrió. Cromwell se retiró y bajo su hijo, Richard, Owen sufrió la misma suerte que los demás líderes independientes: perdió su puesto.
Fue en este tiempo que Owen, junto a otros doscientos líderes inconformistas, forjó la Declaración de Saboya (1658), una confesión congregacionalista. Basándose en la confesión de Westminster, modificaron sobre todo lo pertinente al gobierno eclesial, abogando por la independencia.
Llegaba a su fin esta era del puritanismo. Tras la muerte de Oliver Cromwell (1658), el parlamento trajo de vuelta a Carlos II del exilio, declarándolo rey en 1660.
Dos años después, el Acto de Uniformidad ilegalizó toda celebración que se desviara del Libro de oración común; dos mil puritanos se negaron a prestar juramento y se desató una persecución.
Owen se marchó de Londres, pero tras el incendio y la peste que mató a más de setenta mil personas, volvió y predicó clandestinamente. Empezaron a correr tiempos duros, veinte años en los que Owen serviría desde la tragedia y persecución, viendo «las cabezas decapitadas de sus amigos expuestas por la ciudad», escribe el historiador Crawford Gribben.
[photo_footer]John Owen predicó clandestinamente en Londres tras el incendio y la peste que mató a más de 70 000 personas. / James Nesterwitz, Adobe[/photo_footer]
Owen estuvo en peligro en más de una ocasión, pero fue protegido por amigos influyentes. A pesar de recibir ofertas atractivas como la presidencia de la Universidad de Harvard, Owen se quedó para cuidar de los suyos, y continuó escribiendo libros como su comentario sobre Hebreos, el más largo jamás escrito. Su corazón siempre fue de pastor, y a pesar de las duras controversias que llenarían sus días, dejaría un gran legado de espiritualidad bíblica.
También dedicó mucho tiempo a animar y ayudar a otros líderes independientes. La más famosa de estas amistades es la que mantuvo con John Bunyan, predicador y autor de El progreso del peregrino; lo apoyó durante los doce años de su encarcelamiento, pidiendo al rey su libertad hasta conseguirlo. El rey no entendía su fascinación por un calderero sin educación. Owen le respondió: «Si pudiera poseer las habilidades del calderero para la predicación, Su Majestad, con gusto renunciaría a todo mi saber».
Ya debilitado por sus achaques a los 67 años, Owen dictó su última carta, sabiendo que partiría pronto:
Dejo este barco de la Iglesia en medio de una tormenta, pero mientras el gran Piloto permanezca en el mismo, la pérdida de un pobre remero es insignificante.
El gigante, tras toda su lucha, moría pensando que las iglesias inconformistas habían abandonado doctrinas bíblicas fundamentales y que la reforma vería su fin bajo el nuevo rey católico.
Aun así, tenía clara su esperanza:
Voy a aquel a quien mi alma ha amado o, mejor dicho, al que me ha amado a mí con un amor eterno, que es todo el fundamento de todo mi consuelo.
El día que murió en 1683, recibió una visita que le confirmó que su libro La gloria de Cristo estaba ya en la imprenta. Owen se alegró, pero expresó un mayor anhelo: ver por fin «la gloria de otra manera distinta a la que la he visto hasta ahora».
El cuerpo de Owen se enterró en Bunhill Fields, donde yacen tanto Bunyan como otros puritanos.
¿Qué es lo que más te llama la atención de John Owen? ¿Has leído sus escritos?
Te leemos en los comentarios, y desde la Biblioteca de Clásicos Cristianos, te invitamos a conocer La victoria sobre el pecado de John Owen, el segundo tomo de la colección.
[1] Guelzo, A. C. “John Owen, Puritan Pacesetter”. Christianity Today 20.17 (1976): 14-15.
[2] Guelzo, 15.
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