Hacia el quinto centenario del Anabautismo: notas bibliográficas (VII)

Durante siglos la historia de la Reforma del siglo XVI ha sido escrita por iglesias establecidas como iglesias nacionales. Por lo tanto, hubo una historia presentada desde el punto de vista reformado de las iglesias de Escocia, de Holanda, de Suiza y de Hungría; una visión luterana en Alemania, una católica en Austria, una anglicana en Inglaterra y así sucesivamente. Teniendo cada una de ellas una base política, hubo también posibilidad de debate y de confrontación entre los puntos de vista antagónicos.

     Faltaba sin embargo una base parecida para interpretar la misma historia, pero haciéndola según el punto de vista de las minorías perseguidas y carentes de sostén gubernamental.

John Howard Yoder

Los reformadores radicales fueron frutos no deseados por los reformadores magisteriales. Éstos consolidaron sus movimientos, entre otros factores, por el apoyo de autoridades gubernamentales que se rebelaron contra el sistema religioso/político sustentado por la Iglesia Católica Romana.

Mientras los reformadores magisteriales y sus contrincantes católicos contaban con medios y condiciones para imprimir y difundir sus respectivos puntos de vista, los radicales, en general, carecían de tales facilidades y su principal preocupación era sobrevivir a las persecuciones tanto de católicos como de protestantes. La diferencia entre las condiciones de unos y otros las describió Menno Simons en su “Respuesta a Gellius Faber” (1554, The Complete Writings of Menno Simons, Herald Press, Scottdale, Penssylvania, 1984, pp. 623-781). Menno hizo un contraste entre las condiciones en que desarrollaba su labor aquél como pastor luterano y él bajo constante persecución. Ante el hecho de que Faber solamente ejercía su ministerio en territorios en los que tenía protección de las autoridades seculares, como anota Juan Driver, Simons le pregunta: “¿Dónde está tu amor y compasión para tus compatriotas? ¿Por qué no predicas en territorios católicos? ¿Por qué no confrontas el edicto imperial, la tiranía y la persecución?” (La fe en la periferia de la historia, Ediciones Semilla, Guatemala, 1997, p. 191).

Simons le describe a Faber lasa desventajas en las que debe realizar su ministerio, muy distintas de las disfrutadas por los pastores y teólogos de las iglesias territoriales. Menno enfrentaba constantes peligros para pastorear clandestinamente a las comunidades anabautistas: “Yo con mi débil esposa e hijos, hemos sufrido por dieciocho años ansiedad, opresión, aflicción, miseria y persecución. Con peligro de mi vida he sido obligado a arrastrar en todas partes una existencia de temor. Sí, cuando los predicadores reposan en cómodas camas y sobre mullidas almohadas, nosotros generalmente tenemos que ocultarnos en lugares apartados. Cuando ellos en bodas y en banquetes bautismales andan de parranda con gaitas, trompetas y laúdes, nosotros tenemos que estar en guardia cada vez que ladra un perro temiendo que pueda haber llegado el funcionario que viene a arrestarnos. Cuando ellos son saludados por todos como doctores, señores y maestros, nosotros tenemos que oír que los anabautistas somos predicadores ilegítimos, engañadores y herejes y somos saludados en el nombre del diablo. Resumiendo: mientras ellos son gloriosamente recompensados por sus servicios con cuantiosos ingresos y buena vida, nuestra recompensa y porción tiene que ser fuego, espada y muerte”.

Las perspectivas de los perseguidos, como anota Yoder, debieron esperar para ser conocidas “hasta la época de la historiografía más ‘objetiva’ del siglo [XIX] y de la reedición en nuestro siglo de numerosas fuentes originales para llegar a una debida interpretación de los movimientos ‘radicales’ que había sido clasificados sin más análisis como sectario, entusiastas, o anabautistas” (Textos escogidos de la Reforma radical, Biblioteca Menno, Burgos, 2016, p. 11).

La historiografía en inglés y alemán sobre las reformas protestantes, al tiempo en que Yoder publicó Textos (1976), daban escasa atención a la vertiente radical. La producción en español casi no tocaba el tema. El teólogo anabautista/menonita quiso contribuir para que emergieran las voces acalladas y seleccionó 35 textos de reformadores radicales, quienes se opusieron a las iglesias territoriales dominantes y tuvieron distintas posiciones respecto no a reformar al cristianismo sino, así lo pretendieron, restituirlo conforme a su entendimiento de las Escrituras, particularmente el Nuevo Testamento.

En la selección de John Howard Yoder están Andreas B. von Carlstadt, “maestro y luego colega de Lutero”, éste tuvo diferencias teológicas y políticas con el primero, al grado de obtener que Carlstadt fuera expulsado de Sajonia, en septiembre de 1524, por “perturbador del orden”. En la obra está incluido un escrito de Jakob Strauss contra la usura eclesiástica, bancaria y comercial. El espiritualismo revolucionario de Thomas Müntzer está representado con dos textos justificatorios de la insurrección y creación de un nuevo orden social, y cuatro misivas a distintos destinatarios.

El conocimiento del proyecto de Müntzer que tuvieron los que serían anabautistas en Zúrich (Conrado Grebel y Félix Mantz, entre otros), les lleva a escribirle para hacer de su conocimiento que coinciden con él en su crítica a la insuficiencia del movimiento reformista de Martín Lutero. Mencionan a los “negligentes escribas y doctores de Wittenberg”, y los critican por su docilidad al poder político. Pero, también, manifiestan a Müntzer su oposición a defender el Evangelio con la espada, porque hacerlo sería contravenir las enseñanzas de Jesús.

La obra compilada por Yoder contiene una buen parte de la crónica escrita por Kaspar Braitmichel sobre los inicios del anabautismo en Zúrich. En el recuento se aportan antecedentes del resquebrajamiento del dominio católico romano, “Lutero y Zuinglio denunciaron y sacaron a luz toda la alevosía y la bribonada de la santidad papista”. Sin embargo, ambos “no ofrecieron nada mejor a cambio: No bien se apoyaron en el poder temporal y se remitieron a la ayuda humana les ocurrió lo mismo que a quien remienda un viejo caldero y sólo logra que el agujero empeore”.

Conrado Grebel, Félix Mantz, Jorge Cajakob, Wilhelm Reublin, Johannes Brötli y Simón Stumpf, y otros más, convencidos que tanto el reformador de Zúrich (Ulrico Zuinglio) como las autoridades apoyaban el paidobautismo, el sábado 21 de enero de 1525 decidieron poner en práctica el bautismo de creyentes, y “así se consagraron juntos, con gran temor de Dios, al nombre del Señor”. El resultante de su acto de desobediencia a las creencias oficiales de Zúrich fue que “uno confirmó al otro en el servicio del Evangelio y comenzaron a enseñar la fe y a sostenerla. Con eso comenzó la separación del mundo y sus malas obras”. La lectura de la crónica incluida por Yoder en Textos posibilita conocer el punto de vista y acto que llevaron a cabo quienes decidieron ir a contracorriente de la Iglesia territorial gobernante.