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Una madre empoderada

Una bomba en Alepo (Siria) destrozó los sueños de Ani y lesionó de por vida a su hija, pero tu apoyo la ayudó a seguir adelante.

ROSTROS DE LA PERSECUCIóN 07 DE ABRIL DE 2024 22:00 h

Han pasado casi 10 años desde la explosión en Alepo (Siria). 



Ani todavía no puede hablar de ese día sin llorar. Recuerda exactamente dónde estaba: sentada en la sala de estar de la casa de su vecina, con su hija pequeña en brazos, porque pensaba que allí estarían más seguras que en su propio hogar. 



Aparte del trauma del incidente, lleva consigo un recordatorio diario del bombardeo: su hija, María, todavía tiene un trozo de metralla del proyectil incrustado en la cabeza



En el momento en que volaba por el aire con su bebé en brazos, Ani sabía que todo lo que ella y su esposo Sarkis habían planeado y soñado para su vida juntos había desaparecido. Su futuro estaba igual de destrozado que el piso donde habían vivido desde que se casaron. Y este era solo uno de los cientos de edificios que fueron atacados en Alepo durante la guerra civil siria. 



Sin pensárselo dos veces, Ani recogió a su hija pequeña y bajó corriendo la escalera, pidiendo a gritos que alguien les ayudara. 



A lo largo de la década siguiente, esta cristiana siria ha encontrado a un Salvador que está dispuesto a caminar a su lado a través de los momentos más oscuros y una iglesia que le sostiene con sus oraciones y apoyos. 



El sueño destrozado 



Ani tiene ahora 30 y tantos años. Se crió en una familia tradicional cristiana y perdió a su madre a una edad muy temprana. Soñaba con un futuro en el que poder ser esposa y madre, ya que esta era una figura que ella echó mucho de menos en su infancia. «Soñaba con tener una hija que me llamara 'mamá'», nos confiesa. 



Ese sueño pareció haberse cumplido cuando conoció a Sarkis y se casaron en 2009. Todo le parecía posible en aquel momento. «Cuando me casé, mi sueño era formar una familia, tener hijos», recuerda. «Quería tener dos hijas. Quería criarlas bien, llevarlas a los mejores colegios, y todo eso. Quería estar rodeada de mis hermanos y amigos más íntimos. Incluso soñaba con crear mi propia empresa.» 



Pero entonces, estalló la guerra



Como todo el mundo en Alepo, Ani y Sarkis quedaron muy impactados por la guerra, incluso en sus comienzos. «Recuerdo aquellos dos primeros años. Yo tenía trabajo, pero el comercio donde trabajaba mi marido fue cerrado abruptamente porque estaba demasiado cerca de los terroristas. Yo trabajaba en una zona segura, pero mi casa sí que estaba situada en una zona conflictiva. A veces no podía ir al trabajo por culpa de algún francotirador. Había un tramo de camino al descubierto donde tenía que pasar corriendo. Cuando había francotiradores, era muy difícil hacer vida». 



Alepo estaba en primera línea entre las fuerzas gubernamentales y los rebeldes que controlaban varias zonas de Siria. Para los cristianos como Ani y Sarkis, el peligro era incluso mayor que el de la guerra. El principal grupo rebelde de la zona de Alepo era Jabhat Fateh al-Sham, antes vinculado a al-Qaeda y basado en una interpretación radical del islam donde no tiene cabida el cristianismo sirio. 



También había (y todavía hay) presencia de ISIS en esta parte del país. Los creyentes que viven en las zonas que están bajo el control de dichos grupos radicales sufren amenazas importantes por ser seguidores de Jesús. Por todo ello, este país ocupa el puesto 12 en la Lista Mundial de la Persecución 2024.



Ani y Sarkis luchaban por sobrevivir. «Mi esposo empezó a trabajar de taxista recogiendo a pasajeros en el aeropuerto», explica Ani. «Cuando el aeropuerto fue bombardeado, tuvo que dejarlo. Recuerdo lo difícil que fueron esos años. No siempre podía ir a trabajar, pero cuando lograba hacerlo, tenía que estar ahí desde la mañana hasta el anochecer». 



Aunque la guerra se seguía recrudeciendo, tanto Ani como Sarkis deseaban tener un hijo. «Nunca imaginamos que esta guerra iba a durar tanto tiempo». Por fin, cuatro años más tarde, en 2013 nació su hija María. Por aquel entonces, Alepo acaparaba los titulares globales casi todos los días. Durante un largo periodo de tiempo, la ciudad estaba bajo asedio y ninguna parte de la ciudad estaba a salvo . 



Entonces llegó el bombardeo del 24 de marzo de 2014. Era el día siguiente al cumpleaños de Ani, por lo que había invitado a gente para celebrarlo. Tenían corriente eléctrica, cosa rara en esa etapa de la guerra, y Ani estaba dando de comer a María. «Entonces, cayó un primer proyectil de mortero frente a nuestra casa. Mi esposo me dijo que bajara, pues vivíamos en el quinto piso. Cogí a María y fui a la casa de una vecina, en un segundo piso. Normalmente, eso era más seguro que estar en un quinto piso cuando había morteros.  



Apenas me había sentado. Sujetaba a María sobre mis rodillas y estaba frente a la hija de mi vecina y una amiga. Ocurrió en cuestión de segundos. No entendí lo que pasaba. De repente, me vi volando por los aires y vi que mi hija lloraba, pero no podía oir nada». Cuando recuerda los segundos que siguieron a la detonación, Ani se queda en silencio, abrumada por las emociones. Las lágrimas corren por sus mejillas. Toma un trago de agua y continúa narrando el fatídico ataque. 



El estallido de la detonación le había ensordecido. Ani y María salieron despedidas por la explosión del proyectil de mortero. «Mi hija y yo caímos al suelo, pero ella estaba todavía en mis brazos». Cuando Ani miró a su niña, vio que tenía una herida abierta de gran tamaño en la cabeza. Sin pensárselo dos veces, bajó corriendo por las escaleras. 



Las consecuencias a largo plazo



«No recuerdo nada de lo que pasó después», reconoce con lágrimas en los ojos. «Más tarde, vinieron unos hombres y me la quitaron de los brazos y se la llevaron en ambulancia. Sabía que le había pasado algo a mi hija. Después, me llevaron en coche al hospital». 



María fue sometida a una larga operación quirúrgica. Antes de la intervención, Sarkin tuvo que firmar un documento para autorizar el procedimiento debido al riesgo que contraía: había un 75% de posibilidades de que la pequeña no sobreviviera. «Extirparon fragmentos de hueso y metralla que habían penetrado en su cabeza. Pero aún quedan trozos del mortero dentro de ella. Según los médicos, era demasiado arriesgado intentar sacar algunos de ellos». Milagrosamente, aunque estaba muy débil, María sobrevivió. 



Fue llevada a la UCI y permaneció allí casi tres semanas. «Antes de abandonar el hospital, hablamos con el médico. Dijo que no podía predecir los efectos a largo plazo del fragmento de metralla en su cabeza».  



María tenía solo 7 meses y aun no podía caminar ni hablar, de modo que era difícil medir las posibles secuelas de la bomba. La pareja estaba aliviada por su supervivencia, y tenían esperanzas. 



Con el paso de los años, Ani y Sarkis descubrieron que el fragmento de metralla sí que le ha afectado. La pequeña tardó en aprender a andar, y continúa necesitando cuidados médicos y fisioterapia. «Todavía tiene que luchar mucho por su vida», explica Ani. «Por ejemplo, tiene fisioterapia dos veces a la semana. Tiene citas con varios médicos, un neurólogo, un pediatra, y un ortopeda cada tres meses. También tiene que tomar ciertos medicamentos y seguir una dieta específica». 



Aquel fatídico día, les cambió la vida para siempre. Ahora, diez años después, todavía están haciendo frente a sus consecuencias.  



Pero la explosión del mortero también ha cambiado la vida de Ani en otro sentido. Por primera vez, le ha hecho tomar más en serio su fe en Jesús. 





«Nunca antes me había sentido así» 



Aunque Ani se crió en el seno de una familia cristiana tradicional, antes de la lesión de su hija no siempre priorizaba su relación con Dios. «Me comportaba de una forma religiosa tradicional. Asistía a la iglesia solo en ocasiones especiales o festivos». 



Después del ataque que dejó herida a María, cambió su enfoque. «Vino a verme una amiga y me dijo: 'Cuando mejore María, la llevaremos a la iglesia'. Dos o tres semanas más tarde, fuimos juntas a la iglesia. Cuando estábamos dentro, mi hija empezó a llorar y no pude calmarla, así que salí fuera con ella. Tras el culto, un hermano (de la iglesia) se me acercó. Me dijo: 'No hace falta que salgas de la iglesia. Al contrario, Jesús dijo «Dejad a los niños venir a mí »'. Este versículo se me quedó grabado en la memoria. Y la verdad es que en ese momento me sentí aceptada y a salvo». 



Su iglesia es uno de los Centros de Esperanza que están repartidos por todo el país y se han convertido en símbolos de una segunda oportunidad al ayudar a los creyentes a recuperarse y reconstruir sus vidas después de muchos años de guerra y ataques de grupos islámicos extremistas. 



A partir de aquel día, Ani empezó a asistir a la iglesia semanalmente con María.



Ani describe ese periodo de su vida como una transición entre «la vieja yo y la nueva yo». Empezó a reconocer la intervención del Señor en la vida de su hija. «Cuando orábamos en la iglesia, en la siguiente cita médica, el doctor informaba de que los huesos estaban curándose y no necesitaría más intervenciones». Este tipo de cosas empezaron a ocurrir cada vez más a menudo.  



Después de un tiempo, Sarkis también empezó a acudir también a la iglesia con su mujer y su hija. Dice Ani: «Incluso él empezó a cambiar. Yo ya di por hecho que nunca cambiaría». 



Poco a poco, esta madre siria iba descubriendo nuevos aspectos de la iglesia. «Una señora me invitó a participar en un grupo de discipulado que organizaban. Le contesté que no tenía ni idea de cómo buscar en la Biblia ni lo que contenía. Ni siquiera sabía orar. La mujer sugirió que podía probar a aprenderlo en el estudio un par de semanas». 



Y así lo hizo. Estudiar la Palabra de Dios ha impactado profundamente en su fe. «Encontré paz y seguridad cuando asistí a la reunión», asegura Ani. «Ahí me sentía como aislada del mundo exterior; solo estábamos yo y la Palabra». 



Interrumpe su discurso y sonríe. «Nunca antes me había sentido así». 



A través de las heridas comunes en sus vidas, empezaron a acercarse juntos a la luz de Dios. En medio de todo el dolor y sufrimiento, apareció Él, trayendo consigo la paz y el propósito para su vida que tanto había anhelado. Gracias a las oraciones conjuntas y los apoyos de cristianos por todo el mundo, esta iglesia siria puede tener un gran impacto en la vida de los creyentes que lo han perdido todo.





 «Vuestra aportación ha sido determinante» 



Al tiempo, Ani se quedó embarazada de nuevo y nació su segunda hija, Eliza. La familia ha podido vender la mayoría de sus posesiones y comprar una nueva casa sin terminar. Con la ayuda de los colaboradores locales, se ha podido ayudarla a renovar su nuevo hogar. 



«Esta compra ha sido un sueño cumplido: una pequeña casa con dos dormitorios. Gracias a Dios, con vuestra ayuda pudimos renovarla. El coste hubiera sido demasiado para nosotros solos». 





Ani continúa participando en el grupo de discipulado para mujeres en el Centro de Esperanza, mientras sus hijas también participan en actividades allí. María y Eliza han recibido libros cristianos infantiles y ropa para el invierno gracias al apoyo de gente como tú.  



«Vuestra aportación ha sido determinante», asegura Ani. «Me habéis ayudado mucho y me habéis hecho la vida más fácil». 



Tras el estallido de la guerra, la economía de Siria ha empeorado. La mayoría de los ciudadanos ahora viven en condiciones de pobreza y se esfuerzan por comprar lo más básico y esencial. Ani, Sarkis y sus dos hijas también han pasado por muchos problemas. La guerra, la situación económica y el terremoto de febrero de 2023 han tenido un efecto devastador sobre todo el pueblo sirio. Los cristianos también han tenido que afrontar la amenaza añadida de grupos como ISIS que quieren matar a todos los seguidores de Jesús que se encuentran en los territorios bajo su control. 



 A causa de todos estos factores, los cristianos han huido de Siria masivamente. Según las estadísticas recogidas por expertos sobre el terreno, el número de cristianos antes de la guerra ascendía a 1,7 millones; actualmente, la cifra no llega a 600 000. 



El reto para el futuro 



Ani y Sarkis quieren quedarse en Siria. «Mi núcleo de amistades se ha reducido, pero cuando empecé a ir a la iglesia encontré nuevas relaciones allí», asegura Ani. «Siempre me apoyan. No puedo imaginarme mi vida sin ellos. La iglesia me ha ayudado mucho, tanto moral como económicamente; cuando entro en nuestro local, me siento como si estuviera entrando en mi propia casa. Me pase lo que me pase, cualquier problema que tenga, siempre encuentro la solución ahí». 



«Lo que nos retiene aquí en Siria es la satisfacción que sentimos. Estamos contentos; esperamos poder mantener a nuestras hijas sin tener que recurrir a la ayuda de otros. Amo mi país y, gracias a mi negocio, puedo seguir en él y sacar adelante a mi familia». 



En palabras de Ani: «La vida está repleta de dificultades y desafíos. Puedo afrontarlos con una sensación de paz interior porque sé que el Señor está conmigo. No importa los obstáculos que encuentre. Él está siempre a mi lado; es mi ayuda y mi fuerza. A veces, cuando abro la Biblia, me encuentro justo el versículo que me anima profundamente. Espero que nadie tenga que pasar por lo que hemos pasado nosotros durante los últimos diez años». 



Este el sueño que esta madre tiene para sus hijas. «A María la llamo 'el milagro de Jesús'. Es exactamente lo que es; lo ha demostrado. Hubo un día cuando la llevaba a revisión y los médicos me decían: 'Es imposible que esta imagen (el diagnóstico) pertenezca a esta niña; no puede ser la misma persona que estoy viendo'. Espero que un día la pueda ver contando su propio testimonio sobre su vida y todo lo que le ha pasado; de cómo Jesús la transformó. Espero que tanto Eliza como María guíen sus vidas con el Señor». 



*Nombre ficticio e imágenes representativas utilizados por motivos de seguridad.



 



 



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