Tolerancia, indiferencia, apatía, cobardía

Les prometí charlar un poco sobre tolerancia. Y me avisé de lo lioso del tema, pero no me hice mucho caso. Al final, cuando tenía cuatro ratos de conversación, no había manera de concluir con algo finalizado; todo quedaba lleno de flecos. Así que opto por poner unas notas, y con eso no es que baste, pero vale para mostrar que no hay manera de acabar bien un tema así. No se trata de escapar de una situación, sino de verla y vivirla en su realidad, que es muy chunga.

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Lo primero que debe tenerse en cuenta al proponer algo sobre la tolerancia es que tiene un previo y un soporte necesario: la libertad. La actitud de tolerancia tiene que ser voluntaria. Y si para la idea de tolerancia existen muchas marcas comerciales, sobre la libertad hay más.

De la libertad alguien puede decirnos que eso es tener poder o capacidad para llevar a cabo una opción individual. Así que no tener dependencia de otros para lograr nuestros fines sería una variante del modelo a comparar. Esto, que he referido en su estética comercial, te lo venden de muchos colores, siempre con el previo de instalarte la necesidad del producto. Así vamos, te venden tu ejercicio de libertad, imprescindible y honroso, pero te han esclavizado y llevado al lugar y actividad que los libertadores establecen.

Otros te venden la condición necesaria de la libertad en que nadie interfiera en tu decisión. No sólo en el aspecto material, sino en el mismo fundamento: que nadie intervenga en la toma de decisión. (Aunque esto, es evidente, ya es una interferencia en tu decisión, que proponen su manera de ver el asunto como la única de la verdadera libertad.)

Todos estos modelos te los venden tiendas de toda la vida, renovadas como actuales en los supermercados políticos y religiosos, incluso las puedes comprar por internet, eso donde hay tanta libertad.

Otros te presentan la libertad como la posibilidad de auto-realización (que hace años, recuerdo, era el producto más publicitado), que ahora se ha multiplicado en su orientación.

Si seguimos mirando el escaparate, vemos que la libertad te la anuncian, pues, como la ausencia de actuación sobre el cuerpo o sobre la voluntad. Y que el impulso o deseo del cuerpo o de la voluntad no tenga trabas tampoco internas. Ya ven que estamos metidos en otro lío. Tenemos autores de referencia que han estudiado esta represión (económica, social, política y, por supuesto, religiosa).

Estas consideraciones nos llevan a un terreno propio: la política. Estamos, pues, en el paso siguiente hablando de tolerancia política. Libertad política y, por consiguiente, el espacio posible de tolerancia.

Pero este rato de conversación tiene como horizonte el aspecto cristiano (o religioso) del asunto, y ya nos metemos en otro comercio: el de la tolerancia religiosa. Este es un problema gordo. Resulta que la tolerancia política, en su aparición en la historia, tiene su fundamento en la religiosa. Los tratados sobre la misma, como el de John Locke, no miran a otro sitio. Luego eso se extiende a la esfera política. Y ahora ya casi ni se toca, pues todo el mundo es tolerante religioso, eso dicen.

En ese espacio religioso, lo primero que me viene a la vista es la confusión de espacios. Un ejemplo; se acuerdan del famoso pin parental, que movió el fervor religioso de sectores evangélicos. Eso, dicho de un modo o de otro, como mejor guste, es un asunto político. Por aquí han dispuesto las autoridades educativas (se supone que las buenas) la inclusión de conferencias y actividades patrióticas en las escuelas, con una idea de España que es la suya, pero eso no es ideologización para “nuestros hijos”. Acaban de pasar otra indicación para que se realicen actividades sobre semana santa (lo cual, era siempre muy común). Yo me puse a mirar por la ventana a ver a los evangélicos del pin. Ni pío.

Se ha pasado de vivir la fe con sus consecuencias en la esfera religiosa, a un cambio de sitio. Ahora se puede ser tolerante (como evangélicos) con todas las expresiones religiosas, pero firmes y adelante contra las expresiones “ideológicas” políticas.

La historia de la Iglesia es la historia de la Iglesia. Y en ella encontramos situaciones realmente útiles para reflexionar. Por ejemplo; todo un personaje de referencia en el mundo puritano escocés como Samuel Rutherford, o todo un George Gillespie, representan modelos de razonamientos contra la tolerancia religiosa (de los propios protestantes). Rutherford escribió una obra muy buena, Lex, Rex, defendiendo la modalidad de monarquía constitucional frente a la absolutista; pero también escribió la burrada de Free Disputation against Pretended Liberty of Consciencie (1649), con la Confesión de Fe y los Catecismos de Westmisnter todavía calientes del horno. Nuestro buen John Owen le metió formidable bronca. Bien hecho.

Mal o bien, no se era indiferente. La situación religiosa era prioritaria. Hoy no. Te exigen que no seas indiferente a leyes y actuaciones políticas (siempre de un signo), pero que no te metas con los santos pastores de turno. Pues, creo, que es al revés. En España, por cercanía, se es indiferente al papado, cosa que nunca ocurrió en, por poner un caso, la Reforma.

En el Nuevo Testamento, yo al menos así lo veo, hay una indiferencia política. De hecho, ni nos enteramos de las leyes del momento; algunas tremendas, contra la familia y los niños. Pero se requiere gran diligencia y vigilancia sobre las doctrinas que dañan.

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En no pocos casos, es mejor sacar pecho contra (me refiero al mundo evangélico, incluso “reformado”) las leyes civiles que atañen a la sexualidad (siempre eso) o contra las modas de la juventud, que contra las doctrinas vanas y sin provecho de los púlpitos, que ahora los tienes en el móvil. Mi advertencia (siempre en mi opinión) es que debemos ser indiferentes a, por ejemplo, cómo vaya vestida una muchacha (siempre muchachas), o muchacho, y muy vigilantes con la enseñanza religiosa. No me importa qué enseña una muchacha (para algunos el gran pecado: deberían sacarse el ojo), sino qué enseña un pastor. Si mis nietos están viendo no sé qué en internet, procuro enterarme y aconsejar, si veo que ven sermones, mis alarmas se multiplican. Ahí está el peligro de nuestro juventud.

Termino. La situación política y religiosa parece que sólo te deja lugar para la apatía. Nunca. Ahora, como siempre, con todo ánimo. No se pueden tolerar algunas cosas.