Nuestro cuerpo posee fundamentalmente tres mecanismos defensivos: la piel, el sistema inmunitario innato y el adquirido o adaptativo.
El cuerpo humano sano está perfectamente equilibrado para renovar continuamente los aproximadamente 30 billones de células que posee, a excepción de las neuronas, células nerviosas que no se renuevan y que suelen durar casi toda la vida. Esta renovación se realiza mediante los nutrientes que consumimos habitualmente. Los diferentes alimentos nos proporcionan carbono, oxigeno, hidrógeno, nitrógeno, fósforo, azufre, calcio, sodio, potasio, magnesio, cloro, etc. Es decir, los componentes básicos de las moléculas de los seres vivos que constituyen todas las estructuras celulares. Además, para alimentar a tantísimas células, el cuerpo descompone el alimento en pequeñas partículas que circularán por la sangre hasta llegar a cada una de ellas.
Este excelente banquete somático, del que participan millones de comensales microscópicos, es muy apetitoso y deseado también por otros seres que pueden resultar peligrosos. Se trata de ciertos virus y bacterias sin escrúpulos que están dispuestos a penetrar en el cuerpo y destruir las células para alimentarse de ellas o utilizar sus moléculas con el fin de multiplicarse. Es verdad que no todos los virus y bacterias son nocivos para la salud humana. Por ejemplo, muchas especies de bacterias viven en nuestro intestino y nos ayudan a descomponer los alimentos. Aproximadamente, unos 100 billones pertenecientes a casi mil especies distintas que, en total, suponen un peso de uno a dos kilos. No obstante, algunos virus y microorganismos (bacterias, hongos y protozoos) sí que pueden infectar el cuerpo, enfermarlo e incluso provocarle la muerte.
El virus del Covid-19 mató, entre 2020 y 2021, a casi 15 millones de personas en todo el mundo. La hepatitis A es una inflamación del hígado provocada asimismo por un virus. Tanto la gripe como los resfriados comunes son también originados por virus. La meningitis o inflamación de los tejidos que rodean al cerebro y la médula espinal puede ser ocasionada por cuatro tipos distintos de bacterias. Y, en fin, también es una bacteria la que causa la difteria, infectando la garganta y las vías respiratorias superiores. Son muchos los microbios susceptibles de generar enfermedades graves. ¿Cómo puede el cuerpo protegerse de todos estos seres microscópicos indeseables que tienen poder para matarlo?
Nuestro cuerpo posee fundamentalmente tres mecanismos defensivos: la piel, el sistema inmunitario innato y el adquirido o adaptativo. Si no fuera por ellos, pronto seríamos colonizados por tales microorganismos y sucumbiríamos a sus ataques.
El tejido epitelial que constituye la piel del cuerpo también reviste internamente todos los conductos del aparato respiratorio (boca, garganta, tráquea y pulmones), así como de los aparatos digestivo, reproductor y excretor. El pH de la piel es ligeramente ácido y esto tiene una doble función: permite la proliferación de microorganismos beneficiosos para la piel y, a la vez, impide el desarrollo de aquellos otros que pueden ser perjudiciales. Sin embargo, a pesar de esta primera barrera, algunos virus y microbios consiguen traspasarla y penetrar en el interior del cuerpo. Es entonces cuando intervienen
los otros dos mecanismos defensivos, el sistema inmunitario innato y el adquirido que suelen trabajar de manera conjunta.
Se trata de un conjunto de órganos, células y proteínas con los que nace la persona y que trabajan conjuntamente para proteger el cuerpo de invasores externos, tales como bacterias, hongos, virus y toxinas. Actúa de forma inmediata ya que sus estructuras defensivas están ya formadas en cada persona desde el nacimiento. Cuando dicho sistema detecta una molécula o un organismo extraño, entra en acción inmediatamente. Sus células (fagocitos) rodean al invasor y lo destruyen.
A pesar de la gran defensa que supone el sistema inmunitario innato, algunos agentes patógenos logran burlarlo y consiguen proliferar en el cuerpo. Es entonces cuando entra en acción la tercera y última barrera defensiva. El sistema inmunitario adquirido colabora con el innato para producir anticuerpos específicos que neutralizarán a cualquier posible invasor. Después que el organismo haya estado expuesto a determinado agente peligroso, los llamados linfocitos B tardarán unos días en desarrollar los necesarios anticuerpos específicos que se acoplarán a ese invasor para acabar neutralizándolo y solucionando el problema. Esta capacidad de adaptación celular a las peculiaridades de cada invasor o antígeno, con el fin de elaborar armas químicas precisas capaces de destruirlo, supone toda una planificación concienzuda y muy meticulosa. Difícilmente tales estructuras podrían haberse originado por casualidad.
El sistema inmunitario adquirido va cambiando a lo largo de la vida de la persona y se desarrolla o “aprende” a medida que el organismo se expone a nuevos microbios. De ahí que, cuando se viaja a otros continentes, con ambientes muy diferentes y microorganismos distintos, cualquier herida leve pueda infectarse pronto ya que el sistema inmunitario no los reconoce ni está preparado para neutralizarlos. Las vacunas sirven precisamente para entrenar al sistema inmunitario y motivarlo a generar anticuerpos que nos protejan de enfermedades peligrosas. Nadie puede vivir mucho tiempo si alguna de estas tres barreras del sistema inmunológico está estropeada o ha dejado de funcionar correctamente. (Continuará la próxima semana).
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