Con el bautismo entramos como hermanas y hermanos en la comunidad de los creyentes y públicamente nos identificamos como ciudadanos del Reino de Dios.
Porque la verdadera fe evangélica es de tal naturaleza que no puede quedarse inactiva, sino que se manifiesta en toda justicia y obras de amor; muere a la carne y sangre; destruye todas las pasiones y deseos prohibidos; busca, sirve y teme a Dios; viste a los desnudos; alimenta a los hambrientos; consuela a los afligidos; alberga a los desamparados; ayuda y consuela a los entristecidos; devuelve bien por mal; sirve a los que le hacen daño; ora por quienes le persiguen; enseña, aconseja y reprende con la Palabra del Señor; busca a los perdidos; venda a los heridos; sana a los enfermos y salva a los débiles; se convierte en todas las cosas para toda la gente. La persecución, sufrimiento y angustia que resultan por causa de la verdad del Señor son para ella un gozo y consuelo gloriosos.
Menno Simons
Por qué no dejo de enseñar y escribir (1539)
El libro de Menno Simons, Un fundamento de fe, es una larga cadena de citas bíblicas. Consecuente con su creencia en la centralidad de la Palabra, Simons cimenta sus enseñanzas en sucesivos versículos bíblicos, los que va hilando para dejar constancia que a él le interesa dejar bien anclados sus postulados en el asidero de la Biblia.
Menno escribió Un fundamento de fe por los años 1539-1540. La obra circuló profusamente de manera clandestina. Años después, en 1558, hizo una edición ampliada. Ésta es la que ha sido traducida del holandés al castellano por Carmen Epp, bajo los auspicios del Centro de Estudios de Teología Anabautista y de la Paz, que tiene su sede en Paraguay.
Antes de los trágicos sucesos de Münster (1534-1535), que terminó con una sangrienta masacre por parte de fuerzas católicas, Menno Simons había intensificado sus dudas sobre proseguir su vida como sacerdote romano. La lectura del Nuevo Testamento le llevó a cuestionar tanto dogmas católicos como los delirios milenaristas de quienes pretendieron erigir el Reino de Dios en la tierra en Münster.
Además de la lectura del Nuevo Testamento, Simons comenta en las primeras páginas de Un fundamento de fe, que también leyó trabajos de Lutero, quien le fue “de alguna ayuda, porque a través de él supe que los mandamientos humanos no nos pueden atar a la muerte eterna”. Igualmente recurrió a escritos de Bucero y Bullinger. Entonces decidió que frente a las discrepancias que encontró tenían en distintos tópicos entre sí los reformadores protestantes, lo mejor para él era “estudiar el Nuevo Testamento con diligencia”. A ello dedicó intensas jornadas, y el resultado fue su ruptura definitiva con la Iglesia católica romana y toma de distancia de la Reforma magisterial.
En la introducción a la traducción castellana de Fundamento de fe realizada por Helmut Isaak y Roberto Wiens, acotan que “el anabautismo añadió al sola gratia, sola fide, sola escritura de Lutero la dimensión de la sola vita. En otras palabras, la salvación por fe y gracia tiene que realizarse en una vida nueva y restituida a la voluntad de Dios”. Esta centralidad para Menno Simons de la sola vita, junto con la clásica triada de Lutero, queda bien descrita de principio a fin en el escrito engendrado bajo fiera persecución por parte de quienes buscaron encarcelar o dar muerte al pastor itinerante de las comunidades anabautistas.
Al haber leído el libro de Simons me parece que lo resumido sobre las enseñanzas centrales del mismo por Isaak y Wiens hace justicia a la obra escrita en el siglo XVI. Ambos consideran que Menno Simons dejó bien asentados los siguientes principios:
Menno fijó cuál era el objetivo al escribir Un fundamento de fe, buscaba difundir las creencias de los anabautistas perseguidos: “Nosotros como pobres y miserables hombres suplicamos y exhortamos a todos, y eso por la misericordia del Señor, a leer nuestro fundamento y fe detenidamente por una vez para grabarse los mismos en sus corazones y entenderlos bien. Así sabrán cuál es la doctrina que difundimos, la fe que tenemos, la vida que llevamos y nuestro modo de pensar. Porque tenemos que escuchar y aguantar mucho, hemos soportado cautiverio y destierros, robos, injurias, mentiras y somos matados como pobres ovejas inocentes”. Escribió desde la marginalidad y asediado por los poderes políticos y religiosos de su tiempo.
Menno escribió desde la clandestinidad y en la diáspora. La suya fue una escritura del éxodo. Uno de los énfasis centrales de Menno Simons era dilucidar para las comunidades anabautistas en qué consistía la misión cristiana. Para él era hacer misión cristiana al estilo de Jesús, entonces, por lo tanto, necesariamente la misión tendría que ser integral, sin dicotomizar lo espiritual de lo material.
Para Simons la comunidad de creyentes debía ser contrastante en sus valores y conducta con los del “mundo”, es decir la sociedad que nominalmente era cristiana pero que, para él, estaba permeada por ideas y prácticas alejadas del Evangelio de Cristo. A contracorriente de las iglesias territoriales, en el entendimiento de Menno la Iglesia cristiana estaba conformada por creyentes, quienes en algún momento deberían expresar públicamente la decisión de no solamente tener a Jesús como Salvador sino también reconocerle como Señor y modelo de vida a seguir. Esta convicción, junto con otros anabautistas, le llevó a un compromiso misional, desafiando a las iglesias oficiales que prohibían la existencia en su territorio de confesiones distintas a la favorecida por las autoridades gubernamentales.
Mediante un decreto el emperador Carlos V (7 de diciembre de 1542) puso precio a la cabeza de Menno Simons. Ofreció una recompensa de cien florines de oro a quien lo entregara a las autoridades. En el decreto se le acusa a Simons de herejía anabautista. No solamente se condenaba en el documento a pena de muerte a Menno, la cual podría librar si se retractaba de sus creencias heréticas, sino que también se aplicaría la misma pena a quien le diera protección, le hospedara en su casa, le proporcionara alimentos y diera de beber, conviviera o conversara con él, tuviese sus escritos y/o los distribuyera.
Carlos V reactivó el edicto dado el 21 de marzo de 413 por los emperadores Honorio y Teodosio II contra los donatistas, quienes practicaban el bautismo mediante confesión consciente de fe [1]. Por esta práctica fueron señalados de rebautizar a quienes ya habían sido bautizados en la infancia. El Código Teodosiano “estableció castigos severos para los culpables de herejía, por ejemplo, confiscación de bienes, destierro, privación de herederos y varias penas corporales, no especifica pena capital para el rebautismo de los donatistas” [2]. Agustín justificó las acciones persecutorias contra los donatistas en su “obra Contra las herejías, escrita en vísperas de su muerte en 430 y no concluida, el obispo de Hipona cargó también contra el priscilianismo. De nuevo, se trataba de una forma de cristianismo que, empapado de sentido escatológico, denunciaba proféticamente a una Iglesia que, a lo largo del siglo IV, se había ido comprometiendo con el poder político” [3].
El 23 de abril de 1529, en la segunda Dieta de Espira, basándose en el Código Teodosiono e incluso llevándolo más allá, fue dado a conocer el edicto de Carlos V contra los anabautistas, “esta antigua secta […] condenada y prohibida hace muchos siglos”. Contra la misma se ordenaba que “Todos los anabautistas y todos los hombres y mujeres que hayan sido rebautizados, siempre que sean de edad de razón, sean condenados a muerte y privados de la vida natural mediante la hoguera, la espada y cosas semejantes, según las personas, sin necesidad de someter los casos a la inquisición de los jueces espirituales; y que no se muestre la menor señal de clemencia con ninguno de ellos, ni con los mencionados pseudo-predicadores, instigadores, vagabundos y tumultuosos incitadores del dicho vicio del anabautismo, ni con los que permanecen en él, ni con los que caen en él por segunda vez, sino que, por el contrario, en virtud del presente edicto, sean tratados severamente con castigo” [4].
Bajo este clima de acoso y peligro Menno Simons escribió, hizo teología en y para el camino. Tres años después de haber iniciado el ministerio pastoral y bajo persecución, en 1539, Simons dejó constancia de por qué se daba tiempo para poner en papel sus pensamientos, lo hizo en Por qué no dejo de enseñar y escribir. Estaba cierto del costo a pagar: “Soy muy consciente, muy amados lectores, de que nosotros, debido a nuestra enseñanza y escritura, somos maldecidos, aborrecidos, odiados, vilipendiados, perseguidos y condenados a muerte con entusiasmo por innumerables personas de alto y bajo estado. Los leones rugientes rechinan los dientes ante nosotros”.
1. Sobre los donatistas ver Antonio Piñero, Los cristianismos derrotados. ¿Cuál fue el pensamiento de los primeros cristianos heréticos y heterodoxos?, EDAF-Algaba Ediciones, Madrid-México, 2019, pp. 273-282; Juan Driver, La fe en la periferia de la historia. Una historia del pueblo cristiano desde la perspectiva desde los movimientos de restauración y Reforma radical, Ediciones Semilla, Guatemala, pp. 79-90.
2. George H. Williams, La Reforma radical, Fondo de Cultura Económica, 1983, México, p. 274.
3. José Ángel García de Cortázar, Historia religiosa del Occidente medieval (313-1464), primera edición 2012, reimpresión 2019, Ediciones Akal, Madrid, 2019, p. 80.
4. George H. Williams, op. cit., p. 273.
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