El partido remonstrante no toleraba el modelo de confesionalización que se habían dado en los estados de las Provincias.
Lo que aconteció en las Provincias Unidas (Países Bajos del Norte) antes, durante, y luego del Sínodo Nacional reunido en Dort, es reflejo del estado en que se encuentra el protestantismo en esos momentos. No deja de ser notable que uno de sus documentos principales, que ahí surge como respuesta a los cinco puntos presentados por el partido remonstrante (arminiano), aparezca en el contexto de confrontación bélica, en este caso, contra la corona española (con su Inquisición). Lo mismo ocurre poco después con los documentos de Westminster, formulados durante la guerra civil inglesa. Son épocas merecedoras de atención, pero que reciben poca atención.
Como avisé la pasada semana, hoy miramos un aspecto fundamental en ese desarrollo. El partido remonstrante no toleraba el modelo de confesionalización que se habían dado en los estados de las Provincias. Reclamaban la tolerancia política para su rechazo de algunas doctrinas esenciales contenidas en la Confesión y el Catecismo. Hay que decir que, en el futuro, eso es lo que triunfó. Ya no vamos a cambiar los nombres, pero sería más adecuado, y seguramente menos confuso, aplicar a los decretos del Sínodo de Dort el nombre de “cinco puntos contra los presentados por los arminianos, firmados por los representantes de las iglesia reformadas federadas, reafirmando la enseñanza de la Confesión y el Catecismo [de Heidelberg]”, o algo así, pero se quedaron como cinco puntos del calvinismo.
En otro contexto me parecería absurdo recordar que las doctrinas sobre la justificación del pecador, la condición de la voluntad humana, la elección de Dios, la perseverancia de los santos, etc., no eran novedades en el discurso eclesiástico desde sus inicios, pero ahora es que te puedes encontrar, me ha pasado, con algún profesor de seminario evangélico que, por ejemplo, ha “descubierto” que Bernardo de Claraval tiene cosas protestantes sobre la justificación del pecador, y va a “exponer” ese aspecto. Esperemos que nadie descubra el modelo monacal como ideal de santificación. El desconocimiento es osado. A veces un simple libro de historia de las doctrinas es muy útil.
En el caso de la protesta arminiana, no se trataba de borrar esas doctrinas (predestinación, justificación del pecador, perseverancia, etc.), sino de interpretarlas de la forma correcta, la suya. Tomando el modo del Catecismo, se podría presentar la cuestión: ¿Qué crees cuando dices creo en tal y tal doctrina? Lo que queda evidente es que la respuesta no es nueva, sino que ya la dieron antes autores fundadores del papado. No se debería aceptar que aquello fue undescubrimiento contra el modo de enseñar de la Confesión y el Catecismo, pues se puede acudir a la historia de la teología y traer un saco de esas enseñanzas en toda la historia del papado. No deja de ser chocante, sin embargo, que se celebre a Lutero y la Reforma con esas doctrinas como base. Esas doctrinas son de la contrarreforma, y si no, que se lo digan a los jesuitas que cobijaron a los, durante dos o tres años, arminianos exiliados, y les ofrecieron en Francia techo e imprenta, pues sabían que era el modo de destruir a su enemigo jurado, el calvinismo.
Si en la parte de la justificación del pecador ese partido había mostrado su cercanía a Roma al proponer que la justicia por la que somos justificados no es la de Cristo imputada a nosotros, sino que la justicia de Cristo hace posible que se pueda imputar a nuestra fe dicha justicia; nuestra fe y sus obras de amor, a causa de la justicia de Cristo, hace posible que ahora sea aprobada por Dios en lugar de la perfecta justicia que requería la Ley. Por lo tanto la fe no es simple instrumento de Dios por el que recibimos a Cristo, sino que propiamente es la justicia misma por la que estamos delante de Dios, que, por medio de la gracia, estima esa fe con sus obras en lugar de la completa observancia de los mandamientos de la Ley; de manera que somos justificados por las obras de nuestra fe, por nuestro arrepentimiento, y por nuestra obediencia a los mandamientos, no de la Ley, sino del Evangelio. En lo que atañe a la valoración de la razón y la voluntad para poder conocer la Escritura y actuar rectamente, ese movimiento arminiano no se puede decir que fuera hermano separado de Roma, sino siamés.
En las lecturas que hemos traído semanas anteriores, quedaba claro la posición de la Reforma en sus inicios sobre la imposibilidad de la razón humana, o de la voluntad, para salir de su propia condición. Ni sirven para conocernos en nuestra naturaleza, ni pueden conocer la verdad revelada en la Escritura, que se tiene que entender por el Espíritu. Es cierto que esto lleva a tener que confesar, y proclamar (para algunos de nosotros como una verdad de pleno consuelo y esperanza de futuro), que estamos totalmente en las manos de Dios, en su voluntad.
Pues esa proclamación es lo que más aborrecían aquellos y sus actuales seguidores. Haz la prueba. Consideraban como una locura, que abocaría a todo tipo de conductas indecentes de los hombres, esa doctrina de la decisión de Dios. Parece que las obras de Dios, por ejemplo, su obra de redención, no eran atractivas para la gente, y les presentan sus propias obras. Así sí. Y así vamos. Dios no puede condenar sin obras individuales, ni salvar sin obras individuales. El Evangelio que anuncia que el pecador, por la obra de Cristo, no puede ni salvarse por sus obras buenas, ni condenarse por las malas, debe ser expulsado de la tierra.
Estas apreciaciones provienen del modelo de relación que este grupo proponía entre la razón humana y la Escritura. Esto es muy relevante para nuestro tiempo. A veces se cae en discusiones tremendas respecto a la declaración por alguien sobre la inspiración de la Biblia, su autoridad, que toda es palabra de Dios, etc., sin tener en cuenta que el primer “defensor” de la palabra de Dios es el Diablo. En el Edén con el primer Adán, en el desierto con el segundo. En resumen, ya pueden declararse las definiciones más angélicas sobre la Biblia, todo ello vale lo que valga la razón humana. Un pastor que en el púlpito acaba de declarar los mejores calificativos sobre la Biblia que tiene en sus manos, seguidamente puede proclamar las mayores burradas sobre lo que “dice la biblia”, y que sus oyentes deben recibir como palabra divina. De esto, millares.
Sobre esta cuestión se han escrito algunos artículos. (Douglas Kuiper, The Remonstrants’ Doctrine of Scripture in Relation to Their Opposition to Sovereign Grace, 2023.) La propuesta remonstrante es simple: Dios no puede, sin injusticia de su parte, dar su revelación en la Biblia si el hombre que la oye no tiene capacidad para entenderla y obrar en consecuencia sobre su mensaje. Por lo tanto, la razón humana, tal cual está, sin necesidad de regeneración (pues eso no se conseguiría sin la aportación de la citada razón y voluntad), tiene el poder de conocer la voluntad de Dios revelada en la Biblia y actuar en consecuencia. Unos obran rechazando, otros obran aceptando. La Palabra, por tanto, (este era el reproche de los pastores y ancianos fieles a la Confesión y el Catecismo) era impotente frente al poder de la razón. El Dios de la Palabra quedaba sujeto a la decisión humana. La decisión humana era de efecto infalible sobre Dios, la decisión de Dios sobre el hombre, si, además es infalible, sería el colmo de la injusticia y la tiranía. Así hasta ahora.
Por supuesto, el lenguaje de los documentos remonstrantes (su misma Confesión) recubre esas posturas con formas “protestantes”, al punto de copiar en algunos párrafos sus documentos confesionales. No hablan, por ejemplo, de la razón humana como si fuera un sujeto sin frenos o impedimentos. Para que funcione bien necesita cosas concretas. La gracia aparece una y otra vez. Pero es una gracia sin poder, sólo sirve para animar al poder humano. La voluntad humana es irresistible para las cosas de la salvación, la de Dios no. Ya es bastante con que el hombre le conceda el lugar de ser prioritaria o muy importante; incluso, que sin ella no habría realizado su decisión.
Por otra parte, la razón en esos documentos remonstrantes necesita librarse de estorbos “naturales”, como pueden ser las ideas preconcebidas, los dogmas religiosos, y otros aspectos culturales. Cuando logra librarse de esas ataduras, tiene el “temor de Dios” (así lo llaman) necesario para entrar en la verdad de la Escritura y funcionar en consecuencia. Si alguien, ante la evidencia de verdad de la Biblia no actúa en consonancia, es porque esos estorbos lo impiden. Pero esos estorbosno son de la propia razón. Están ahí, pero no son suyos, ni mucho menos se le ocurra a alguien inferir que son fruto de su corrupción. Lo corrupto está fuera, si se quita, queda la razón (sin regeneración, no se olvide) liberada para conocer y obedecer. La tarea de la predicación es, pues, precisamente quitar esos estorbos naturales. Si quitas prejuicios, dogmas religiosos, e intereses de grupos, te queda una razón limpita óptima para llegar a entender y obedecer la Escritura. Eso está, según estos grupos, en el poder humano, se trata de luchar para quitar lo externo, y en eso el modelo arminiano será la gran herramienta hasta hoy. “La posición remonstrante respecto a la capacidad humana para comprender la Escritura según su visión de la libertad de la voluntad es que el humano tiene la capacidad y habilidad para comprender la Escritura por sus facultades innatas, y la capacidad para elegir creer y obedecer por su poder natural innato”. [D. Kuiper]
Hablando, hablando, nos hemos metido en ese terreno. Creo que es útil decir algo sobre la tolerancia, muy vinculado el tema en ese momento de la Reforma. D. v., lo hablamos la próxima semana. Otra hablaremos del Catecismo de Heidelberg en España. Poco a poco, que hay mucho que demoler, y mucho que moler.
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