El acto de la deglución puede ocurrir más de mil veces al día sin que se produzca ningún atragantamiento accidental. Lo cual indica la eficacia de todo el sistema.
La faringe humana está situada en el cuello, delante de la columna vertebral. Es un tubo de unos trece centímetros de longitud que conecta la cavidad bucal y las fosas nasales con el esófago y la laringe. De ahí que por ese mismo tubo tengan que pasar necesariamente el alimento que se dirige al estómago y el aire que va a los pulmones. Esto hace que la faringe sea un órgano perteneciente a dos aparatos a la vez: al digestivo y al respiratorio. El cruce entre estas dos vías se realiza a través de la epiglotis, una válvula cartilaginosa y húmeda con forma de lengüeta que obstruye el tránsito del bolo alimenticio durante la deglución, con el fin de impedir que éste se dirija al sistema respiratorio.
[photo_footer]Dibujo que muestra un corte transversal del cuello, en el que puede apreciarse la faringe humana (1), la epiglotis (2), la laringe (3) y el esófago (4) (Wikipedia).[/photo_footer]
Aunque habitualmente la acción de tragar funciona bien, en ocasiones pueden producirse atragantamientos. Cualquier resto de comida mal masticada puede pasar accidentalmente a las vías respiratorias y obstruirlas, con lo cual -si no se soluciona a tiempo- la persona puede morir por asfixia. Es frecuente también que los niños de corta edad se atraganten con globos, canicas, piezas pequeñas de ciertos juguetes, chicles, etc.
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Frente a todo esto, algunos dicen que la faringe constituye un ejemplo paradigmático de mal diseño y que, si realmente existiera un Diseñador inteligente, no la habría hecho así, tan deficientemente planificada. En cambio, si el evolucionismo está en lo cierto, tales estructuras serían el producto lógico de las mutaciones al azar, la selección natural sin propósito y el desorden propio de prueba y error. Por lo que sería lógico que se evidenciaran tales deficiencias anatómicas.
En este sentido, el profesor español Jesús Mosterín escribió en su libro Ciencia Viva, las siguientes palabras: “El conducto que lleva el aire a los pulmones se cruza absurdamente en la garganta con el que lleva la comida al estómago, poniendo a los vertebrados en peligro de ahogarse. (…) La selección natural no actúa sobre todos los diseños posibles, sino solo sobre algunas variaciones aleatorias de unos pocos esquemas arcaicos.”[1] De la misma manera -y quizás influido por el anterior- el entonces joven biólogo Ernesto Carmena escribía hace casi dos décadas: “Hay muchos más ejemplos de chapuzas imperdonables. Nuestro tubo digestivo está absurdamente conectado con las vías respiratorias. Esto puede ser muy divertido para esos niños demoníacos que aprenden a beber leche y expulsarla por la nariz, pero también nos pone en serio peligro de atragantarnos y ahogarnos. ¿Por qué no dos tubos bien separaditos? (…) Una solución a base de cañerías totalmente independientes habría sido mucho más lógica.”[2]
Más recientemente, el biólogo evolucionista norteamericano Nathan H. Lents ha manifestado que “si tuviéramos aberturas separadas para el aire y los alimentos, esto nunca sucedería (la asfixia). La deglución es un buen ejemplo de los límites de la evolución darwinista. La garganta humana es simplemente demasiado compleja para que una mutación aleatoria (el mecanismo básico de la evolución) deshaga sus funciones fundamentales. Tenemos que resignarnos al absurdo de tomar aire y comida por el mismo tubo.”[3]
¿Están todos estos autores en lo cierto? ¿Evidencia realmente la faringe humana un mal diseño? Si fuimos hechos por un creador sabio, ¿por qué no acertó a solucionar este problema? Hay mamíferos, como las enormes ballenas, que poseen dos conductos bien separados, uno para el aire y otro para el alimento, ¿cómo es que los humanos carecemos de ellos? ¿En qué estaba pensando el creador?
Cuando se analiza detalladamente el acto de la deglución en el ser humano se descubre la complejidad del mismo y la incoherencia de las objeciones anteriores. En efecto, para tragar un bocado de alimento o un simple trago de agua se requieren unos 50 pares de músculos diferentes que están controlados por seis nervios distintos. La lengua mueve voluntariamente el bolo alimenticio hacia la faringe y esto desencadena el acto reflejo de la deglución, que es involuntario. En el momento en que la faringe detecta el bolo, le envía información al centro nervioso de la deglución -que se haya ubicado en el tronco encefálico- para que éste desconecte inmediatamente la respiración y deje de pasar aire durante la deglución. Esta función refleja evita que el alimento se introduzca accidentalmente en las vías respiratorias. Al mismo tiempo, el tronco encefálico manda señales a los numerosos músculos para que se contraigan adecuadamente y empujen el bolo hacia el esófago, impidiendo que éste suba hacia las fosas nasales. Todo esto sucede aproximadamente en un segundo y así se evita la sensación de asfixia.
El acto de la deglución puede ocurrir más de mil veces al día sin que se produzca ningún atragantamiento accidental. Lo cual indica la eficacia de todo el sistema. ¿Cómo pudo aparecer gradualmente un mecanismo así? ¿De dónde surgió la información necesaria para crear el centro de la deglución en el tronco encefálico, capaz de relacionar todos esos músculos y nervios con el fin de que sea posible tragar de forma segura, a pesar de que el alimento y el aire pasen por el mismo conducto?
El secreto de dicho cruce de conductos reside en la capacidad humana para hablar y cantar. Es necesario que se crucen ambos tubos para que podamos dialogar y comunicarnos verbalmente. Si tuviéramos dos conductos separados -como las ballenas- no podríamos hacerlo. Es verdad que estos cetáceos emiten sonidos bajo el agua pero carecen de cuerdas vocales y, por tanto, no pueden articular palabras como nosotros. Los ruidos de la ecolocalización los generan dejando que el aire fluya por ciertas estructuras de la cabeza. Semejante producción de sonido es muy diferente a la que es propia del ser humano. De manera que el diseño especial de nuestros aparatos respiratorio y digestivo no es un chapuza absurda sino que viene condicionado por la necesidad que tenemos de hablar, comunicarnos y transmitir información compleja. Incluso la forma de la lengua, dientes, garganta, fosas nasales, cavidad bucal y faringe están perfectamente diseñados para emitir sonidos inteligibles que permitan la comunicación oral humana. Desde el evolucionismo materialista, se intenta pasar por alto esta cuestión y se ignora adrede el diseño evidente de todo el sistema, así como sus objetivos principales.
Por otro lado, tal como explican los científicos estadounidenses Steve Laufmann y Howard Glicksman en su extenso libro: “Si, como recomiendan los críticos, estuviéramos estructurados para usar la boca sólo para tragar comida y agua, y no para respirar, excluyendo así el habla y el lenguaje tal como los conocemos, los conductos nasales necesitarían ser mucho más grandes para traer suficiente oxígeno durante los elevados niveles de actividad”.[4] Además se necesitaría una anatomía completamente diferente a la que poseemos. Se requerirían dos bocas, una para comer y otra para respirar y hablar. Así mismo tendríamos dos lenguas, una para procesar el alimento y otra para comunicarnos; dos dentaduras completas, una para triturar la comida y otra para pronunciar correctamente determinadas consonantes; dos cavidades nasales unidas a las bocas, una para producir sonidos complejos y otra con los sensores olfativos necesarios para saborear bien el alimento, etc., etc. Toda una reconfiguración completa del organismo que pone de manifiesto lo absurdo de la propuesta de los dos conductos.
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Es verdad que los humanos a veces nos atragantamos y algunos incluso llegan a morir por asfixia, pero eso se debe en la mayoría de los casos al envejecimiento, al deterioro de los órganos y las funciones o a simple negligencia por no masticar o tragar adecuadamente la comida. No es sabio usar tales ejemplos para decir que la faringe está mal diseñada y que, por tanto, no debe existir un Dios creador inteligente. Se trata de un mal argumento que pretende respaldar la evolución materialista no dirigida y negar la realidad de un creador sabio y misericordioso. El esfuerzo de algunos por descubrir ciertos órganos o funciones supuestamente mal diseñadas pasa por alto la gran cantidad de buenos diseños existentes en la naturaleza. ¿Cómo es que cada especie animal o vegetal presenta tanto diseño perfecto o adecuado a su entorno? ¿Por qué la biosfera está repleta de ellos? No creo que el simple azar pueda explicarlo convincentemente.
Notas
[1] Mosterín, J. 2001, Ciencia Viva, Espasa Calpe, Madrid, pp. 202-203.
[2] Carmena, E. 2006, El Creacionismo ¡vaya timo!, Laetoli, Pamplona, pp. 136-137.
[3] Lents, N. H. 2018, Human Errors: A Panorama of Our Glitches, from Pointless Bones to Broken Genes, HMH Books, Boston, p. 19-20.
[4] Laufmann, S. & Glicksman, H. 2022, Your Designed Body, Discovery Institute Press, Seattle, p. 417-418.
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