Ji Ho no puede ni tener una Biblia en Corea del Norte, pero escucha las palabras de Jesús con una pequeña radio secreta que le dejó su padre antes de ser arrestado.
Cada año, la persecución contra los cristianos se recrudece y se expande mucho más. Los creyentes necesitan nuestro apoyo. Pero incluso en los países más peligrosos para los cristianos, Dios sigue brillando.
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Varios policías de uniforme destrozaron la pequeña casa de Ji Ho* en Corea del Norte. Saquearon los cajones, rompieron la vajilla, cavaron furiosamente en el jardín con sus palas mientras llenaban todo de tierra...
Como asalariados del gobierno, necesitaban pruebas. Querían demostrar que el dueño de la casa que se acurrucaba ahí en un rincón junto a su hija era cristiano. Al final, consiguieron su objetivo.
«Los agentes encontraron una Biblia envuelta en plástico enterrada en el jardín», recuerda Ji Ho*, que entonces aún iba al colegio. «Un policía arrojó triunfalmente el libro a los pies de mi padre. Los dos nos rompimos a llorar. En ese momento, supimos que nunca más volveríamos a vernos».
Efectivamente, se llevaron al padre de Ji Ho y dejaron sola a la pequeña.
Corea del Norte es el lugar más peligroso del mundo para seguir a Jesús. Este país de Asia oriental encabeza de nuevo la Lista Mundial de la Persecución de Puertas Abiertas y los cristianos allí se encuentran en una situación cada vez más crítica. Bajo este régimen tan represivo, poseer una Biblia está penado con la cárcel, y la fe puede llevarte a un campo de trabajo. Los creyentes corren el riesgo de ser torturados e incluso ejecutados si son descubiertos.
Pero incluso en Corea del Norte, la voz de Dios no puede ser silenciada. Ji Ho aún no sabe qué le ocurrió a su padre pero, años después de que se lo llevaran, esta joven hizo un descubrimiento que transformó su vida.
Todas las noches, Ji Ho sintonizaba la radio secreta de transistores de su padre, desesperada por recibir noticias de comida para no morir de hambre como sus vecinos. Un día, una voz desconocida interrumpió la emisión.
«Oí a un hombre que hablaba coreano, pero no se parecía a ningún programa estatal. Decía que nosotros éramos la sal de la tierra, que estas eran las palabras de un tal Jesús, y nos recuerdan que nunca debemos perder nuestro amor hacia los demás».
Ji Ho se quedó atónita, sobrecogida por un recuerdo que ahora cobraba sentido. «Casi se me cae el té», recuerda la joven. «Eso era exactamente lo que me dijo mi padre, casi palabra por palabra, hace muchos años».
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A partir de entonces, Ji Ho decidió escuchar... y Dios habló. «Me convencí», afirma. «Este Jesús era el maestro del que mi padre había estado tratando de hablarme tanto tiempo».
Así fue cómo Ji Ho entregó su vida a Jesús. Pero, al igual que los 400 000 creyentes que se calcula que hay en Corea del Norte, su fe sigue siendo secreta y se enfrenta a una lucha diaria por la supervivencia. La pobreza hace estragos en toda la nación. Aunque se han abierto las aduanas con Rusia y China desde la pandemia del coronavirus, las importaciones de alimentos se dirigen en primer lugar a la élite y al ejército. En consecuencia, la mitad de la población carece de un suministro seguro de alimentos.
Es una situación desesperada, tanto desde un punto de vista espiritual como físico. Ji Ho incluso se preocupa más allá: «Puede que sea la única cristiana de mi país».
Los creyentes como Ji Ho necesitan saber que no están solos. Hace falta el amor, las oraciones y el apoyo de su familia de la Iglesia mundial para que estos valientes cristianos puedan seguir a Jesús en los lugares más oscuros.
Muchas organizaciones cristianas han estado al lado de los creyentes norcoreanos, trabajando a través de redes secretas para hacerles llegar alimentos y medicinas. De hecho, 100 000 cristianos reciben apoyo espiritual vital gracias a la generosidad de cristianos alrededor del mundo. Ahora más que nunca, creyentes como Ji Ho dependen de sus hermanos de la Iglesia mundial para sobrevivir.
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«Ahora entiendo por qué se llevaron a mi padre», asegura Ji Ho. «Nuestros líderes no quieren que adoremos a nadie más que a ellos, y mi padre tenía un Señor que es más grande que los gobernantes de nuestro país».
Y añade: «Ahora soy cristiana, como mi padre. Espero poder conocer algún día a otro seguidor de Jesús. Por ahora, seguiré escuchando la radio. Seguiré escuchando a Dios. Y seguiré siendo sal y luz. Tal y como me decía mi padre».
*La historia de Ji Ho es una recopilación de las experiencias reales de varios creyentes clandestinos en Corea del Norte cuyos nombres han sido cambiados por motivos de seguridad.
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