Que esa “paganización del cristianismo” mata cada día a Cristo es lo que nos atañe, no solo en el XVI, también en nuestro tiempo.
En las representaciones religiosas cada época tiene sus modelos. En nuestras conversaciones ya hemos recalcado la necesidad de demolición de los modelos que usurpan la palabra de Dios. Hoy acabo poniendo algunas notas del texto que hemos leído. (Villacañas, 2017. No he citado nada de su presentación de Erasmo, que es de libro. Ya puse que el centro de su estudio es Lutero, pero tiene el antecedente de Erasmo, y el complemento de Melanchthon. -De sus Locci communeshay traducción reciente en Trotta-)
Algo queda evidente en la explicación del inicio de la Reforma en nuestros ratitos de conversación, y es que los valores del cristianismo que se hayan en el cristianismo no son sino expresión culminada de paganismo y mundanalidad. Eso tuvo que demoler la Reforma. Hoy parece que existe acuerdo común en demoler a la Reforma, por supuesto, dejando algo de sus formas. Que esa “paganización del cristianismo” mata cada día a Cristo es lo que nos atañe, no solo en el XVI, también en nuestro tiempo.
Uno de los campos donde esto puede verse con más claridad es en la doctrina sobre la santidad o santificación. Partiendo de las metáforas que se han estudiado respecto al corazón humano, siempre engañoso, ese mirarse encorvado, flexionada hacia dentro, de modo que el ojo solo puede verse a sí mismo, y de ese modo su mirada externa es solo la proyección de su pulsión, debería ser advertencia permanente para no fiarse de tal fuente de conocimiento. En su proyecto terrible de autoendiosamiento, el corazón puede proponer la eliminación de toda divinidad, un ateísmo radical, o, la mayor de las veces, proponer unas representaciones religiosas en las que él sea el rector final. Propone, por ejemplo, un pecado que puede vencerse, y, en consecuencia, una salvación que se puede lograr desde ese mismo corazón. Esto es el cristianismo. Esto hay que demoler.
El modo de expresión temporal de ese cristianismo es la santificación. Seguro que hay matices, seguro que hay iglesias donde esto se pinte de un color u otro. Pongamos de referencia a las que más enfatizan la santidad. Incluso te pondrán métodos y maneras de lograr vencer al pecado. Por supuesto, estas iglesias son las de los primeros pasos del monacato, con sus reglas, avisos, y mediciones. Allí se describen las listas de pecados y virtudes que los neutralizan. De ahí sale el papado. Que ahora se pretenda tumbar al papa, y quedarse con lo que lo ha creado, es un buen síntoma del desvarío de los tiempos que vivimos. De ahí salió una santidad diabólica, la que le propuso aquel a nuestro Redentor en el desierto. Uso de la Biblia, para negar al Dios de la Biblia. (No es un recurso eso de calificar en contrario, también nuestro Constantino de la Fuente llamó en sus comentarios al salmo primero la acción del diablo como providencia diabólica.)
Una cuestión que si se deja atrás tira por tierra todo el mensaje de la Reforma es que en el concepto de tiempo que resta, el tramo de vida presente hasta la tumba, la conducta corresponde a toda la existencia. Por eso la santificación, ese vivir la fe en el tiempo, en la tierra, no es medible por obras particulares.
“...Esta es otra de las dimensiones derivadas de la cuestión de la prioridad de la fe. Esta no se acredita mediante una obra aislada, sino que en tanto promesa de futuro afecta a la totalidad de la existencia. Así cambió el significado de la ‘buena obra’…. Obra entera de la vida, la fe tenía que ver con la totalidad de la existencia y sin esta mirada no entenderemos lo que se quiere decir con la autoafirmación moderna. Pues no se trata de una afirmación concreta de actos puntuales, lo que la óptica activa siempre hace. Se trata de verse por la fe como una totalidad de la existencia atravesada por la paciencia y la perseverancia, la confianza y el consuelo, las formas de organizar el tiempo. Esta relación con el tiempo en su totalidad es la decisiva. Este ya no es un caos de idas y venidas, de acciones puntuales, de ocasiones y oportunidades regidas por la vieja fortuna, sino una concentración que se manifiesta sobre todo por la paciencia y la tolerancia, la verdadera virtud que procede de la esperanza , tema al que dedica Melanchthon todo el epígrafe De caritate et spe. La acción que no confía en los méritos lleva de forma necesaria a que la fe ni venga aumentada por los éxitos ni disminuida por los fracasos. Está a salvo de sí misma y de sus accidentes.
Aquí deberíamos invocar la cuestión de la certitudo salutis y la forma en que se contempla en este primer momento de la Reforma. Melanchthon se ha hecho eco de ella de manera expresa porque estaba en la mente de todos. ‘¿Cómo un hombre puede saber si está en gracia de Dios? ¿Puede ser conocido que la fe habita en nuestros corazones?’, se preguntó. De forma sorprendente no vemos aquí la angustia que posteriormente se presumió en los reformados. Como veremos, tampoco está en Calvino. Son los escolásticos los que se equivocan al decir que esto no puede ser conocido. Con ello confiesan que no saben nada de la experiencia del espíritu. Ahora bien, como ellos han hecho de la fe una capacidad del alma, concluyen que el alma se engaña a sí misma y de este modo enturbian la fuerza de la fe.
… Melanchthon, de forma coherente con el ataque a la escolástica, ha denunciado las consecuencias de sus puntos de vista para la conciencia cristiana. ‘El resultado es que la conciencia es dejada a sí misma en una fluctuación continua en la incertidumbre. ¿Qué es esto sino enseñar la desesperación?’
El defecto del argumento de los escolásticos es que la experiencia de la fe debe proceder de las propias obras del alma y de nuestras capacidades naturales. Si fuera así, nunca reposaría la conciencia, pues el alma no es capaz de ofrecernos una base sólida para la vida. Nada de la experiencia natural del alma, de aquello que pueda ser juzgado por la razón humana, tiene relación con la fe. Esta se acredita a sí misma ante sí misma.” (pp. 473-475)
No les pongo nada más. Es un hecho que estas cosas dichas de esta manera, no son comunes en los púlpitos evangélicos. En muchos incluso sería doctrina infecta. Seguimos en lo de siempre.
Una santidad predicada y buscada por obras, por actos individualizados, puede ser alabada desde la gloria del corazón humano. Ahí está el santoral. Al final tienes como un tetris donde colocas piezas. Algunos lograron acabarlo, y les sobró piezas, que ahora puedes recibir por invocarlos: el tesoro de la gracia que administra la Administradora del purgatorio. En el modelo evangélico, en tantos casos, se sigue el mismo patrón. Entregados a sus caminos, el peor juicio de Dios. Mucho por demoler.
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