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El misterio de la circulación

El transporte de la sangre en el cuerpo se realiza mediante un inmenso conjunto de vasos sanguíneos de diferente diámetro que en total suponen más de 96.000 kilómetros de tuberías.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 21 DE ENERO DE 2024 20:00 h
Imagen de [link]Robina Weermeijer[/link], Unsplash.

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.



(Pr. 4:23)



 



No fue hasta el siglo IV a. C. que algunos sabios -como el médico griego Erasístrato y años después Galeno y también Vesalio- empezaron a creer que los ventrículos del corazón eran una especie de bomba que movía la sangre mediante los movimientos de sístole y diástole. De manera que cuando el autor de los Proverbios escribió tales palabras -varios siglos antes- probablemente no se estuviera refiriendo a la importancia biológica de este órgano fundamental. De hecho, para los hebreos, el corazón era el centro del entendimiento, la voluntad y el lugar donde se toman las decisiones. Más o menos como el cerebro para nosotros en la actualidad. Sin embargo, esta frase de los proverbios de Salomón, aunque quizás su autor no fuese consciente de ello, sigue además teniendo sentido fisiológico hoy ya que el corazón continúa siendo el motor de la vida. 



Tuvieron que pasar muchos años hasta que el médico y teólogo español Miguel Servet fuera quemado en la hoguera por orden de Calvino, en 1553, no por su descubrimiento acerca de la circulación pulmonar, sino sobre todo por sus creencias antitrinitarias. Posteriormente, en 1628, el Dr. William Harvey describió el corazón humano como una bomba dentro de un circuito cerrado y unidireccional, al que llamó sistema circulatorio. 



Hoy sabemos que la sangre, movida por el corazón, es fundamental para llevar oxígeno a los aproximadamente 37 billones de células que posee el cuerpo humano. Este transporte se realiza mediante un inmenso conjunto de vasos sanguíneos de diferente diámetro que en total suponen más de 96.000 kilómetros de tuberías. De la misma manera que se necesita energía para bombear agua desde cualquier río o embalse hasta una casa, también se requiere cierta energía constante para mover la sangre a través de tan enorme red de vasos sanguíneos. Dicha energía la proporciona el corazón. De ahí que el antiguo autor del libro de Proverbios tuviera razón, al asegurar que de él mana la vida.



El corazón es una bomba muscular dividida en dos aurículas superiores y dos ventrículos inferiores. La aurícula izquierda recibe la sangre rica en oxígeno procedente de los pulmones y la envía al ventrículo izquierdo a través de la válvula tricúspide. El movimiento de contracción o sístole de éste la envía al resto del cuerpo. Esta circulación se completa cuando la sangre pobre en oxígeno procedente del cuerpo penetra de nuevo en el corazón a través de la aurícula derecha (en el movimiento de relajación o diástole) y después de pasar por la válvula mitral al ventrículo derecho es enviada de nuevo a los pulmones a través de la aorta. 



Las válvulas que hay entre aurículas y ventrículos, así como entre éstos y sus correspondientes vasos de salida, son de una única dirección o de “no retorno” para que la sangre no vuelva nunca hacia atrás. Esta sangre que sale del corazón viaja por las arterias, arteriolas y capilares, en vasos cada vez de menor diámetro para permitir que el O2 pase a los diferentes tejidos y el CO2 de éstos sea recogido, transportado por las vénulas y venas hasta ser expulsado en los pulmones. En éstos, la sangre se volverá a cargar del oxígeno vital para seguir permitiendo sucesivamente el ciclo de la vida. De manera que el sistema cardiovascular es cerrado y está constituido por dos circuitos circulares. Para que la sangre recorra los dos, el corazón debe bombearla dos veces, una hacia los pulmones, con el fin de oxigenarla, y otra hacia el resto del cuerpo.



[photo_footer]Esquema del corazón humano. / Wikipedia.[/photo_footer]



Es evidente que los requerimiento de oxígeno por parte de las células corporales varían en función de la actividad que estemos realizando. No se necesita lo mismo, por ejemplo, cuando permanecemos sentados leyendo que cuando corremos o realizamos cualquier otro ejercicio físico. Esto se soluciona simplemente variando la velocidad a la que el corazón bombea sangre. Si no fuera así, el cuerpo debería fabricar más sangre para continuar suministrando O2 a las células y esto sería engorroso ya que requeriría mucho más tiempo. Recientemente se ha descubierto que esta capacidad de variar tan rápidamente el ritmo cardíaco en función de las necesidades de oxígeno se debe en parte a la estructura que poseen ambos ventrículos, ya que los dos están formados por una misma banda ventricular continua que se trenza y gira sobre sí misma en forma de helicoide.[1]



El corazón es un músculo singular y muy especializado que funciona de manera diferente al resto de los músculos. Si los demás músculos del cuerpo, generalmente adheridos a los huesos, se contraen después de recibir órdenes del cerebro por medio de nervios, el corazón sólo lo hace porque posee un grupo de células en la aurícula derecha llamado nódulo sinoauricular que envía señales eléctricas a todo el corazón. Este nódulo es el responsable de la frecuencia cardíaca y es capaz de detectar las necesidades corporales de sangre en cada momento. Los sensores existentes en los músculos del cuerpo informan al cerebro acerca de su movimiento y requerimientos metabólicos. El sistema nervioso autónomo analiza toda esta información y envía señales al corazón en una centésima de segundo. Si estamos en reposo, se libera la hormona acetilcolina que, al ser detectada por el nódulo sinoauricular, contribuye a reducir el ritmo del corazón. Si, por el contrario, el organismo está activo, se libera otra neurohormona, la llamada norepinefrina que acelerará el ritmo cardíaco.



Cuando se analiza en conjunto, el sistema cardiovascular es una auténtica maravilla que funciona a la perfección. Sus múltiples y complejas partes se coordinan para controlar las diferentes necesidades celulares de flujo sanguíneo en cada momento. El corazón es la bomba que empieza a mover la sangre en el embrión, a partir de las tres semanas de gestación y continúa ininterrumpidamente hasta la muerte de la persona, ochenta o noventa años después. ¿Cómo pudo el azar ciego crear algo así? Apelar a los supuestos ensayos y errores casuales de la selección natural requiere tanta fe o más incluso que creer en el Dios creador.



Se trata de un sistema que es capaz de determinar la cantidad exacta de sangre que necesita cada tejido del cuerpo y en función del tipo de actividad que se esté realizando en ese momento. Después de dicho cálculo rápido, el sistema ajusta convenientemente la presión adecuada, el movimiento de las válvulas que dejan pasar la sangre, los músculos específicos que intervienen, también el sistema cardiovascular manda información a todo el organismo y la recibe en un tiempo récord, incluso antes de lo que cambian las necesidades fisiológicas. Todo esto sucede sin que nosotros seamos conscientes de ello o estemos pensando todo el día en equilibrar nuestra presión sanguínea. En fin, se trata de un sistema extraordinariamente complejo en el que cada una de sus partes químicas y físicas debe estar en su lugar correspondiente, bien conectada, sincronizada y funcionando correctamente para que todo el sistema sea eficaz y permita que cada persona pueda vivir hasta alcanzar la vejez. Si algo falla, sobreviene la enfermedad e incluso la muerte prematura.



Se trata, en definitiva, de un sistema que plantea un reto importante al misterio de su origen. ¿Cómo pudo llegar a formarse algo así?



 



Notas



[1] Ver aquí.



 



[analysis]

[title]Por un año más[/title]

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