Os alimentan con vanas esperanzas

En los profetas enviados por Dios encontramos muchos avisos, precisamente contra los que él no envió. “Proclamad”, “convocad”, “poned vuestro rostro contra…”, “decid”, etcétera, son las órdenes que reciben, con ello conocemos que la mayoría del tiempo, incluso con las normas escritas, el santuario y el sacerdocio, el pueblo de Dios es la expresión de lo que él aborrece: el espacio de su presencia en el mundo, es el espacio donde se muestra su aborrecimiento. Toda una lección. 

¡No podemos rendirnos! Los tiempos son malos, muy malos, pero la mano de nuestro Dios es tan poderosa como siempre. En medio de la ruina moral y de adoración de Israel, el reino del norte, Dios se reservó siete mil que no doblaron su rodilla ante los baales; el resto del pueblo, sí. En medio de la ruina de Jerusalén y su templo, con todos los ritos y signos de santidad en el muladar, Dios conserva en su palabra profética a los suyos, su resto escogido. Cuando regresan del cautiverio, en medio de la confusión, Dios conserva a su resto escogido; cuando durante siglos ni conocemos nada de ellos, ahí están porque está su Dios con ellos. Cuando están con su Mesías fuera del templo, sin su templo, sin los palacios y templos de las naciones, sin ser nada en las historias de las naciones, están como pequeña manada en casas, pero son la razón de la Historia. Cuando de nuevo se convierten no en el Israel de Dios, sino en el de los baales, trocando sus casas por templos y palacios, imponiendo su historia, la de un cristianismo corrupto, Dios sigue conservando un resto escogido. Así, hasta hoy.

Los inicios de la Reforma son un ejemplo del poder de Dios en medio de un espacio de lo más adverso. No se trata de mirar esa época como una reliquia a la que acudir de romería para obtener alguna indulgencia “evangélica”, pero su adecuado conocimiento nos será de utilidad para la comprensión de nuestro presente, pues en mucho estamos en lo mismo. (Ya he recomendado el estudio sobre Lutero, 2017, del profesor Villacañas, como instrumento certero para comprender esos momentos. Citaré algunos renglones también aquí.)

Nosotros vivimos en la España en la que vivimos, pero está el dato fundamental, de que sectores en la misma la requieren en aquella época, sin la cual pierde su esencia. La España enemiga contra la Reforma es el modelo tan de inercia social, que siguen su curso incluso gente fuera del ámbito religioso que le da su energía. Por ejemplo, se suele pensar en la conquista de América, con pros o contras, pero sin caer en la cuenta de que en ese momento la corona hispana que allí se implanta (o la portuguesa), vive en suelo europeo una contienda de sentido universal. El cristianismo que aquí se considera, con nombres y apellidos, el reino del Anticristo, es precisamente el que se está allí implantando.

(Les pongo palabras del texto citado.) “No es un azar que hacia 1523 Lutero ya fuera representado por los pintores alemanes… como el Hércules germánico… No debemos olvidar que el lema de Carlos era una de las hazañas de Hércules, llevar más allá del mundo conocido y situar más lejos las columnas de la civilización. Ahora, otro Hércules alemán se alzaba contra él, lo miraba cara a cara, y realizaba otro trabajo heroico, liberar a los alemanes de Roma. La civilización no era aquello ya ganado que había que llevar al mundo ignoto de América, sino lo que todavía era preciso construir en el seno de la sociedad europea [negritas mías]. Para ello se debían destruir los monstruos que impedían la libertad de los europeos y, sobre todo, el primero de ellos, el Anticristo. Aumentar la Civitas no era la desnuda expansión del poder hispano sobre los desdichados indígenas de las islas descubiertas en el Atlántico, sino abrir espacios a la libertad europea, aunque para eso tuvieran que ser eliminados los obstáculos que un sedimento histórico sobrecogedor había levantado sobre el alma humana”. (pp. 435-6)

¡Nos ha quedado un buen proyecto para el futuro! Resulta que, como en esos momentos, tampoco hoy se puede asumir una civilización ya consumada. Eso que dicen de una Europa de los valores de nosequé no parece que sea mucho más que lo que llevaron a esas islas. Con la diferencia de que entonces emergía una Reforma para derribar esos valores y construir otra de libertades, y ahora eso que la Reforma quería derribar es el edificio donde la gente reza junta. De ahí que la tarea es la misma, o más, que hubo que llevar a cabo entonces. Pero se puede. Tenemos los mismos enemigos, más sofisticados si cabe, pero también el mismo Dios con la misma Palabra.

La Reforma tuvo un instrumento reconocido por todos: la imprenta. (Valga decir, que ¡igual lo tenía el imperio que había que derribar!) Pero es lo cierto que también contó con un espacio ya preparado para la siega: las ciudades. Esto se ha estudiado bien, las ciudades fueron pieza forzosa en el nacimiento y crecimiento del movimiento. Tenían un modelo de gobierno donde la nueva esperanza encontró campo fértil (no se olvide, a fin de cuentas, que el término protestanteproviene de un testimonio ante el emperador de ciudades libres).

Se unieron lo que ahora se llamaría esfera política y religiosa. No estará de más recordarlo, pero la liberación de la Palabra produce también libertad política frente a la política y religión del papado. La palabra profética en Israel tenía el horizonte de lo civil y lo religioso. Vuelvo a citar del texto anterior, donde el autor presenta la posición de Lutero en su obra A la nación alemana. “… Lutero extraía la conclusión pertinente de su argumento. Todo el derecho canónico se derivaba de la expropiación de la comunidad por parte del papado. Pero por eso mismo era tan importante la segunda muralla, la de la Escritura. Ella era un bien común de la comunidad. No podía ser expropiada, como si el Espíritu que la inspiraba pudiera transferirse por entero al papado. La concentración del Espíritu en el papado implicaba la inutilidad o clausura de la Escritura. Pero la Escritura misma hablaba contra esa concentración del Espíritu, que soplaba allí donde unos pocos cristianos estuvieran reunidos, esto es, en la comunidad. Lo que alarmaba a Lutero era esa reducción de la Iglesia a un hombre. A eso lo llamaba un error diabólico. Frente a él esgrimía la primera carta de Corintios 2:15 que aseguraba la potencia universal de la crítica que portaba el cristiano. En ella residía la libertad y la valentía. No se entenderá a Lutero sin verlo como el portador de una auténtica parresía cristiana.

Lutero llegaba al final de su argumento y estaba en condiciones de explicar el sentido del título de su escrito. Era evidente para él que la doctrina canonista, que partía de la comprensión del papado como plenitud de potestad, era una invención de los juristas eclesiásticos que habían imitado al emperador. Tal proceder iba contra la Escritura. Por tanto un papado así organizado debía ser denunciado ante la comunidad [negritas mías]. Y para eso alguien tenía que reunirla. Y eso es lo que hacía Lutero con su escrito a la nación alemana. En este sentido, este ensayo tiene una función constituyente. Llama a la nación a que ejerza sus derechos y al convocarla la hace existir. Por supuesto, estos hechos le proporcionaban a Lutero un estatuto muy extraño. No era la autoridad temporal, ni tampoco una especial autoridad espiritual. Sin embargo, se veía en condiciones de convocar a la comunidad con el único título de ser parte de ella, de cumplir ese deber de las obras útiles al cuerpo, aunque despojado de toda autoridad.” (pp. 385-6)

Pensar en estas cosas es muy útil en nuestro presente. Ya hablamos, d. v., de otras cuestiones parecidas la semana que viene. ¡Que viene un tiempo de mucho que hacer!

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[title]Por un año más[/title]

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