Arturo Zúñiga Campos y este escribidor se conocieron, no podía ser de otra manera, en la sala de redacción del periódico donde trabajaban. Como queda dicho en el libro que publicaron, en estos largos años han “volado” juntos pero no revueltos.
Se atribuye al poeta cubano José Martí el haber acuñado la frase, “Hay tres cosas que el hombre debe hacer en la vida: Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro”. En cualesquiera de las condiciones expuestas está implícito el elemento creatividad, no obstante que los énfasis en cada caso pueden ser diferentes. En el árbol y en el hijo, la virtud se da en el crecimiento y en los frutos que se puede esperar de ellos; en el caso del libro, se da en la frescura de su contenido que no se añeja por más años que transcurran desde su publicación. Hojas que no se marchitan ni se desprenden.
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Arturo Zúñiga Campos, periodista chileno que estuvo a punto de convertirse en el ejercicio de su profesión en corresponsal de guerra y este escribidor se conocieron, no podía ser de otra manera, en la sala de redacción del periódico donde trabajaban. De esto hace más de 50 años. Como queda dicho en el libro que publicaron, en estos largos años han “volado” juntos pero no revueltos. Y ahora, con las nieves del tiempo metidas bien adentro, han decidido publicar una segunda edición del libro.
Al leer los pormenores contenidos en estas notas introductorias, usted tendrá acceso a hechos curiosos que forman el trasfondo de “Años Adentro” – Dos aves migratorias unidas por una pluma.
Por Arturo Zúñiga
Hay quienes nos han preguntado por el título del libro: “Años Adentro”, que les ha llamado la atención. Qué significa. Y la respuesta es muy fácil.
Con Eugenio nos conocemos desde cuando éramos relativamente jóvenes y trabajábamos como periodistas en “El Diario Austral”, de Temuco. De eso hace más de 55 años. Fue pasando el tiempo, cada uno hizo lo que tenía que hacer. Si bien es cierto, nunca perdieron el contacto, jamás estuvo en sus planes escribir un libro en coautoría. Hasta que se dieron cuenta que podían hacerlo. Ambos habían escrito algunos trabajos parecidos a cuentos y los tenían ahí, guardados, sin destino determinado, a la espera. ¿A la espera de qué…?
Y por ahí surgió la idea. Los dos se estaban haciendo viejos, estaban ya “entrados” en años. Y entonces, antes de que éstos se les fueran demasiado adentro desde donde ya hubiera sido imposible sacarlos para darles alguna utilidad, decidieron que era hora de juntar sus escritos y darles forma de libro. Esa es la única explicación a los “Años Adentro”; es decir, años que se van metiendo en el cuerpo, en la mente, en el alma, y ahí envejecen, aunque los nuestros no morirán mientras alguien lea lo que pasó en ese largo caminar.
Bajo el título del libro “Años Adentro”, se lee “dos aves migratorias unidas por una pluma”. Sin duda que resulta atractivo. Pero ¿qué significa? Se sabe que las aves migratorias van de un punto a otro, de un país a otro, y a veces de un continente a otro buscando lo que no hallan en su lugar de origen, o simplemente cumpliendo su natural destino.
Pero los autores de esta obra ¿son aves migratorias? Creemos que debemos aclararlo. El caso de Eugenio es más elocuente, más preciso: nació en Concepción, trabajó en Temuco hasta 1970, cuando por razones de trabajo emprendió viaje a Costa Rica donde se radicó. Voló lejos. Emigró a otro país. Si bien es cierto casi todos los años venía a Chile, sólo lo hacía de visita. Su domicilio estaba allá. Y con el tiempo, siendo ya ciudadano norteamericano, fijó residencia en Miami. O sea, migró. Es un ave migratoria.
Zúñiga, en cambio, no ha emigrado. Se ha mantenido en Chile, aunque desempeñando trabajos en varios puntos del país. Así, siendo apenas un joven de 20 años, fue funcionario ferroviario y jefe de estación nocturno en Coquimbo. Luego, fue estudiante de Derecho mientras era periodista en Concepción. Más tarde, ganador de una beca de la OEA se perfeccionó en periodismo en el CIESPAL, de Quito, Ecuador. Allí supo del riesgo de incursionar en terrenos jíbaros, para luego conocer y reportear la interesante vida de la población negra de Esmeraldas, en la frontera colombiana. De regreso a su país, trabajó en la Universidad de Chile y en medios de comunicación de Santiago, Temuco, Valdivia, y Talca para radicarse finalmente en Angol, donde ejerció el periodismo hasta el año 2015.
Si trabajar en distintos puntos es ser migrante, entonces Zúñiga, igual que Orellana, también lo es.
Ahora lo de “unidos por una pluma” se refiere a dos cosas: a la insignia y sello del Colegio de Periodistas, y a la pluma─ efectivamente una pluma─ que usaban los antiguos escritores para dar cima a sus creaciones literarias. Y claro, el ropaje de las aves que también está hecho de plumas.
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Si por casualidad alguien advierte algún argentinismo o descripción de un paisaje pampero en mis escritos, se debe simplemente a que algunas de mis raíces se nutrieron de aquellos suelos. Mi padre nació en Las Lajas, provincia de Neuquén, Argentina. Él me enseñó el amor por esa tierra, por su música, por su rica y vastísima cultura. A través suyo supe de la vida del gaucho rico, del estanciero, y del gaucho pobre, ese de la china, de la guitarra, del pingo, y de la tapera perdida en la inmensidad de la pampa.
Hay por ahí un cuento que se titula “Gaucho”. Gaucho era el perro de mi abuelo, de mi padre y sus hermanos en la estancia de la familia en Loncopué. Fiel representante de ese espíritu aventurero y duro que envuelve al gauchaje, Gaucho era el peón, el amigo, el compañero, el confidente.
Hace unos años pasé por Las Lajas. Pedí permiso en el Registro Civil para echarles una mirada a los libros y me emocionó ver el nombre de mi padre escrito en el de los nacimientos.
Todavía tengo algunos familiares en Chos Malal. Mi madre viuda pasaba algunas temporadas ahí, en casa de su hermana, mi tía, (casada con argentino), hasta que enfermó y vino a morir a Temuco. De vez en cuando yo viajaba a verla. Y era lindo cuando a la casa llegaban algunos amigos y se guitarreaba, saboreando el infaltable asado, o un amargo. Zambas, vidalas y chacareras quedaban flotando en el aire.
Ese mensaje lo llevo siempre conmigo, y me siento bien con él.
[photo_footer]Portada y contraportada del libro.[/photo_footer]
Por Eugenio Orellana
Guardo un recuerdo reverencial de don Raúl Gallardo Lara quien irrumpió en mi vida allá por 1964 y se alejó para siempre en 1970. Era el director de “El Diario Austral” de Temuco, el principal periódico de la cadena SOPESUR, Sociedad Periodística del Sur; y también lo era del vespertino Gong, un tabloide más populachero.
Si se tratara de escribir sobre él, podría comenzar diciendo que era un caballero, un periodista a carta cabal y que, además, Dios lo usó como un peldaño de la escalera por la que él, Dios, me llevaría pronto a mayores alturas. Don Raúl no se dio cuenta y, casi diría, ni yo tampoco. Con el tiempo, y después de 57 años, esa convicción sigue siendo un recuerdo firme en mi memoria, no obstante que ya don Raúl no está.
¿Por qué comienzo esta nota con el Director? Lo explico; pero antes, permítanme un paréntesis para señalar, de entre muchos, dos hechos que confirman el buen recuerdo que tengo de él.
Primero: Durante una elección extraordinaria llevada a cabo en la circunscripción Malleco-Cautín, Santiago mandó a Temuco al Grupo Móvil. Grupo Móvil es un eufemismo para referirse a carabineros matones entrenados para disolver sin ningún tipo de miramientos cualquiera aglomeración política que, en su opinión, se pasara de la raya. Y al tiempo que Santiago nos mandaba a aquellos angelitos, don Raúl me mandaba a mí a cubrir esas elecciones. En cumplimiento de mi función periodística, me entremezclé una noche en uno de esos grupos que se manifestaban en el centro de la ciudad. Y pude ver al Grupo Móvil corriendo palos con saña a quienes les tocara y donde les tocara. Al escribir mi crónica, dije lo que había visto. Y así como lo escribí, apareció al día siguiente. Esa misma noche llegó al Diario el jefe de Carabineros a protestar por esa crónica. No sé qué se dijeron; lo que sí sé fue que el director se mantuvo firme junto a su reportero y no dio lugar ni a un desmentido ni a una aclaración ni a una desautorización.
Segundo: Don Raúl era poco dado a la vida social. Mucho del trabajo lo hacía desde su casa; al Diario llegaba –cuando llegaba— al caer las sombras de la noche. A esa hora acudían a visitarlo, a informarle y a ser informados, las más altas autoridades de la ciudad. Cuando se trató de despedir a este periodista que abandonaba Chile para radicarse en Centroamérica, sus colegas programaron un almuerzo en el casino del Cerro Ñielol. Se invitó a don Raúl y don Raúl concurrió a la despedida. Aquello fue una confirmación de la clase de hombre que era.
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Cerrado ese paréntesis, continuamos:
En la página editorial de “El Diario Austral” aparecía todos los días una columna que escribía él y que se titulaba: “Silueta del día a través de…” lo que fuera de interés en ese momento local, nacional o internacional. Su “silueta” era una columna que todo el mundo esperaba y leía. Cuando en abril de 1970 anuncié que renunciaba a mi posición de periodista, don Raúl me dedicó la “silueta” afirmando –entre otros conceptos laudatorios-- que yo era un viajero inquieto y redomado. No dijo redomado sino que lo digo yo, pero esa era la idea.
¿De dónde sacó don Raúl que yo era un viajero inquieto y redomado? Simple. Yo irrumpí en su vida y en la vida del Diario estando en un cursillo de periodismo evangélico en Cochabamba, Bolivia.
Eran aquellos años en que los bolivianos se acostaban con una revolución y al día siguiente se levantaban con otra. Cuando yo estuve allá, el general René Barrientos Ortuño estaba “palanqueando” al gobierno de Víctor Paz Estenssoro para derribarlo, lo que consiguió mientras yo regresaba de Oruro a La Paz.
Mientras permanecí en Bolivia, escribí unas veinte, veinticinco o quizás treinta crónicas de viaje y las estuve enviando a “El Diario Austral”. Allí nadie me conocía. Pero eso no me importaba. Reporteaba, escribía y mandaba. Cuando después de más de un mes regresé a Temuco, mi esposa, doña Cire Castillo Sáez, me tenía la noticia: “Se ha publicado todo lo que mandaste y el director quiere verte”. Lo fui a visitar a su casa. Hablamos de la razón de mi viaje a Bolivia, me felicitó por las cosas que había escrito, y me invitó a incorporarme al equipo de periodistas del Diario. Las habían publicado bajo el epígrafe de Corresponsal en viaje.
Las “corresponsalías viajeras” eran algo poco usual en aquellos tiempos, de ahí que don Raúl se quedara con la impresión que yo era un trashumante inquieto y redomado y eso le dio base para su “Silueta del día”.
He viajado mucho, es cierto; no obstante que, para ser sincero, estoy lejos de ser un adicto a los viajes; es más, diría que si me dan a elegir, prefiero quedarme en casa. Pero sí que he viajado. En Chile, en América Latina, en los Estados Unidos, en Europa. Para impresionar a mis lectores, les voy a decir que he estado en Islandia y en Luxemburgo… aunque solo en el aeropuerto. Desde Costa Rica viajé a Barcelona con una estada de varios días, ida y vuelta, en París, subiendo y bajando en tren por los Pirineos. No creo que sea gran cosa, pero he sobrevolado Groenlandia, he tenido al alcance de la mano el Peñón de Gibraltar, he puesto los pies en el Norte de África y he pasado una semana en Praga, la capital de la Republica Checa y otro tanto en Madrid y Palma de Mallorca. Muchos de estos viajes, los hice con mi esposa con quien terminamos siendo ciudadanos de los Estados Unidos.
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En los Estados Unidos, he estado en el Este con una pasada a Toronto, Canadá; en el Centro mojándome los pies en el lago Michigan y en el Oeste, con una breve visita a Vancouver.
Las aves migratorias recorren el mundo pero siempre regresan a su lugar de origen. En mi caso, como lo señala Pancho Zúñiga, yo salí de Chile para nunca más volver, no obstante que, como hacen los pilotos juguetones con sus avionetas, he hecho una cantidad de “caídas de ala” en Temuco, Puerto Montt, Punta Arenas. Antofagasta, Santiago. Con todo y eso, debo reconocer que Pancho es más migratorio que yo. Sin embargo, el subtítulo de dos aves migratorias unidas por una pluma tiene su gracia, por eso lo dejamos en esta segunda edición. ¡Mi compañero de vuelos no podría haberlo hecho mejor!
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