Calvino aborrecía a Servet con inquina radical y Servet tenía el mismo sentimiento contra Calvino.
Se cumplen 20 años de la aparición del primer volumen de las Obras Completas de Miguel Servet, edición, introducción y notas de Ángel Alcalá (546 pp.).
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Además de amplia presentación, se centra especialmente en el proceso, condena y muerte de Servet en Ginebra (desde el 13 de agosto al 27 de octubre de 1553).
Que Calvino no es ahí persona grata, es evidente, pero, al tratar el asunto con rigor académico, se agradece el trabajo. Nada que ver con el modelo de contadora de cuentos que le traen cuenta, donde se escribe en libro de extensa difusión, que Calvino quemó en Ginebra a 500 herejes en veinte años (con amplio recorrido, como sacramento imborrable, en las redes). Dos y pico por mes.
Que sobre el caso de la muerte de Servet ya se tienen sentimientos y juicios morales y de todo tipo, es algo que no se puede impedir.
Leer las 163 páginas de las actas del proceso, seguro que no le interesa ya a casi nadie, pero siempre será útil. Les pongo aquí algunas cuestiones, todas tomadas de ese trabajo (cito sus páginas).
En la introducción (p. 110), aparece un asunto, que, si bien se mira, puede hacer que la cosas se vean en su debido lugar.
“Se presenta, pues, como probable la conclusión de que, si ben no de forma directa, hubo en la condena de Servet factores políticos (negritas mías) indirectos que en su caso produjeron la mayor severidad con que fue tratado. La sentencia a la hoguera parece haber sorprendido al mismo Calvino, quien habría aconsejado la decapitación, procedimiento que Servet también solicitó. Ginebra se esforzó en dar ejemplo a las otras ciudades émulas.”
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Antes había referido el autor al hecho sorprendente, pero que evidencia que el Pequeño Consejo, que juzgó a Servet, estaba en esos momentos constituido por una mayoría de enemigos de Calvino, “es bien sabido que la ironía del destino hizo que algunos de los más preclaros libertinos, con Berthelier a la cabeza, participaran en aquel juicio repugnante y votaran a favor de la condena. Unánimemente.”
Sobre el carácter y relación de ambos personajes, quede la constatación (ésta la afirman la mayoría) de que Calvino aborrecía a Servet con inquina radical (se cita su carta a Farel, de 13 de febrero de 1546), quede igual constancia de que Servet tenía el mismo sentimiento contra Calvino.
Éste, sin embargo, ya había decidido dejarlo por imposible (siguiendo el consejo de no entrar en discusiones vanas y sin provecho). Otra cosa es que, según entendía su vocación, no podía dejar a la Iglesia sin los avisos y actuaciones necesarios sobre la doctrina de Servet.
En carta a su amigo, 1 septiembre d 1547: “No he querido seguir luchando más contra la obstinación de este hereje. Hay que seguir la amonestación de Pablo. Ahora la ha tomado conmigo. Tú verás hasta dónde debes esforzarte para rechazar sus fantasías. De mí y no obtendrá nada más.”
Sobre la vocación que Calvino entiende ha recibido, aplicándola a este asunto, escribe a Simón Sultzer, pastor en Basilea (uno de los que cuidaría a Casiodoro de Reina), entre otras cosas que
“Miguel Servet es ese de quien el ministro de Cristo, de santa memoria, el señor Bucero, aun siendo de carácter tan manso, declaró que era digno de que, sacadas sus entrañas, se dispersaran. Escapado no sé cómo de la cárcel de Viena, erró por Italia durante cuatro meses. Finalmente, atraído aquí por malos impulsos, por instigación mía los síndicos mandaron que fuera encarcelado. Pues no oculto en absoluto que he estimado como propio de mi oficio reprimir en cuanto de mí dependiera a este hombre más que obstinado e indómito, para que no perdure su contagio.” (pp. 164-65. El editor avisa que en esta misma carta Calvino propone un castigo moderado, no la muerte.)
Quiero destacar el acierto que tuvo el editor en incluir en la documentación el proceso correspondiente al tribunal civil de la Viena (francesa), donde vivió y fue encausado Servet.
Con información recíproca, el tribunal de Viena requirió la entrega del reo, posibilidad ofrecida, pero que éste imploró no se llevara a cabo. Servet prefirió el tribunal ginebrino (en el otro sitio lo habían quemado en efigie).
La imagen de un Servet manso y pacífico promotor de la tolerancia, no se sostiene. Quien así lo quiera, tendrá que borrar sus escritos. En la historia de la Iglesia, la intolerancia de los tolerantes siempre ha sido la más dañina.
El tolerante Servet, al final del proceso, pidió al tribunal que Calvino, que “en gran parte sigue la doctrina de Simón Mago, en contra de todos los doctores que hubo en la Iglesia. Como mago que es, debe ser no solo condenado sino exterminado y expulsado de vuestra ciudad. Sus bienes deben ser adjudicados a mi persona en recompensa de los que me ha hecho perder.” (p. 244)
Antes, el 22 de septiembre, también de su puño y letra, había declarado: “Es por esto, señores, por lo que pido que mi engañoso acusador sea castigado por la ley del talión: que sea detenido y encarcelado como yo hasta que la causa termine con su muerte o con la mía o con otro castigo. Y para que esto sea así, me comprometo contra él en la dicha ley del talión. Y estaré contento de morir si no le convenzo tanto de esto como de otras cosas que indicaré.” (p. 241)
Que cada cual piense lo que quiera, pero solo podría explicarse esta actitud si Servet hubiera adquirido claramente la percepción de que Calvino no era el dictador que luego han pintado. Incluso se podría inferir que Servet tenía esperanza fundada de su victoria.
En los documentos del proceso aparecen otras dos cuestiones, que a muchos no le servirán para nada, pero pueden ser de utilidad para modificar alguna percepción.Aunque Calvino es el impulsor del juicio. Tampoco sabemos (Calvino dice que unos malos) qué impulso llevó a Servet al sermón de su adversario.
Al comienzo, un libro de Servet y unas proposiciones de Calvino; poco más tuvo en sus manos el tribunal civil, que era el competente. En el inicio de actuaciones se formalizaron algunos asuntos netamente políticos. Luego se pasó a temas teológicos.
El tribunal tiene claro que el reo es visto no contra Calvino, sino contra la Iglesia de Ginebra, de la que el poder civil es responsable.
Haciendo uso de su autoridad civil, para el aspecto teológico, que será el meollo y ocupará más tiempo del proceso, piden (ordenan) que los ministros estén presentes y dispongan las preguntas y respuestas oportunas. (El 13 de agosto, el Consejo pide la presencia de la Compañía de Pastores.)
Estamos ante documentación abundante, que contiene la “breve refutación de los errores e impiedades de Miguel Servet por los ministros de la Iglesia de Ginebra para el Magnífico Senado, como se les había mandado.” (p. 168)
Toda la siguiente discusión de temas se hace entre Servet y los ministros. Al final firman todos: Juan Calvino, Abel Pouppin, Jacques Bernhard, Nicolas Gallase, François Bourgoin, M. Malisian; Raymond Chauviet, Jean Pier, Michel Cop, Jean Balduin; J. de Saint-André, Jean Favre, Jean Macar, Nicolas Colladon.
Junto a esta situación, a veces olvidada, que coloca a Servet contra la iglesia de Ginebra, y por tanto, contra el poder civil del que forma parte, aparece otra cuestión vinculada.
Antes de dictar sentencia, el tribunal remitió los pormenores del juicio a los ministros de cuatro ciudades. “Todo el expediente del dicho Servet, como él lo ha escrito, se ha enviado por los señores a las iglesias de Basilea, Zúrich y Schaffhausen (también a Berna) para recabar sus consejos.” (p. 233)
En carta del Consejo de Ginebra a esos ministros se les indica que “de todo nos escribáis vuestro buen consejo, que deseamos grandemente, sin por ello desconfiar en modo alguno de nuestros ministros.” (p.235)
Se les incluía el libro de Servet, documentación del debate teológico, y un texto de Tertuliano y otro de Ireneo. En el mejor ejemplo de equilibrio de poderes, el Consejo de Ginebra también envía cartas a los municipios para darles a conocer el caso, y que insten a sus ministros a que cumplan lo que se les ha pedido.
Todas las iglesias aludidas, informados sus responsables políticos, condenan a Servet (sin mención expresa de la pena a aplicar). Lo que este proceso demuestre, ¿a quién le importa? Calvino (también Farel) procuró que el proceso tuviera difusión. Él mismo editó parte.
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