Los organismos mantienen su orden interno absorbiendo orden del medio en forma de alimento y esta capacidad también viene codificada en su ADN.
Estamos tan acostumbrados a vivir y a ver seres vivos por todas partes, incluso en las regiones más recónditas del planeta, que apenas si reparamos en lo que supone estar vivos.
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La vida es muy ubicua en la biosfera, sin embargo se mantiene siempre en un delicado equilibro poco natural ya que presenta una clara tendencia a la ruptura y a la pérdida del orden en cualquier momento.
Es difícil definir la vida por lo que es en esencia, pero resulta mucho más fácil hacerlo enumerando sus singulares propiedades.
Lo seres vivos -a diferencia de los inanimados- poseen una compleja estructura material, así como un metabolismo altamente sofisticado, son sensibles e interaccionan con el medio ambiente, crecen, se reproducen, se adaptan, mantienen una condición interna estable (homeostasis) ya que intercambian de forma regulada materia y energía con el exterior.
El físico y filósofo austríaco Erwin Schrödinger, quien obtuvo el Premio Nobel de Física en 1933 por haber desarrollado la ecuación que lleva su apellido, escribió:
“La asombrosa propiedad de un organismo de concentrar una corriente de orden sobre sí mismo, escapando de la descomposición en el caos atómico y absorbiendo orden de un ambiente apropiado parece estar conectada con la presencia de sólidos aperiódicos, las moléculas cromosómicas, las cuales representan sin ninguna duda, el grado más elevado de asociación atómica que conocemos”. 1
Hoy sabemos que efectivamente Schrödinger estaba en la cierto. Los organismos mantienen su orden interno absorbiendo orden del medio en forma de alimento y esta capacidad también viene codificada en su ADN.
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Sin embargo, esto es una característica más de la vida, no su explicación definitiva. La cuestión fundamental es cómo se originó toda esa información biológica que contienen las moléculas cromosómicas y que nos mantiene vivos.
Las células constituyentes de los seres vivos están repletas de complejas máquinas moleculares que apenas se podían llegar a imaginar. Muchos científicos desde Darwin creen que la materia viva surgió de la materia inerte de manera gradual.
Sin embargo, dicha creencia carece de la necesaria evidencia que la respalde. Jamás se ha visto algo que estuviera a medio camino entre la muerte y la vida.
Hasta el día de hoy sigue vigente la famosa frase que Louis Pasteur pronunció en el siglo XIX: omne vivum ex vivo (todo ser vivo procede de otro ser vivo anterior), refutando así la teoría de la generación espontánea de la vida. Entre una piedra y una rana no solo hay diferencias cuantitativas sino sobre todo cualitativas.
Existe una profunda discontinuidad entre lo vivo y lo no vivo ya que cada organismo “exhibe una regularidad y un orden admirables, no rivalizados por nada de lo que observamos en la materia inanimada”. 2
A pesar de las hipótesis sobre la evolución química de la vida, ningún bioquímico ha observado jamás emerger la vida a partir de la materia inorgánica por medio de algún proceso gradual o de cualquier otro tipo.
Es más, tampoco se ha creado vida en ningún laboratorio del mundo, incluso poseyendo todos los materiales básicos para hacerlo. Por eso la vida continúa siendo tan misteriosa y desafiando cualquier definición.
¿Es acaso una sustancia especial? ¿Se trata solo de una mayor cantidad o de un proceso singular? ¿Existe alguna misteriosa fuerza vital, como pensaba Henri Bergson a principios del siglo XX? ¿Es únicamente una idea o quizás debamos resignarnos a la imposibilidad de definirla y a no poderla conocer en profundidad?
Quizás una de las características más significativas de la vida sea la que se especifica mediante el concepto ya mencionado de “homeostasis”. Este término significa literalmente “permanecer igual”, es decir, mantener el equilibrio interno en medio de un ambiente cambiante.
Para lograrlo, los seres vivos deben tener una composición química especial, una organización física diferente, una capacidad para consumir y producir energía, así como muchas otras propiedades. No obstante, en cuanto se rompe este equilibrio interno desaparece la homeostasis y sobreviene la muerte.
Si la bacteria, la planta, el animal o la persona entran en equilibrio con el entorno, es porque se han muerto. La vida es puro desequilibrio energético, es orden en medio del desorden y este orden se logra por medio de miles de reacciones químicas precisas entre sustancias como el agua, oxígeno, CO2, glucosa, sodio, potasio, calcio, hierro, cobre, manganeso, etc.
De esta manera se controla la energía, temperatura, presión arterial, respiración y todos los demás factores que son imprescindibles y característicos de la vida. Se trata de una lucha bioquímica continua entre la vida y las fuerzas fisicoquímicas que procuran destruirla constantemente.
Además de todo esto, los seres vivos se caracterizan también por su capacidad de dejar descendientes o copias de sí mismos que los puedan perpetuar. Reproducirse implica generar otros seres que también sean autosuficientes y puedan a su vez reproducirse.
La cantidad de problemas físicos y químicos que hay que superar para lograr esta extraordinaria capacidad va mucho más allá de lo que la ciencia comprende actualmente.
No se conoce nada inerte que pueda lograr tanto la homeostasis como la reproducción, ni por supuesto nada diseñado por los mejores ingenieros informáticos expertos en robótica.
Todas estas cualidades son requisitos previos para que pueda darse la vida, pero no resultados o consecuencias de ella. No es posible que un organismo cobre vida primero y después descubra la manera de solucionar tales problemas.
Si no existe una planificación previa que aporte de antemano las soluciones pertinentes a cada uno de tales problemas, la vida no puede existir.
Erwin Schrödinger, que además de físico experto en mecánica cuántica era también creyente, termina su libro ¿Qué es la vida? con estas palabras: “el cromosoma (él escribe “diente”) aislado no es el resultado del burdo trabajo humano, sino la más fina y precisa obra maestra conseguida por la mecánica cuántica del Señor”.3
Este es para nosotros también el verdadero origen de la vida, el aliento de Dios.
1. Schrödinger, E. 1983, ¿Qué es la vida?, Tusquets, Barcelona, p. 120.
2. Ibid., p. 120.
3. Ibid., p. 130.
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