Magia entretejida de sol otoñal

“Aunque el otoño de la historia cubra vuestras tumbas con el aparente polvo del olvido, jamás renunciaremos ni al más viejo de nuestros sueños.” 

Miguel Hernández

“Frío y calor, otoño o primavera, ¿dónde… dónde se encuentra la alegría?”

Rosalía de Castro

“El otoño es una segunda primavera, donde cada hoja es una flor.”

Albert Camus

De todos es bien conocido el increíblemente bello cuadro de Bob Simpich, titulado Un sendero de luz. Este precioso cuadro que no puede expresar de mejor modo esa magia de tonos dorados que produce increíbles e intensos, a la vez que dulces y suaves contrastes de luz en toda una paleta de tonos dorados de otoño, de tal modo que parece que surge desde el cielo y se va filtrando a través de los árboles y toda la naturaleza, en mi tierra gallega muy profunda, y consigue llegar de distintas formas hasta el suelo, que siempre está lleno de hojas de otoño húmedas y deliciosas, cubierto de hojas caídas, hojas de otoño en suaves tonos que siempre me producen admiración y una sensación de calma, paz y encanto de un modo maravilloso.

Este conocido cuadro muestra un bosque de álamos donde el sol otoñal produce un reflejo dorado en sus hojas, las ramas más altas brillan completamente iluminadas, entre tanto que el suelo al pie de los árboles es una mezcla de sombras y rayos de sol. 

En una ocasión, este magnífico pintor dijo hablando del contraste de luces: ¡Me encanta la luz que se filtra hasta el suelo del bosque, entreteje una magia especial.”

De todos son bien conocidas las preciosas palabras del apóstol Pablo a los Corintios:

“Pues Dios, quien dijo: «Que haya luz en la oscuridad», hizo que esta luz brille en nuestro corazón para que podamos conocer la gloria de Dios que se ve en el rostro de Jesucristo.” (2ª Corintios 4:6)

A continuación sigue describiendo la realidad de la vida, en la que…

“Por todos lados nos presionan las dificultades, pero no nos aplastan. Estamos perplejos, pero no caemos en la desesperación. Somos perseguidos, pero nunca abandonados por Dios. Somos derribados, pero no destruidos.” (2ª Corintios 4:8-9)

Es muy fácil que cuando pasamos por momentos así, a pesar de tanta belleza y luz físicas, se nos olvide un tanto la increíble belleza del rostro de nuestro Dios, y parezca que no sintamos la hermosura incomparable de su presencia; pero muy al contrario el creyente fiel, una vez que permite que el mismo Dios seque sus lágrimas y lo envuelva entre sus brazos amorosos y eternos, se postra sobre sus rodillas y adora agradecido por tanto amor, ¡nadie nos comprende mejor que nuestro creador y salvador!

Hoy, en un día de otoño, en mi tierra, lleno de una lluvia fina que no cesa, de naturaleza profunda entre verdes dorados, ocres… vuelvo a escribir:

¡Cuán leve el susurro de tu respirar!

Que dulces Señor a mi ser tus palabras,

como miel de antera, como flor de abril,

como golondrinas en la primavera,

como silbo dulce que me hace vivir.

Me hablas en el fuego y hablas en la lluvia,

entre la tormenta y en la tempestad.

Me hablas en la fuerza, me hablas en la calma,

y tu voz serena me hace descansar.

Son muchas las veces que hablas en silencio,

sólo amor callado sobre mi vivir;

es ahí cuando toda tu mirra se derrama,

me envuelve, me empapa, me hace revivir.

Y todo tu amor me acaricia el alma,

me dice que nunca me abandonarás.

Pueden pasar aguas y fuegos profundos,

tu vara y callado no van a fallar.

Puede faltar todo menos tu presencia,

puede caer todo en mi caminar,

pero que no falte ¡Señor de mi vida!

El leve susurro de tu respirar.

Beatriz Garrido

En este otoño delicioso, no sé si en tu bosque crecen álamos, mucho o poco verde, o tal vez fuertes y profundos robles (carballos) como en mi preciosa tierra, no sé que circunstancias estás atravesando, pero puedo hacer mías las palabras de Bob Simpic:

¡Me encanta la luz que se filtra hasta el suelo del bosque, entreteje una magia especial.”

Y también te invito a que puedas conocer al autor y consumador de la vida, aquel a quien muchos de nosotros amamos porque él nos amó a todos nosotros primero, y estén mucho, poco y de mil modos entretejidas las circunstancias de tu vida, podrás ver la luz de su rostro, conocer su amor y su cercana presencia y podrás decir conmigo… ¡Cuan leve el susurro de tu respirar!