Una gatera en la bandera

Les tenía algunas notas sobre eso de que nos han robado España. Tan contento con algunos ejemplos de nuestra historia, como cuando se impuso expulsando a la mozárabe la liturgia romana, que de robos y expulsiones aquí tenemos para todos los gustos. Pero tiré a la basura todo el artículo. Me resisto a hablar seriamente de este asunto. Cuando toda una presidenta de referencia dice, leyendo papeles escritos en el atril, que Madrid está asediada, y que la quieren rendir por sed, ante esa pérdida de papeles, mejor tirar a la papelera los que uno tiene. (Por cierto, esos que se dice asedian, viven, hasta donde sepamos, dentro de la ciudad.)

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Nuestro Pedro, antes que nos lo robaran y lo encerraran en el Vaticano, nos dejó advertencia sobre estas cosas. "Por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas" (2 P. 2:3); luego pone "palabras infladas y vanas" (Id. 2.18); y el Judas de la carta (no el del cuidado de los pobres para cuidar su bolsa, que ya sabemos "sobre esa bolsa edificaré mi iglesia", dijo el otro) nos advierte contra "los murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho" (16). Todo esto en las comunidades eclesiales, en las iglesias, en tiempo del Nuevo Testamento; ya me dirán que habrá pasado con todos los siglos que han pasado.

Nuestro Calvino, que aquí en este grupito lo apreciamos un montón (tampoco somos tan raros, que el también nuestro Cipriano de Valera, el de la revisión de la Biblia, tradujo su Institución para ponerla en manos de sus españoles, como el medio que él veía mejor para adelantar a los de su nación, y que salieran de los brazos del papado, en los cuales estaban cautivos), dice que para que se produzca eso de ser influidos por las apariencias de las palabras, antes se ha tenido que producir una ruina mental. Y como diría aquel de los nuestros del XVI (Juan Pérez de Pineda), eso es lo único que podemos aportar nosotros, que somos de "un natural caedizo". De ahí la importancia de que sea otra palabra, de Verdad, la que hable y diga de y por nosotros (esto, por supuesto, en lo tocante a nuestra salvación).

Tenemos, sin embargo, una responsabilidad (que viene de hablar, responder) con nuestras palabras y también respecto a las de los demás. Nos advierte nuestro Pablo al respecto, que (el ministro, el pastor) debe desechar "las cuestiones necias e insensatas" (ya pueden suponer la radicalidad de los términos), "sabiendo que engendran contiendas" (2. Ti. 2:23). Esta cuestión, sin embargo, siempre es problemática. No se tiene que entrar en vanas discusiones, pero, a veces, no es vano, sino obligado discutir. Y esto vale, tanto para el ámbito eclesiástico, como para el político. Habrá momentos en que sea mejor aplastar con el silencio, que elevar la necedad a categoría de argumento; pero en otros, será necesario dejar al descubierto la necedad discurriendo sobre ella.

Aunque tiré mis notas a la basura (es una menera de hablar, realmente no tengo notas), me quedó la imagen, creo que como metáfora, de unas banderas de España que sacaban en manifestaciones, en las que se les había cortado el escudo. No pude evitarlo: me parecieron banderas con gateras (seguro que por la edad, pues eso de gateras, díselo a un chaval hoy). No sé quién las llevaba, pero se convierten en metáfora. Si el escudo es el modelo de Estado, hay quien lo quita o pone a su gusto. Al final es una gatera para que el felino salga, caze, coma, y regrese. Entrar o salir a conveniencia. Una España al gusto. El Estado como gatera que el dueño de la casa abre o cierra, a su voluntad, para que sus gatos logren botin.

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Esta es la historia de su España. La nuestra tiene otros modos. Puede que estemos en momentos en los que, como diria nuesto Agustín (tan formidable en decir sobre asuntos fundamentales, tan merecedor de gorrazos por su desprecio de la mujer que amaba, la que le dio un hijo, y que él ni le dio nombre), que es feliz la necesidad que obliga a lo mejor, y de ahí sacar mejoras en la acción política. Con un poco, ya es mucho.