Sala de espera

Por Mati Sanchiz

La vida es una enorme y espaciosa sala de espera. El niño espera con ansias ser mayor, anhelando su madurez, independencia y autonomía. En la edad estudiantil-pueril lo que espera es ser el mejor, algunos en inteligencia, otros en picardía y malicia. 

[ads_google]div-gpt-ad-1623832500134-0[/ads_google]

El invierno rudo y crudo espera su suave y dulce primavera y el verano abrasador su otoño refrescante. Se esperan buenas intenciones, locuras cuerdas, cordura loca, besos sin traición y guerras humanitarias. 

En la sequía se esperan las lluvias de bendición y en los diluvios de desgracias que aparezca el arca que nos rescate de dos en dos. En la tormenta se espera encontrar la paz, en la calma que pase algo extraordinario que llene la vida de emoción, de vitalidad. 

Se esperan los grandes acontecimientos olvidando los pequeños detalles que son los que aportan la más duradera felicidad. Se esperan las fiestas para celebrar y cuando estas llegan se espera que pasen pronto porque no se las sabe disfrutar. 

Se espera encontrar el amor verdadero, ese que dure toda la vida, pero solo se espera recibir, sin apenas dar. Se espera el cariño infinito, ternura y humanidad, sin haber enterrado la semilla en el tiempo de plantar. Ella espera al príncipe azul y él a la princesa rosa, para, definitivamente encontrar sapos y culebras, sin llegar a ser cada uno lo que del otro se espera.

Se espera tener paciencia y se desea tenerla ya, sin pruebas que la pongan a prueba, sin pausas, sin sala de espera. Se espera la piedad cuando cientos de miles de heridas supuran el odio, la crueldad. Se esperan los golpes de suerte, que de casualidad suene la flauta, o por algún lado salte la liebre, dejando en el olvido que a la fortuna no se la persigue, que se hace camino al andar.

El mayor, en un último esfuerzo vital, espera ser ese niño que un día deseó ser mayor, ese de inocencia intacta, con manos abiertas, con la ternura de la sencillez, el que miraba la vida por primera vez, el que amaba sin pretensión, sin condición. Espera el afecto de sus suyos, ese que… ¿regó? Espera una buena muerte, si es que en la muerte hay algún atisbo de bondad. El mayor espera que su hijo aprenda a esperar. 

La vida es una enorme y espaciosa sala de espera, solo que hay que aprender a vivir, a bailar, a soñar, a disfrutar, a respetar, a compartir y a amar en medio de las esperas. 

Y así, Señor, ¿qué puedo ya esperar? ¡Mi esperanza está en ti!  (Sal 39:7, DHH)