Han sido tantas y tantas las ocasiones en las que el Señor me levantó de mis ruinas a su bendición, de mis preocupaciones a su calma dulce, que no puedo dejar de agradecer y adorar.
Era una fría mañana de invierno cuando me encontraba cargada de problemas por todos lados, y había algo que me preocupaba realmente, aún en medio de la preciosa paz de Dios, esa que sobrepasa todo entendimiento; pero atravesando aquella situación y en aquel momento, recibí este precioso mensaje:
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Cuando alguna vez te sientas en ruinas,
y se amontonen las sumas de errores y dolores,
tratando de ahogarte,
súbete por encima de ellas.
Desde allí, da gracias a Dios
Porque ya lograste ponerlas
debajo de tus pies.
Son tus ruinas, a veces, las que te permiten
escalar la montaña, y ver más lejos.
Puedes pedirle al Arquitecto supremo que te construya allí, la casa fuerte de la fe.
Entonces habrás aprendido que aún, de tus desechos, salen cosas útiles cuando las manos de Dios las tocan.
¡Nunca te rindas!
No sé quien quien lo escribió, pero realmente me hizo tantísimo bien que se me llenaron los ojos de lágrimas y di las gracias a Dios por la bendición de poder contar con alguien de confianza que me estaba ayudando en aquel preciso momento más de lo que jamás se podrá imaginar… una de las inmensas bendiciones de compartir las cargas los unos con los otros cuando el agua parece llegar hasta el cuello y la sangre de Cristo nos une.
Hace unos días, una hermana pidió oración por una amistad que tenía en Cuba, una mujer que estaba en un pueblecito de la isla, y cómo siempre suele suceder, las tormentas, los huracanes y demás, afectan a todos; pero siempre llevan la peor parte los que tienen menos recursos. Al cabo de unos días nos contó como la tormenta iba perdiendo toda su fuerza al llegar a la tan amada isla y al lugar que nos refería.
Al mismo tiempo, estaba llevando toda su furia el devastador temporal en Dominicana, y mientras disfrutábamos de un precioso webinar de más de 100 personas de Latinoamérica y España, hecho desde Dominicana y presentado por quien es el responsable de lo que estábamos disfrutando, alguien de España, os aseguro que fue una inmensa bendición, y mientras Dominicana estaba atravesando por un temporal impresionante, los queridos hermanos de aquel precioso lugar, muchos muy conocidos y queridos, tenían sus rostros gozosos y confiados. Todo fue una deliciosa bendición y una gran lección para mi vida.
Pensando en todo esto vino a mi corazón la escena de Jesús y los discípulos en la barca:
“Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba.Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?. Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen? (Marcos 4: 35 – 41)
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Cuando seguía meditando sobre todo lo ocurrido, pensé en las tormentas y huracanes que por alguna razón permite el Señor en nuestras vidas y cual es nuestro modo de reaccionar. Hay dos palabras clave en la porción de la Escritura que os acabo de dejar: ¡CALLA, ENMUDECE!
Conocéis el resto, y vuelvo al escrito que recibí en aquella ocasión,:
“… Son tus ruinas, a veces, las que te permiten
escalar la montaña, y ver más lejos.
Puedes pedirle al Arquitecto supremo que te construya allí, la casa fuerte de la fe.
Entonces habrás aprendido que aún, de tus desechos, salen cosas útiles cuando las manos de Dios las tocan….”
Y Dios me sigue hablando al corazón, han sido tantas y tantas las ocasiones en las que el Señor me levantó de mis ruinas a su bendición, de mis preocupaciones a su calma dulce, que no puedo dejar de agradecer y adorar.
Desconozco cual es tu relación con el Rey de la gloria, y no sé si estás atravesando alguna tormenta fuerte en estos momentos en tu vida; si todavía no le conoces, te presento a aquel que hecho hombre y durmiendo en una barca gritó las dos potentes palabras; te aseguro que es capaz del mayor milagro, y si le aceptas, conocerás la paz y la felicidad por completo.
Termino con algo que siempre tocó mi corazón y es mi deseo que lo haga también con el tuyo:
¡No me rindo mi Señor, nunca lo hice y nunca lo haré hasta llegar a tu presencia, gracias por tu gran amor para conmigo y por cada uno de mis hermanos que me ayudan en mi camino a cumplirlo!
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