El teísmo está abierto tanto a la acción de las causas materiales como a la de las inteligentes, por lo que es libre para seguir la evidencia a donde ésta le conduzca. Sin embargo, el materialismo está encerrado en su cosmovisión y sólo acepta causas materiales
El famoso biólogo ateo Richard Dawkins escribió en su libro El espejismo de Dios las siguientes palabras: “Uno de los desafíos más grandes al intelecto humano a lo largo de los siglos ha sido el de explicar cómo surge la compleja e improbable apariencia de que el Universo ha sido diseñado”. 1
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Como es sabido, el divulgador británico responde a este desafío afirmando que solo la selección natural propuesta por la teoría darwiniana es capaz de explicar dicha apariencia de diseño.
Él cree que la alternativa, la idea de un Dios diseñador, es mucho más improbable porque “desencadena el problema mayor de quién diseñó al diseñador”. ¿Tiene razón Dawkins? ¿Es lógica la idea de un Dios diseñador diseñado?
Respondí a esta última cuestión en mi libro Nuevo ateísmo 2 señalando la mala teología que emplea Dawkins. Él considera que toda la realidad evoluciona y, por tanto, si Dios fuera real, también debería haberse originado por evolución como los demás seres del cosmos.
Sin embargo, semejante ocurrencia choca con el concepto mismo de Dios, un ser que la teología reconoce como eterno, increado, omnisciente, trascendente, absolutamente perfecto, “en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Sant. 1:17). Por tanto, el dios diseñado que propone Dawkins no es el auténtico Dios de la Biblia.
Dejando a un lado las cuestiones teológicas acerca de la divinidad, me gustaría centrarme en el concepto evolucionista acerca de que el diseño es pura apariencia o solo una ilusión de la mente humana.
No creo que sea así. Si lo fuera, parece tratarse de una ilusión recurrente y persistente. Tanto es así, que hasta la biología evolutiva habla hoy de “ingeniería genética” en los seres vivos.
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El lenguaje del ingenio y el diseño parece colarse de manera pertinaz en las descripciones biológicas. De manera que hay que realizar un verdadero esfuerzo mental para entender que el diseño que se observa en el mundo natural es solamente el producto de causas sin propósito como la selección natural, las mutaciones al azar o cualquier otro proceso evolutivo ciego.
¿Es posible que este diseño fácilmente observable haya ocurrido mediante accidentes o requiere un diseñador real? Centrándonos en el cuerpo humano, que es el tema de la tercera parte del presente trabajo, ¿resulta posible que la compleja maravilla del mismo haya aparecido mediante una sucesión de errores no guiados, por mucho tiempo que se les quiera conceder?
La cuestión solamente puede tener dos posibles soluciones: que Dawkins tenga razón o que no la tenga. Si la tiene, las causas exclusivamente naturales o materiales serían las responsables del aparente diseño natural.
Pero, si no la tiene, el diseño que vemos por doquier se debería a causas inteligentes. Por tanto, el cuerpo humano tendría que ser el producto de alguna de estas dos posibles causas o quizás de ambas a la vez.
Sabemos que las causas materiales se pueden repetir porque dependen de leyes físicas y de constantes universales que son regulares. Esto es precisamente lo que ha permitido el avance y los logros de la ciencia humana.
Sin embargo, tales leyes carecen de inteligencia, no previenen el futuro, ni pueden planificarlo porque no tienen intencionalidad. Y esto limita considerablemente sus poderes creativos. Es verdad que algunas mutaciones aleatorias en el ADN de los seres vivos pueden transmitirse a la descendencia, pero dichos errores no tienen deseos, ni intención, ni previsión de futuro.
Son incapaces de pensar en la posibilidad de mejorar a una especie biológica o de convertirla en otra mejor adaptada al ambiente.
No obstante, a diferencia de estas causas materiales, las causas inteligentes actúan con intención, planifican el futuro, realizan proyectos y ponen en práctica las acciones necesarias para llevarlos a cabo. Esto significa que generan información y la materializan o le dan sentido para lograr el producto final que previamente han planificado.
De manera que las causas inteligentes emplean las leyes naturales para diseñar trabajos sofisticados que la propia naturaleza jamás podría llevar a cabo. Como mucho, las causas materiales o naturales tienen que confiar a ciegas en el ensayo y el error y tener muchísima suerte para lograr algún pequeño cambio que resulte positivo o funcional.
Esto significa que les resulta muy improbable lograr cualquier resultado coherente y no digamos ya conseguir algo tan elegante y sofisticado como el maravillosamente complejo ser humano.
Otra diferencia entre las causas materiales y las inteligentes es que las primeras suelen actuar por necesidad, mientras que las segundas son contingentes. Esto significa que, en las causas materiales, siempre que se dan las condiciones físicas adecuadas se produce un resultado determinado; pero en las causas inteligentes, el resultado depende de la elección libre del agente inteligente.
Por tanto, la contingencia es una característica esencial de la información. Un ejemplo sencillo de todo esto podría ser el manual para montar un armario de IKEA (la famosa corporación sueca de muebles).
Ninguna ley natural podría haber creado por sí misma la información que contiene dicho manual. Esta información ha sido generada por un agente inteligente libre que ha elegido las letras, palabras, números y dibujos necesarios, entre una infinidad de símbolos posibles, con el fin de crear un conjunto de instrucciones precisas para montar el armario.
Aunque la cantidad de información entre cualquier manual de montaje de IKEA y la necesaria para crear a un hombre o una mujer es abismal, este ejemplo puede resultar oportuno cuando se piensa en la difícil cuestión del origen del ser humano.
Cada célula con núcleo de nuestro cuerpo contiene la información biológica necesaria para elaborar a un bebé en nueve meses de gestación y permitir que crezca o se desarrolle hasta llegar a adulto. Nuestro cuerpo está empapado de información biológica altamente compleja.
Por tanto, la cuestión sobre el origen o la causa de dicha información es absolutamente pertinente. Nuestra experiencia es que los eventos aleatorios, aunque se les conceda mucho tiempo, no pueden generar la cantidad de información que hay en el cuerpo humano.
Se trata de lo que refleja el antiguo ejemplo del grupo de chimpancés tecleando al azar otras tantas máquinas de escribir. Aunque dispongan de todo el tiempo del mundo sólo lograrán máquinas de escribir estropeadas.
A veces se ha sugerido que si por casualidad escriben una palabra correcta y alguien (o la selección natural) la recoge y guarda, al final podrían ser los autores de cualquier novela famosa.
Pero eso implica la inteligencia conservadora o discriminadora de ese “alguien” o la que algunos le suponen a la selección natural. Sin embargo, como es sabido, ésta carece de intencionalidad y sabiduría.
De manera que los acontecimientos aleatorios materiales son incapaces de crear información funcional porque carecen de intención y de acción. La selección natural no tiene intención y las mutaciones aleatorias no pueden actuar por sí mismas. Como mucho, son capaces de mantener en equilibrio las poblaciones ya existentes, pero no generan nueva información.
Actualmente esta constatación ha dividido el mundo de la biología. Son numerosos los biólogos materialistas que reconocen abiertamente que la selección natural y las mutaciones son insuficientes para explicar el origen y la diversificación de la vida, pero tampoco están dispuestos a abandonar su cosmovisión materialista.
Esta situación paradójica ha llevado a algunos a proponer una tercera posibilidad que se conoce como la “tercera vía”. Los autores estadounidenses Steve Laufmann y Howard Glicksman, ambos partidarios del diseño, lo definen así: “Este dilema ha generado un movimiento creciente en biología, conocido como la "tercera vía", cuyos defensores buscan explicaciones alternativas para el origen de características biológicas complejas.
Pero a pesar de sus argumentos persuasivos contra todas las formas actuales de darwinismo, hasta ahora no han podido ofrecer ninguna explicación nueva que sea causalmente suficiente y capaz de ganar terreno en la comunidad científica”. 3
De manera que se continúa buscando una hipotética y misteriosa fuerza material que sea capaz de producir diseño pero sin pretenderlo. No obstante, si esto es así, ¿por qué no empezar a pensar en causas intencionales e inteligentes?
Llegados a este punto, nos enfrentamos con dos diferentes cosmovisiones o visiones del mundo que tiene cada cual. Las creencias fundamentales arraigadas en el alma humana, las presuposiciones indemostrables de cada espíritu acerca de las cuestiones principales de la vida, el pasado, el presente y el más allá.
¿Cuál es el sentido de la realidad? ¿Por qué hay algo en vez de nada? ¿Qué hago yo aquí en este mundo? ¿Tiene sentido de la existencia humana? ¿Seguiré vivo después de mi muerte? Etc.
Entre las múltiples respuestas posibles, hay dos que destacan y compiten en las sociedades contemporáneas, aunque tienen consecuencias muy diferentes. Se trata de la cosmovisión del materialismo o naturalismo y de la cosmovisión teísta.
La primera afirma que la naturaleza o el universo material es todo lo que existe y que no puede haber nada fuera del cosmos a lo que la ciencia no tenga acceso. Por lo tanto, Dios no existe y la naturaleza se ha creado a sí misma.
Por su parte, el teísmo defiende todo lo contrario. La realidad es mucho más de lo que vemos o podemos estudiar y ha sido creada por un Dios trascendente que existe desde siempre fuera de la misma. ¿Cuál de estas dos cosmovisiones es la correcta? ¿Puede la propia ciencia humana orientarnos en este sentido?
El materialismo asume que no existe ninguna fuerza exterior al universo que sea capaz de crearlo a partir de la nada o de intervenir posteriormente en el mismo. Frente a aquellas cuestiones que no parecen tener un origen material, como la mente humana, la conciencia o la idea de belleza, se dice que son meras ilusiones ya que en realidad solo serían el producto de manifestaciones puramente materiales.
Por tanto, al entender que la ciencia es el único o verdadero camino hacia la verdad, se la convierte en una especie de religión, la del llamado cientificismo. Los datos proporcionados por las ciencias experimentales serían los únicos que proporcionan verdadero conocimiento, mientras que las religiones tradicionales quedarían relegadas a una mera curiosidad cultural o una simple anécdota de las ciencias antropológicas.
Aunque actualmente no se posea una explicación científica convincente del origen del cosmos, la vida o el propio ser humano, se supone que algún día se logrará ya que todo sería el producto de las solas leyes naturales. Incluso aunque nunca se alcance dicha explicación, deberíamos seguir creyendo en la exclusiva materialidad del mundo.
Desde esta perspectiva materialista, la libertad humana sería también una mera ilusión ya que supuestamente seríamos esclavos de nuestros genes y del entorno en el que vivimos. Esta cosmovisión fue notablemente reforzada en el siglo XIX por la teoría de la evolución de Darwin y ha llegado intacta a nuestros días.
Por su parte, el teísmo sigue constituyendo la segunda cosmovisión contemporánea. Acepta que existe un Dios eterno, omnisciente y omnipotente, dentro y fuera del universo, con capacidad para crearlo todo a partir de la nada y para intervenir en el mundo con arreglo a su voluntad.
Además, el teísmo cree que existe suficiente evidencia en el cosmos de la acción divina en determinados momentos y lugares. Dios podría haber creado el tiempo, la energía, la materia y el espacio, así como la vida y la gran diversidad de la misma, la información biológica contenida en el ADN, ARN y en los mecanismos epigenéticos. También podría haber diseñado al ser humano con una especial dimensión espiritual, con libre albedrío y responsabilidad moral.
Es evidente que se trata de dos cosmovisiones radicalmente opuestas. En el materialismo, es el universo el generador de la mente y la inteligencia, mientras que en el teísmo es al revés, la mente preexistente lo genera todo.
Si, para el materialismo, la materia generó la vida, para el teísmo fue el espíritu divino inmaterial quien creó tanto la materia como la vida. En el primero, la vida es el resultado de una larga serie de accidentes fortuitos y sin propósito; el teísmo en cambio antepone la intención y la planificación al origen de la vida y afirma que las mutaciones contribuyen a degradar a los seres vivos.
Por lo tanto, desde el materialismo, serían las causas sin propósito como los rayos cósmicos (rayos gamma) al golpear moléculas de ADN y provocar mutaciones accidentales, las que generarían información nueva.
No obstante, el teísmo espera encontrar órganos complejos en los seres vivos, acepta que todas las partes de dichos órganos deben estar juntas a la vez y coordinadas para que funcionen bien desde el principio.
La ciencia debería descubrir propósito, coordinación, excelencia y belleza en las estructuras biológicas porque todo eso es el resultado de un diseño inteligente. En cambio, las mutaciones accidentales y el gradualismo darwinista se ven como algo innecesario e improbable. El teísmo está abierto tanto a la acción de las causas materiales como a la de las inteligentes, por lo que es libre para seguir la evidencia a donde ésta le conduzca. Sin embargo, el materialismo está encerrado en su cosmovisión y sólo acepta causas materiales.
¿Cuál de estas dos cosmovisiones es más probable que sea la verdadera? Nos parece que el estudio del asombroso diseño del cuerpo humano, así como de su ajuste fino, nos conduce en la dirección de la cosmovisión teísta.
1. Dawkins, R. 2015, El espejismo de Dios, Espasa, Barcelona, p. 191.
2. Cruz, A. 2015, Nuevo ateísmo, Clie, Viladecavalls, p. 75-77.
3. Laufmann, S. & Glicksman, H. 2022, Your Designed Body, Discovery Institute Press, Seattle, p. 23.
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