Me pongo de pie ante Nelle Harper Lee, porque nos legó una pieza literaria en la que hizo luz sobre la intolerancia, el racismo y la religiosidad protestante/evangélica que sucumbe ante los prejuicios.
la relectura nos quita prisas, nos libra de impaciencias. Ya no nos urge avanzar para saber qué ocurrirá después: como ya lo sabemos, podemos gozar del camino, amar la trama, regodearnos en las palabras. Saciado el apetito más básico, el paladar se toma su tiempo para saborear los manjares antes de deglutir.
Cristian Vázquez
Leer por primera vez un gran libro en la edad madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un sabor particular y una particular importancia, mientras que en la madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y significados más.
Italo Calvino
“Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”, aseguró Heráclito de Éfeso (535-484 a. C.). Lo mismo sucede con un libro cuando volvemos a leerlo. Aunque la obra es la misma escrita por quien la concibió, el lector que regresa a ella es diferente por distintos motivos y circunstancias.
Hace varios años leí Matar a un ruiseñor, de Nelle Harper Lee. Entonces ignoraba casi todo sobre su autora, tampoco investigué acerca del contexto histórico en el que tiene lugar la novela ni me detuve a recabar datos en torno al año en que fue publicado el libro (1960). Unas semanas atrás regresé a la mencionada obra, la leí cuidadosamente, fijándome en la descripción del ambiente social/cultural y los personajes que intervienen en la trama. Entonces valoré mejor la descripción de lo que sitúa Lee en un pequeño pueblo sureño de los Estados Unidos, localizado en la región llamada Bible belt, el cinturón de la Biblia.
Nelle vio la luz en 1926, tres años antes su pueblo, Monroeville, Alabama, pudo tener acceso a la electricidad. Su madre (Frances Cunningham Finch), a causa de la bipolaridad que padecía y recluirse en su habitación, no fue una figura tan influyente como sí lo fue el padre: Amasa Coleman Lee, abogado muy estimado por los habitantes de Monroeville, y arquetipo del defensor legal de quien es acusado, falsamente, de haber violado a una mujer. Consigno que los datos citados y otros más adelante han sido tomados de Charles J. Shields, Mockingbird. A Portrait of Harper Lee, from Scout to Go Set a Watchman, edición revisada y puesta al día, New York, Henry Holt and Company, 2016.
La novela que súbitamente puso el nombre de Harper Lee en lo más alto del reconocimiento público transcurre durante los años treinta del siglo XX, periodo en el que repercutieron los efectos de la Gran Depresión iniciada en octubre de 1929. La crisis económica causó quiebras de bancos y empresas, drástico descenso del consumo de bienes y servicios, desempleo, reducción de los salarios y aumento de la pobreza. Los estragos causados entre los pobres por la Gran Depresión quedaron magistralmente narrados por John Steinbeck en Las uvas de la ira.
La infancia de Harper Lee es evocada en el personaje llamado Jean Louise Finch (apodada Scout) en Matar a un Ruiseñor. Ella, de casi seis años, junto con su hermano Jeremy (10 años) y Dill (el infante Truman Capote, vecino de la casa colindante con la de los Finch, y un año mayor que Scout), viven durante tres años, sobre todo en verano, intensas aventuras en Maycomb, Alabama.
El nombre del pueblo en la novela sustituye al real, Monroeville, donde el trío convivió intensamente y la cálida amistad entre ellos quedó capturada literariamente en la obra de Lee, lo mismo que en la primera novela de Capote, Otras voces, otros ámbitos (de 1948), en la que Lee es representada con el nombre de Idabel Thompkins. En otra narración de Capote, El invitado del día de Acción de Gracias (de 1967), aparece Ann “Jumbo” Finchburg, que se enfrenta a golpes con Odd Henderson, a quien “todos los niños [de la escuela] le temían”. La peleonera “Jumbo” es Harper Lee, conocida en el centro escolar por su temeridad para desafiar sin miramientos a los varones.
Scout, Jem y Dill se movían por el pequeño poblado de Maycomb, en el que casi todos sus habitantes se conocían entre sí. La afiliación eclesial de la población era mayormente bautista o metodista. Maycomb/Monroeville la describe Scout como “una población antigua y fatigada”, en días lluviosos las calles se convertían en tramos de barro rojizo. En los días de calor, sobre todo en el verano, “un perro negro sufría” por las altas temperaturas y “unas mulas que estaban en los huesos, enganchadas a los carros Hoover, espantaban moscas a la sofocante sombra de las encinas de la plaza”. La vida transcurría con lentitud, “el día tenía veinticuatro horas, pero parecía más largo. Nadie tenía prisa porque no había adonde ir, nada que comprar, ni dinero con que comprarlo, ni nada que ver fuera de los límites del condado de Maycomb”.
Cuando Scout tenía ocho años, en 1935, la vida del pueblo se trastocó debido a que Tom Robinson, afroamericano, es acusado por la blanca Mayella Ewell de haberla violado. Robinson era integrante de la misma iglesia en la que se congregaba Calpurnia, empleada doméstica en casa de la familia Finch, la First Purchase African Methodist Episcopal Church. El templo debía su nombre (First Purchase, primera compra) a que fue adquirido con las primeras ganancias de esclavos libertos asentados en Maycomb.
El padre de Scout, el abogado Atticus Finch, toma la defensa de Robinson y advierte a su hija, conociendo lo temperamental que es, acerca de mantener la calma cuando la agredan porque él es defensor de Tom. De suceder lo anterior, Atticus aconseja a Scout “mantener la cabeza alta y los puños bajos. No importa lo que nadie te diga, no permitas que te hagan enojar. Intenta pelear con tu cerebro para variar… eso es bueno, aun cuando se resista a aprender”.
Por un tiempo Scout sigue la indicación de su progenitor, pero transgrede el consejo cuando en Navidad el primo que le lleva un año, Francis Hancock, se burla de ella y canturrea que Atticus es un “nigger lover” (amante/amigo de negros). Entonces Scout se parte “el nudillo hasta el hueso sobre sus dientes. Inutilizada la izquierda, arremetí con la mano derecha, pero no por mucho rato”, porque la sujeta Jack Finch, hermano menor de Atticus.
El viudo Atticus Finch tenía frecuentes conversaciones con sus hijos, particularmente con Scout, a quien explicaba pacientemente porqué debería esforzarse por comprender tanto a sus vecinos como a compañeros del colegio. Es así que le comenta sobre identificarse con otras personas antes de emitir juicios sobre ellas: “Uno nunca llega a entender realmente a otra persona hasta que considera las cosas desde su punto de vista, hasta que se mete en su piel y camina con ella”. Cuando Scout le pregunta a su padre porqué aceptó defender a Robinson y la posibilidad de tener en contra a casi todo el pueblo por tal causa, Atticus responde: “Todo lo que puedo decir es que cuando tú y Jem sean adultos, quizá vean todo esto con algo de compasión y cierto sentimiento de que yo no les decepcioné. Este caso, el caso de Tom Robinson, es algo que llega hasta la esencia misma de la conciencia de un hombre… Scout, yo no podría ir a la iglesia y adorar a Dios si no intentara ayudar a este hombre”. En Matar a un ruiseñor la familia Finch era integrante de la Iglesia metodista. Harper Lee desde niña asistió a la Primera Iglesia Metodista Unida de Monroeville, la misma en que tuvo lugar el servicio fúnebre cuando ella murió en febrero de 2016.
Scout, su hermano Jem y Dill logran entrar a la sala donde se desarrollaba el juicio contra Tom Robinson. Debido a que la planta baja estaba totalmente llena, debieron subir al siguiente piso, a la sección destinada a la “gente de color”, pudiendo acceder a ella por intermediación del reverendo Sykes, pastor en la iglesia a la que pertenecían Calpurnia y Tom Robinson. Scout y sus dos acompañantes son conducidos por el reverendo Sykes, “suavemente entre los negros de la galería. Cuatro hombres se levantaron y nos cedieron sus asientos de primera fila”.
En Matar a un ruiseñor Harper Lee narra, desde la óptica de Scout, los pormenores del juicio: testimonios de quienes acusan a Tom Robinson de violación, actuación del fiscal de distrito, reacciones del juez y el jurado (compuesto solamente de hombres blancos), y describe a los afroamericanos que se apiñaban “en la galería” esperando el veredicto, “los negros permanecían sentados o de pie a nuestro alrededor con una paciencia bíblica”.
Atticus elocuentemente presentó pruebas de la inocencia de Tom Robinson. La apretujada audiencia escuchó la sagacidad del abogado para evidenciar que los prejuicios raciales de los blancos encubrían la verdad de lo sucedido en el caso que sacudió a Maycomb. Se cumplió lo que le dijo el reverendo Sykes al hermano de Scout, cuando esperaban el veredicto y ante la tardanza en las deliberaciones de los juzgadores, Jem externó que ningún jurado podría condenar a nadie “sobre la base de lo que hemos oído”. A lo que el pastor, con desaliento, replicó: “No esté tan seguro, míster Jem, no he visto nunca a ningún jurado decidirse en favor de un negro pasando por encima de un blanco”. Robinson fue unánimemente declarado culpable. Y no escribo más sobre lo que sigue porque prefiero que la incógnita estimule a quienes lean estas líneas para que se acerquen a la novela y conozcan el desenlace.
Lo que sí refiero es una escena impactante, de las muchas que tiene la novela, al finalizar el juicio. Casi todos habían salido del juzgado, los afroamericanos silenciosamente miraban, desde el lugar designado para las “personas de color”, a Atticus meter en el portafolios la documentación que usó para defender a Tom Robinson. Entonces, relata Scout, “alguien me dio un ligero puñetazo, pero yo era reacia a apartar mis ojos de las personas que había abajo, y de la imagen del solitario paseo de Atticus por el pasillo. ¿Señorita Jean Louise? Miré alrededor. Todos estaban de pie. [Escuché] la voz del reverendo Sykes: Señorita Jean Louise, póngase en pie. Pasa su padre”.
Yo también me pongo de pie ante Nelle Harper Lee, porque nos legó una pieza literaria en la que hizo luz sobre la intolerancia, el racismo y la religiosidad protestante/evangélica que sucumbe ante los prejuicios y se deja arrastrar por la corriente del supremacismo blanco. A todo ello se opuso Atticus Finch y lo hizo imbuido de los valores del Evangelio.
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