“Por eso yo te mando, diciendo: Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra”.
Hola, soy tu vecino, ese que vive en todas las ciudades del mundo, en infinidad de rincones vencidos, en las esquinas del viento y las bocacalles de la vida, ese que muchas veces incomoda, que molesta y se esquiva, y otras veces se obvía o confunde con el decorado urbano. Hoy me quiero presentar y te quiero invitar a mi casa; entra y perdona el desorden, el caos es una mis rutinas, pero no hay problema con que mires mis desconciertos. Aquí puedes ver la entradita, es diáfana, sin adornos estrafalarios, ni objetos inservibles, ni acumulación de inutilidades, apenas lo justo como para, si hay que salir corriendo, se pueda hacer sin temor a olvidarte nada en la carrera. Aquí mismo está mi cocina, en ella preparo mis frugales comidas, a veces hasta tengo el lujo de recibir food rápida y me la traen a domicilio y todo, aquí como y bebo, sí, esto último más de lo que debería o convendría, pero es lo que calienta la frialdad de mis huesos y la de mi alma, lo que abotarga mis sentidos resentidos, porque ya no sé sentir lo que es debido, porque ya no encuentro sentido y lo busco en el fondo de un brik de ‘eso’ barato. Aquí, sin movernos ni un ápice, se encuentra mi salita de estar, aunque estar estar no estoy mucho, vago por los callejones, mendigo sobras de caridad y las sobras ya me sobran. Aquí mismo, sin dar muchas vueltas, puedes ver mi dormitorio, con amplias vistas a la ciudad aunque para la ciudad yo sea un invisible o un indeseable y no me quieran ver. Aquí descansa mi cuerpo de descansar, o se cansa de cansar a los demás, mis huesos se aplastan en los cartones, el relente me cubre y el rocío me baña. El baño está un poquito más retirado, cualquier muro es viable, aunque si la necesidad aprieta y los pantalones lo aguantan, este es tan buen váter como cualquier otro.
Si tienes el impulso de ayudarme, ahórrate el esfuerzo, guárdate tus ganas para quien desee tu bondad, porque yo no necesito de ti, ya no sé estar bajo un techo, porque el mío está abierto a las estrellas, no quiero paredes que me encierren, la amplitud de mi espacio es mi cárcel y son mis alas; no puedo regirme por un horario estricto, soy como un bebé, como a demanda, bebo a demanda, vivo a demanda, las normas de convivencia no son mi conveniencia, desaprendí a relacionarme y ahora no sé cómo desandar mi desaprendizaje. Ya no quiero normas que seguir ni horarios que cumplir. Me perdí en mi libertad y caí preso de mis desatinos. Quizá, solo te pida una cosa, no me desprecies, siente compasión y amor por mí, dame una palabra de aliento y una moneda para sobrevivir por un día; no me odies ni me maltrates, la vida y mis malas decisiones ya lo hicieron a granel, ten un gesto amable y quizá una caricia furtiva, el cariño nunca hizo mal a nadie y hasta yo lo necesito. No me insultes ni me humilles, tampoco quiero ser la diana de tus dardos, si tienes algún problema aprende a solucionarlo sin tener que agredir. Y si crees en Dios, ora por mí, solo el más grande puede encontrar lo que se perdió, rescatar al que naufragó, redimir lo que se devastó, reconstruir lo que se destruyó, renacer lo que murió.
Cuando haya en medio de ti menesteroso de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Yaveh tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto le prestarás lo que necesite. […] Sin falta le darás, y no serás de mezquino corazón cuando le des; porque por ello te bendecirá Yaveh tu Dios en todos tus hechos, y en todo lo que emprendas. Porque no faltarán menesterosos en medio de la tierra; por eso yo te mando, diciendo: Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra. Dt 15:7-11
Mati Sanchiz Rodríguez
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