La misión de la iglesia (7)

En esta serie sobre EL CRISTIANO Y LA POLÍTICA vamos a ofrecer desde la palabra de Dios algo más de 30 razones que justifican y exigen el compromiso social y político del cristiano en el mundo.

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En el primer artículo vimos las primeras 12 razones, a las que luego agregamos otras tres. A continuación, vimos razones que tienen que ver con la familia y la educación y atendimos a ejemplos concretos de participación política. Vimos razones basadas en la historia de la iglesia y razones basadas en la historia de la democracia y sus raíces cristianas.

Por último, queremos enfatizar una vez más que la transformación de la sociedad no ocurre de arriba abajo, sino de abajo a arriba.

Todo programa de acciones sociales que pretenda imponer a una población no cristiana un orden político basado en el cristianismo, está llamado al fracaso. La sencilla razón para esto es que todo sistema político es un reflejo de la fe de un pueblo.

Es cierto que la ley divina vale tanto para los incrédulos como para el Estado y tiene que ser proclamada a ambos como bendición y maldición. Pero una verdadera transformación de la sociedad y, en consecuencia, del Estado, solo es viable por medio de la Gran Comisión de Mateo 28:18-20, en cuyo origen está la evangelización, el testimonio personal y el bautismo, y en cuyo final se encuentra la observancia de los mandamientos divinos: “¡Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado!” (Mateo 18:19-20).

Una verdadera renovación de la moral no procederá del código penal, sino de la renovación de la conducta moral de un gran número de individuos.

La Iglesia no debe procurar compartir la dirección del gobierno con el Estado. Su instrumento para la transformación de la sociedad es la palabra libre; su poder, la influencia de persona a persona a nivel de la conciencia. Ahí es donde Cristo debe reinar y, después, lo hará también en la administración del país.

La Iglesia tiene ya bastante trabajo empezando por la reforma bíblica del individuo y continuando con la renovación de la familia. Por eso es que la Iglesia está en continua reforma. Al respecto, leemos en 1 Pedro 4:17: “Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios”, pues de la Iglesia cabe decir también lo que, en armonía con el AT, dice Pablo sobre los judíos: “El nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por vosotros” (Romanos 2:24, cf. Isaías 52:5). Los pecados de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad son peores que los del ‘mundo’. El apóstol Pedro escribe acerca de esto: “Ciertamente, si habiéndose escapado   de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 Pedro 2:20-21).

Antiguo y Nuevo Testamento interpretan las guerras como una señal de juicio no solo sobre las dictaduras, las autocracias, los absolutismos y la exaltación de los poderes y las personas, sino también como una señal de juicio sobre la cristiandad, por causa de lo poco cristianos que son los países cristianos y por las debilidades de los cristianos frente a otros poderes de la tierra.

El proceder del pueblo de Dios está ya prefijado en los Diez Mandamientos. Los primeros cinco mandamientos constituyen la misión sacerdotal; los segundos cinco tienen que ver con la misión real o de gobierno. Esta estructura que va del sacerdote al rey es el camino como el hombre debe gobernar. El principio general es que el hombre sea primero un servidor de Dios para que pueda llegar a ser un dirigente de los hombres.

Por eso es que solo hay para el cristiano un camino para la renovación de la política y de la sociedad, el camino de la denuncia abierta de lo que desagrada a Dios y la llamada a hacer las cosas como Dios quiere. A este efecto leemos en 2 Crónica 7:14 lo siguiente: Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”.

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Entonces la Iglesia podría interceder de verdad por la sociedad y el Estado. Esperemos que no se tenga que decir de nosotros lo que Dios tuvo que decirle muy disgustado a Ezequiel: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé” (Ezequiel 22:30).

“El evangelio bíblico inmutable tiene que hacerse visible en las vidas de hombres y mujeres transformados. Mientras que predicamos el amor de Dios, tenemos que estar comprometidos al mismo tiempo en el servicio más amoroso; mientras que predicamos el evangelio del reino de Dios, estamos obligados a fomentar su justicia y paz.” (El manifiesto de Manila. Movimiento de Lausana, 1996).