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Dios, mis sueños y yo

Dios no deja de hacer pequeños milagros en nuestras vidas sin que muchas veces nos apercibamos de ellos.

EL ESCRIBIDOR AUTOR 45/Eugenio_Orellana 15 DE JULIO DE 2023 23:55 h
Imagen de [link]Josh Hild[/link] en Unsplash.

He leído el texto que envías y sí, me gustaría que me dijeras cómo ves tú que se pueden controlar los sueños…  Cuando tenía unos 15 años soñé que mi madre había matado a mi padre… ella que era una persona que alargaba el paso para no matar una hormiga.



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Te agradezco que hayas compartido conmigo esa pesadilla sobre tu madre. Sueños así son los que desafían a los "expertos" porque no saben qué explicación ofrecer.



Hay sueños como ése, otros parecidos, pesadillas de diversos tipos que no parecen tener una base que los justifique. Podemos, como has hecho tú; por ejemplo, tratar de encontrar una explicación en el comportamiento de tu padre pero no son más que intentos que casi nunca dejan satisfecho al soñador. 



Sobre “mi fórmula" para controlar los sueños, comienzo poniéndote un ejemplo que viene al caso. Lo que resulte no sé en este momento si será adecuado para decírselo a otros que pudieran pedir lo mismo que me has pedido tú.



Yo no soy mago ni aprendiz de mago. Soy un individuo común y corriente que se distingue del montón porque disfruto escribiendo. Nada más que eso. No he leído tratados especializados ni he hecho estudios sobre el tema; soy inexperto y escribo sobre la base de mi propia experiencia y lo que he ido escuchando de otros por aquí y por allá. Por eso, no pretendo "dictar cátedra"; más bien, todo esto ha surgido a partir de mi sueño de los dos Enrique.1 Me propuse escribirlo antes de que se me olvidara y compartirlo sin siquiera pensar en darle seguimiento.



Para dar respuesta a tu pregunta, te voy a contar una breve historia. Omitiré nombres y lugares reales y la trataré como una simple ficción.



En las regiones de clima tropical, son moneda corriente los calores extremos y las lluvias torrenciales. Los habitantes de las regiones rurales y boscosas visten ropa mínima y muchos andan descalzos. Debido a esto, menudean las pequeñas infecciones, y también las grandes. Los hongos nacen, crecen y se perpetúan en los dedos y uñas, preferiblemente de los pies. La ciencia médica ha creado productos para combatir estas plagas. Algunos eliminan las infecciones en tanto que otros solo las amortiguan. 



Alguien hongos-portador, visitando un país con clima continental, encontró en una tienda un tipo de jabón común y corriente. Lo atrajo su envoltorio llamativo y lo compró. Empezó a usarlo y descubrió que, a poco andar, el jabón tenía un efecto especial sobre los hongos de sus propios pies. Le pareció que, quizás sin saberlo los fabricantes, le habían añadido un ingrediente que atacaba este tipo de infecciones tropicales. Compró entonces una cantidad y cuando volvió a su pueblo semi selvático, lo fue regalando a algunos parientes y amigos; con la siguiente advertencia: "A mí me ha hecho bien; no sé si ocurrirá lo mismo con ustedes. No pierden nada con probar". Fin de la historia.



La fórmula de la que hablo para controlar los sueños me ha dado resultado a mí; no sé si a ti o a otros. Y es la siguiente:



¿Creemos en Dios? ¿Creemos que Dios escucha y responde a nuestras oraciones? ¿Creemos que así como pudo crear el Universo con todas sus complejidades, puede también ocuparse de nuestros pequeños problemas y solucionarlos? Si creemos en este Dios, entonces, ¿por qué no pedirle que "nos ayude" a controlar los sueños y las pesadillas que nos asaltan con mayor o menor frecuencia cuando dormimos? Pongo "nos ayude" entre comillas por una razón: En esta empresa, nosotros tenemos una parte importante que hacer, además de la que puede hacer Dios. Lo explico: Si no logramos "domesticar o controlar" nuestra mente, será difícil que veamos realizada la parte de Dios. La mente es una yegua chúcara absoluta y disoluta. Sale para donde está vuelta y hace lo que le da la gana. Y a veces pareciera que le gusta poner en la superficie de nuestra conciencia mientras dormimos (e incluso cuando estamos despiertos) imágenes, situaciones, personas reales o ficticias que pueden terminar convirtiéndose en sueños no deseados. O en pesadillas, a veces horribles como la que tuviste a tus quince años.



Cuando dormimos o cuando estamos despiertos, sin que nos percatemos de ello, la mente empieza a “trabajar por su cuenta”. Para evitar esto, tenemos que aprender a controlarla. Y al mismo tiempo que le cerramos puertas y ventanas para evitar que entre y nos haga pensar en cosas o en situaciones que nos perturban, le decimos a Dios que haga su parte. ¡Y Dios la hace! De esta manera, gradualmente, tu mente aprenderá a sujetarse a las órdenes que le llegan de Dios y de nosotros, y terminará por tranquilizarse. Y ocupar el lugar que le corresponde en nuestras vidas. A eso se le llama sujeción.



Somos nosotros y Dios los que mandamos; no ella.



Dios no deja de hacer pequeños milagros en nuestras vidas sin que muchas veces nos apercibamos de ellos. Dios es fiel. Inmutable. Es amor. Dios se preocupa y ocupa de nosotros.



La fórmula que te he descrito tiene muchos otros detalles. Te voy a hablar de mi acercamiento al asunto. A mí me ha dado resultado y lo escribo sin pretender que, como a mí, a ti o a otros haga lo mismo. Cada noche, antes de dormirme, tengo una larga conversación con Dios. Estamos él y yo solos y, por lo tanto, puedo decirle lo que quiera, sin temor a nada. Incluso le pido que me permita tener el tipo de sueños que quisiera; a quién me gustaría tener en ellos y a quién no. Le menciono lo que quisiera soñar y le menciono las pesadillas que alguna vez me abrumaron y que terminaron por largarse. Al decirte esto, me privo de poner algunos ejemplos para no presumir pero, en términos generales, creo que todo ha ido tan bien como para no abandonar la práctica. Y mencionarla, a modo sugerencia.



¿Más preguntas? ¡Bienvenidas!



Costa Rica



Julio 13, 2023





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Los dos Enrique



6.04 – 7.06 am (Julio 7, 2023). Entré al salón de espera. Tomé de una mesita un trozo de papel, escribí mi nombre y me dirigí al mesón de registro; se lo entregué a la recepcionista quien me anotó en un gran libro y me indicó el sitio donde debía tomar asiento. Había en el amplio lugar un grupo pequeño de personas, diseminadas a través del salón. No había voces, ni música ambiental, solo silencio. De pronto, veo entrar a un hombre joven, alto, delgado, calvo. Tendría unos 35 años de edad. Tomó de la mesita un pedazo de papel, anotó en él su nombre, Enrique, y se sentó en el primer lugar que encontró desocupado. Nadie se fijó en él. Solo yo. Sin que él se diera cuenta, lo estudié con la mirada. No me pareció un maleante; más bien, se produjo en mí una actitud de simpatía hacia él. Sin haber salido de mi asiento, me encontré sentado a su lado. Me miró. Esbozó una sonrisa serena, me puso una mano sobre mi muslo derecho, la retiró y permanecimos así, en silencio. Desde el asiento que se me había asignado, vi entrar a un hombre, bien vestido y de aspecto amable. Se dirigió a la mesita, tomó un trozo de papel, escribió su nombre, Enrique, y lo llevó a la recepcionista quien lo escribió en el libro, le devolvió el papel y le indicó su asiento. Pero al hacerlo, descubrió que el asiento estaba ocupado por el primer Enrique que resultó ser un falso Enrique. Yo observaba cómo la recepcionista hablaba con los dos Enrique. No lograba oír lo que decían pero no se advertía malestar en ninguno de los tres ni asomo de violencia. El primer Enrique, por quien se había despertado en mí una creciente simpatía, se puso de pie dejando el asiento al Enrique de verdad. Yo estaba a su lado. Sin saber cómo ni en qué momento, apareció un sacerdote, vestido de traje oscuro y el típico cuello clerical. No sé si era católico o episcopal. Se acercó al falso Enrique y oí que le decía: “Tú me traes a la memoria al Hijo Pródigo”. Yo ahora estaba de nuevo en mi asiento. No les quitaba los ojos de encima. No podía oír lo que hablaban. Después de unos minutos, el falso Enrique, mi amigo, se dirigió a una segunda puerta del salón, por donde se salía. La abrió y cuando ya la trasponía, se volvió. Yo estaba ahí, a su lado. Y me dio un gran abrazo al que yo respondí de igual manera. Sin decir palabra, me pasó su mano por mi cabeza y se fue. Después supe que este Enrique, el falso y el que había traído a la memoria del clérigo al Hijo Pródigo, había dado muerte a un grupo de muchachos callejeros que se habían burlado de él, gritándole: “¡Calvo, calvo!”



2 Reyes 2.23-25. Después [Eliseo] subió de allí a Bet-el; y subiendo por el camino, salieron unos muchachos de la ciudad, y se burlaban de él, diciendo: ¡Calvo, sube! ¡calvo, sube! 24 Y mirando él atrás, los vio, y los maldijo en el nombre de Jehová. Y salieron dos osos del monte, y despedazaron de ellos a cuarenta y dos muchachos. 25 De allí fue al monte Carmelo, y de allí volvió a Samaria.



 



 



Notas




1 Ver el relato “Los dos Enrique” al final.



 

 


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