Los cristianos tenemos que ayudar a volver a llenar de sentido bíblico el “cuidado de la Creación” y debemos trabajar con insistencia en esta concienciación.
En esta serie sobre EL CRISTIANO Y LA POLÍTICA vamos a ofrecer desde la palabra de Dios algo más de 30 razones que justifican y exigen el compromiso social y político del cristiano en el mundo.
En el primer artículo vimos las primeras 12 razones, a las que luego agregamos otras tres. A continuación, vimos razones que tienen que ver con la familia y la educación.
Continuamos atendiendo a ejemplos concretos de participación política.
Nadie puede vivir sin normas y valores. Quien no trabaje activamente en favor de normas y leyes sanas y cristianas, o incluso piense que los valores cristianos no son para esta sociedad, tendrá que buscarse sus valores en otra parte, por lo general en su entorno social.
El gran peligro que encierra una mentalidad cristiana de bote salvavidas o de encerramiento en el gueto es que sus adeptos no viven de verdad esta realidad, pues, continúan participando activamente de la vida social, y a veces con bastante éxito. Puesto que contemplan esta sociedad como completamente vacía de toda instrucción divina, no les queda más remedio que comprar y vender conforme a las reglas de esta sociedad, y de esta manera caen cada vez con más intensidad en los dominios del “dios de este mundo”.
Los investigadores seculares son mucho más conscientes de esto. Así, Helmut Schoeck, profesor de Sociología, escribe en su libro La envidia y la sociedad acerca del significado del mandamiento cristiano sobre la prohibición de la envidia en los Diez Mandamientos y en Jesús y los apóstoles, lo siguientes:
“El NT habla en estos casos casi siempre a la persona envidiosa y la exhorta a dominar la desigualdad con su prójimo, haciéndolo como persona madura y cristiana. Fue el logro histórico de esta ética cristiana haber estimulado y protegido el poder creativo humano en Occidente por esta misma domesticación de la envidia, y tal vez incluso haberlo hecho posible hasta este extremo”.
El que cultiva la envidia está renunciando a motivaciones esenciales de la fe cristiana y convierte una sociedad en un terrible campo de batalla.
La corrupción y el soborno campean cada vez más a sus anchas en nuestro país. Lo que antes se consideraba propio de los países del tercer mundo, se convierte en realidad cotidiana entre nosotros. La corrupción de los partidos políticos es alarmante. La desvergüenza de algunos políticos es inusitada. Algunos han confesado que se han metido en la política para hacerse ricos. El meteórico ascenso económico de algunos políticos que predicaban la justicia social abochorna a propios y extraños y las “puertas giratorias” continúan estando ahí para recompensar los gestos de determinados políticos al mundo de la empresa.
Solo muy pocos son los que comprenden que todo esto no es más que la consecuencia del “¡adiós!” de nuestra sociedad occidental a sus raíces cristianas y bíblicas. La Biblia dice: “El impío toma soborno para pervertir las sendas de la justicia” (Proverbios 17:23).
Quienes se despiden del Dios cristiano, se despiden también de la figura del juez supremo, cuya justicia absoluta e insobornable constituyó y constituye la referencia y el punto de partida para el rechazo de toda prevaricación, ya sea por dinero o por hambre de poder. En el AT Dios es presentado y definido una y otra vez como el insobornable, como el “Dios de dioses, y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho” (Deuteronomio 5:17). Y a los nuevos jueces establecidos en las ciudades de Judá, se les advierte y exhorta: “Sea, pues, con vosotros el temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová nuestro Dios no hay injusticia, ni acepción de personas, ni admisión de cohecho” (2 Crónicas 19:7).
No podemos limitar esta empresa a la esfera de lo privado. Tenemos que procurar públicamente que todos los ciudadanos de nuestro país sean convencidos de que las personas con discapacidades son imagen de Dios en plenitud y tienen el derecho a la solidaridad de los demás conciudadanos. Los cristianos debemos luchar para que estas convicciones nuestras puedan figurar en la legislación de nuestro país y estén ancladas en la praxis de nuestros estados. En este sentido, ¿no debemos exigir y también fomentar el derecho de la dignidad humana precisamente allí donde en nuestra sociedad hoy es menos reconocida y pisoteada con los pies, esto es, en el caso de los discapacitados en el vientre materno que son abortado casi automáticamente cada vez más y más?
Cuando una clara mayoría de un país está a favor del aborto y cientos de miles lo llevan a cabo o presionan para que así sea, no hay ley ni penas legales que puedan constituirse en ayudas por muy importante que sean amabas. Para conseguir una contención significativa de los abortos hay que conseguir primero un nuevo consenso general, que solo es posible desde la base: El trabajo nacido de la convicción personal, la captación del interés y el apoyo individual, la labor educativa de la familia, las acciones de las iglesias y las iniciativas ciudadanas, constituyen el camino para restablecer el consenso básico general acerca de la intocabilidad de la vida humana, también de la vida de los nonatos.
El dominio del hombre sobre la tierra sirve, en primera instancia, al hombre mismo, pero también a la Creación. Quien se sujete a las instrucciones divinas para con su creación, procurará siempre el bienestar de la tierra; contrariamente a lo que ocurre en el caso de los ateos. Así, en Proverbios 12:10 leemos: “El justo cuida de la vida de su bestia; mas el corazón de los impíos es cruel”. Y el creyente que observa la ley de Dios y su mandamiento relacionado con el día de descanso, procura dar descanso a su animal de trabajo (Éxodo 20:9-10).
En el relato bíblico de la creación, el hombre y la mujer reciben el mandato de “labrar y guardar la tierra” (Éxodo 2:15; 1:28), es decir, de transformar y preservar, lo que en teoría constituye una aparente contradicción, aunque en la vida diaria una y otra cosa van de la mano. Ambas partes constituyen las caras de una misma moneda.
El relativamente moderno movimiento ecologista goza del reconocimiento de muchos y su labor es loable en muchos aspectos. No obstante, los cristianos debemos ser conscientes de que el movimiento ecologista camina hacia la divinización de la Naturaleza y la supresión de las diferencias entre el hombre y el resto de la creación, en lugar de orientarse de nuevo hacia su Creador (recordemos que hace un par de años algunos políticos promovían la idea de humanizar a ciertas razas de primates o monos), y tengamos en cuenta las palabras de Romanos 1:21-23. Esto que ya ocurrió una vez, puede repetirse (ej.: vacas y ratas sagradas en la India de hoy).
Contrariamente a estas ideas, la Biblia enseña que el ser humano solamente puede conseguir el cuidado y la preservación del mundo en la comunión y adoración de su Creador, así como a través de la observancia de las instrucciones divinas acerca de su Creación. De modo que cuando los cristianos protegen el mundo, lo hacen por causa de los mandamientos y de la instrucción divina, y no porque la Naturaleza encierre exigencias “en sí misma”.
Por lo dicho, los cristianos tenemos que ayudar a volver a llenar de sentido bíblico el “cuidado de la Creación” y debemos trabajar con insistencia en esta concienciación.
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