Las voces que se levantaron, entre ellas la de ESA, desenmascararon al belicismo que justificaba el recurso de la violencia redentora como necesaria e inevitable para vencer a los poderes del mal.
Creo en la supremacía blanca hasta que los negros sean educados al punto de ser responsables. No creo en dar autoridad, posiciones de liderazgo y juicio a personas irresponsables.
John Wayne
Puede que Wayne se quede corto en términos de virtud tradicional, pero sobresalió al encarnar un conjunto diferente de virtudes. En un momento de agitación social, Wayne modeló la fuerza masculina, la agresión y la violencia redentora.
Kristin Kobes Du Mez
La guerra de Vietnam fue un parteaguas para el nacionalismo norteamericano. La retórica belicista y de supremacía estadounidense permeó amplios sectores del evangelicalismo blanco a lo largo y ancho del país. Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y la de Corea fortalecieron al aparato político/militar de los Estados Unidos y su proyecto hegemónico de nuevo orden mundial, en el cual los Estados Unidos debían defender al que llamaban mundo libre.
En la obra comentada, Jesus and John Wayne. How White Evangelicals Corrupted a Faith and Fractured a Nation (Liveright Publishing Corporation, 2021), Kristin Kobes Du Mez muestra que si bien el discurso y acciones supremacistas tenían lugar en el seno del cristianismo evangélico fundamentalista, fue la guerra de Vietnam un detonante que contribuyó para impulsar posiciones pro bélicas en el exterior y favorecer, al interior, ideas y conductas masculinas nugatorias de los derechos de las mujeres. La autora sigue las huellas de predicadores que enarbolaron la bandera de la sumisión femenina a los varones y sus deseos.
Era inevitable, desde el punto de vista del evangelicalismo nacionalista, el recurso de la violencia redentora para defender a los Estados Unidos de las amenazas exteriores, como de los peligros internos que representaban movimientos como el de los derechos civiles. Du Mez ejemplifica con influyentes (influencers, se les llama hoy) personajes del cristianismo evangélico estadounidense que “bendijeron y santificaron” el involucramiento del país en la guerra de Vietnam, al grado de hacer una férrea defensa de las operaciones militares y los medios usados para combatir a los adversarios de la que consideraban nación cristiana.
En el volumen queda constancia de lo que sostuvieron Carl McIntire, Carl Henry, Jack Hyles, Jerry Falwell y Billy Graham. Para Carl McIntire, “la infalible Biblia otorga a los hombres el derecho de participar en los conflictos armados”, y quienes participaban deberían tener la seguridad que Dios estaba con ellos; además, en caso de morir en batalla serían “recibidos en los más altos cielos”. Billy Graham fue condecorado en 1972 por la Academia Militar de West Point con el Sylvanus Thayer Award, otorgado a los ciudadanos defensores de los ideales inculcados por la Academia: “Deber, honor, patria”.
Quienes confundieron las enseñanzas del Evangelio para ensamblarlas con los intereses guerreristas de Washington, hicieron caso omiso de las documentadas denuncias de periodistas norteamericanos sobre las atrocidades perpetradas por las fuerzas militares en Vietnam. Las grandes protestas que clamaban por el fin del conflicto armado y la negativa de sectores juveniles para enrolarse en el ejército sacudieron las universidades norteamericanas. Cuando llegaron al público pormenores de la masacre de My Lai, en la que perecieron cerca de quinientos civiles vietnamitas (hombres, mujeres e infantes), Billy Graham se condolió, pero mantuvo que él “nunca había oído hablar de una guerra en la que no se matara a personas inocentes”.
En las filas evangélicas, hace notar Kristin Kobes Du Mez, se organizaron colectivos que fueron a contracorriente del belicismo dominante en el evangelicalismo norteamericano. En 1973, los que llama “evangélicos progresistas”, hicieron pública su posición crítica al conformar Evangelicals for Social Action (ESA). En la Declaración de Chicago denunciaron el racismo institucional e hicieron llamados para defender los derechos de los pobres y oprimidos. Retaron “La confianza errónea de la nación en el poder económico y militar, una confianza orgullosa que promueve una patología nacional de guerra y violencia que victimiza a nuestros vecinos en casa y en el extranjero”.
Uno de los principales impulsores de ESA fue Ronald J. Sider. Samuel Escobar le conoció en 1971, cuando Sider era presidente de un centro educativo menonita, Messiah College, situado “en el corazón de Filadelfia, Estados Unidos, al lado del campus de la famosa Universidad de Temple, en una zona urbana conflictiva como pocas”.
En el prólogo a la edición castellana de un libro toral en los escritos de Sider (Cristianos ricos en la era del hambre. De la acumulación a la generosidad, Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2015), Samuel Escobar rememora que Sider lo invitó para ser parte, el fin de semana de Acción de Gracias de 1973, de un “conversatorio-taller dedicado al tema Los evangélicos y la preocupación social”. La reunión, que conjuntó a poco más de cincuenta personas, se realizó “en un hotel económico para pasajeros pobres, [de] la Asociación Cristiana de Jóvenes” (YMCA, por sus siglas en inglés), y produjo una toma de postura llamada la Declaración de Chicago.
El documento sentó la identidad evangélica de ESA al subrayar que “como cristianos evangélicos comprometidos con el Señor Jesucristo y la autoridad plena de la Palabra de Dios, afirmamos que Dios demanda su señorío sobre la totalidad de la vida de su pueblo. Por ello no podemos separar nuestras vidas en Cristo de la situación en la cual Dios nos ha puesto en los Estados Unidos y el mundo”.
Aunque minoritarias, las voces que se levantaron, entre ellas la de ESA, desenmascararon al belicismo que justificaba el recurso de la violencia redentora como necesaria e inevitable para vencer a los poderes del mal. Exhibieron a los que veneraban al poder y doblaron la rodilla ante él.
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