La clave para ser un hijo de Dios no está en la denominación o la familia cristiana a la que pertenecemos, está en Jesús.
En nuestro hogar llamado planeta tierra vivimos unos siete mil millones de almas. El 42 % de la población se confiesa cristiana, según un estudio realizado por el Centro de Estudios Globales del Gordon-Conwell Theological Seminary, y el cristianismo se encuentra a la cabeza como la religión mayoritaria en todo el mundo, contando con aproximadamente 2.400 millones de seguidores. Dentro de esta gran familia denominada “cristiana” conviven un conjunto de “familias o grupos denominacionales” siendo la Iglesia católica el grupo con más seguidores, 1.200 millones de católicos (49% de los cristianos) en todo el mundo. Otras grandes denominaciones son el protestantismo (22%) y las Iglesias Ortodoxas Orientales (12%), además de otros grupos minoritarios que también se denominan cristianos.
Desde que comencé a dar mis primeros pasos en la fe cristiana, ya hace de eso más de 25 años, fui instruido en las enseñanzas de la escritura, en el “ABC” de la teología para nuevos creyentes, en mi memoria aún atesoro aquellos días de adolescente en la 1ª Iglesia Bautista de Manzanillo (Cuba), donde contábamos con un maestro bien versado en la palabra de Dios, el Dr. Zaragoza, que con mucha paciencia nos explicaba los primeros pasos de la fe evangélica a un grupo variopinto de nuevos creyentes.
La enseñanza principal era la salvación mediante la fe en el sacrificio expiatorio de Cristo por nuestros pecados. A partir del instante en el que confesaba con mis labios que Jesús era mi Señor y Salvador y me arrepentía de mis pecados, pasaba de ser un enemigo de Dios al estado de hijo adoptado, hasta ahí estamos todos “casi de acuerdo”. El problema surgió algunos años después, cuando comencé a pasar tiempo fuera de mi “subcultura evangélica” para adentrarme en otras aguas.
En una ocasión conocí a una señora entrada en años, se encontraba felizmente recostada sobre un sillón de esos que cuando caes sobre el no hay manera que te quieras levantar. Me acerqué a ella porque alguien nos invitó a su casa, y comenzamos a conversar de la vida y sobre algunos problemas de salud que estaba padeciendo. En algún momento de la conversación, entre un vaso de agua o un café, no recuerdo con exactitud, le comencé a compartir el evangelio, las buenas noticas de la Gracia de Dios. Para mi sorpresa aquella mujer robusta recostada en su cómodo sillón me dijo: “Hijo, yo llevo mucho tiempo creyendo todo lo que me dices, creo en Jesús como el salvador de mi vida y lo creo por fe”.
Luego, me reafirmó que era católica. Por un momento pensé que tenía que entrarle con el tema de los ídolos, porque no era posible que pudiera ser “cristiana como yo”, así que me armé de valor y le dije lo que pensaba sobre la idolatría. Me miró con ternura y me replicó con estas palabras: “Yo no adoro ninguna imagen, solo creo en Jesús”. En ese instante quise darle una lección de teología protestante, pero en lugar de eso me puse en pie, me acerqué a ella y le pedí que me permitiera darle un abrazo: “Eres mi hermana”, le dije realmente emocionado.
Aquel día salí de aquella humilde morada con una pregunta, ¿Quién es mi hermano? ¿el que en fe ha creído en Jesús como el salvador de su alma o el que abraza un sistema teológico protestante/evangélico?
En una entrevista de la revista Christianity Today, Bono, el cantante de la banda irlandesa U2, narra una curiosa anécdota con el hijo del famoso evangelista Billy Graham:
Estamos en una videoconferencia, y el líder de U2 está sentado en el suelo frente a un sofá verde, con su computadora en la mesa de café que tiene frente a él. Está atardeciendo en Dublín y el sol poniente hace resplandecer la sala. Es casi teatral. También hay brillo en sus ojos. Sabe que tiene una buena historia: «Él es el fundador de Christianity Today», me recuerda, sonriendo. «Yo entonces no lo sabía, pero aun así quería la bendición. Y traté de convencer a la banda para que vinieran conmigo, pero por varias razones no pudieron. Había problemas de agenda, pero busqué una manera de hacerlo yo». Esto sucedió en marzo de 2002, solo unas semanas después de que U2 hubiera hecho su actuación legendaria en el intermedio del Super Bowl y días después de que su sencillo Walk On ganara el Grammy como Grabación del Año. «Su hijo Franklin me recogió en el aeropuerto –dice Bono– y Franklin estaba haciendo un trabajo muy bueno con Samaritan’s Purse. Pero no estaba seguro acerca del paquete que le encargaron transportar». Se ríe. «De camino a encontrarme con su padre, no dejaba de hacerme preguntas».
Bono recrea la conversación para mí:
—Tú… ¿tú realmente amas al Señor?
—Sí.
—De acuerdo, lo amas. ¿Eres salvo?
—Sí, soy salvo.
Él no se ríe. Nada de risas.
—¿Has entregado tu vida? ¿Conoces a Jesucristo como tu salvador personal?
—Oh, conozco a Jesucristo, e intento no usarlo solo como mi salvador personal. Pero, en fin, sí.
—¿Por qué tus canciones no son… eh… canciones cristianas?
—¡Lo son!
—Oh, bueno, algunas de ellas lo son.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, ¿por qué entonces… por qué no sabemos que son canciones cristianas?
Yo dije:
—Todas vienen del mismo lugar, Franklin. Mira a tu alrededor. Mira la creación, los árboles, el cielo, todas esas colinas verdes. No tienen una señal que diga «Adoro al Señor» o «Pertenezco a Jesús». Solamente le dan gloria a Jesús.”
¿Podemos etiquetar a una persona como hijo o no de Dios por ser de derechas o de izquierdas, por el grupo al que pertenece, por el sistema teológico en el que cree o por la experiencia espiritual que confiesa haber tenido?
¿Quién dijo Jesús que eran sus hermanos y hermanas?
31 Luego la madre y los hermanos de Jesús vinieron a verlo. Se quedaron afuera y le mandaron a decir que saliera para hablar con ellos. 32 Había una multitud sentada alrededor de Jesús, y alguien dijo: «Tu madre y tus hermanos[a] están afuera y te llaman». 33 Jesús respondió: «¿Quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos?». 34 Entonces miró a los que estaban a su alrededor y dijo: «Miren, estos son mi madre y mis hermanos. 35 Todo el que hace la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y mi madre». Lucas 3:31-35
¿Cuál es la voluntad de Dios que nos abre las puertas para convertirnos en hijos de Dios?
39 Y la voluntad de Dios es que yo no pierda ni a uno solo de todos los que él me dio, sino que los resucite, en el día final. 40 Pues la voluntad de mi Padre es que todos los que vean a su Hijo y crean en él tengan vida eterna; y yo los resucitaré en el día final. Juan 6:39-40
Después de decir todas esas cosas, Jesús miró al cielo y dijo: «Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que él, a su vez, te dé la gloria a ti. 2 Pues le has dado a tu Hijo autoridad sobre todo ser humano. Él da vida eterna a cada uno de los que tú le has dado. 3 Y la manera de tener vida eterna es conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste a la tierra». Juan 17:1-3
En ambos pasajes Jesús nos muestra el principal requisito para que él nos convierta en hijos de Dios, en sus hermanos: Que hagamos la voluntad de Dios, que no es otra que le conozcamos a él, que creamos en Jesús como el hijo de Dios que vino a este mundo a morir en nuestro lugar. No me habla de que debo de cumplir con todas las reglas establecidas, votar a un partido determinado, o ser parte de una denominación “escogida”; me habla de creer, recibir, conocer al hijo de Dios. He visto como por años en el cuerpo de Cristo hemos actuado muchas veces con menosprecio frente aquellos que no se alinean en todo con nuestra “teología”; nos hemos convertido en expertos en decidir quién es nuestro hermano o no. El teólogo Richard Baxter nos hace la siguiente reflexión:
El que no es hijo de la paz no es hijo de Dios. Todos los demás pecados destruyen la iglesia de manera indirecta, pero la división y la separación la derriban directamente. Edificar la iglesia no es más que unir ordenadamente los materiales, y ¿qué es entonces desunirla sino derribarla? Las muchas diferencias doctrinales han de ser toleradas en una iglesia. Y, ¿por qué otra razón sino por la unidad y la paz? Por lo tanto, la desunión y la separación son enteramente intolerables. Richard Baxter1
Entonces, si todos los que creyeron, recibieron y conocieron a Jesús son hijos de Dios y por tanto mis hermanos ¿quién soy yo para juzgar la fe de aquellos que han confesado a Jesús como el Señor y Salvador de sus vidas?
Por otra parte, Jesús advirtió a los discípulos que cuando él se fuera vendrían muchos engañadores, falsos maestros, personas que dirán que son nuestros hermanos, pero que realmente son lobos que buscan dispersar el rebaño, la Iglesia de Cristo. ¿Cómo podemos saber quiénes son esos engañadores? ¿Cuáles son las marcas de los hijos de Dios?
Jesús, mediante una ilustración, nos enseña cómo podemos saber que un individuo es un hijo de Dios, veamos Lucas 6:43-45:
43 Un buen árbol no puede producir frutos malos, y un árbol malo no puede producir frutos buenos. 44 Al árbol se le identifica por su fruto. Los higos no se recogen de los espinos, y las uvas no se cosechan de las zarzas. 45 Una persona buena produce cosas buenas del tesoro de su buen corazón, y una persona mala produce cosas malas del tesoro de su mal corazón. Lo que uno dice brota de lo que hay en el corazón. Lucas 6:43-45
En esta historia el maestro nos enseña un principio clave para discernir entre los que son realmente hijos de Dios o no.
La clave de la enseñanza está en los frutos, la evidencia de que somos hijos de Dios está en los frutos de nuestro carácter, ellos serán la marca externa del nuevo nacimiento.
“Un buen árbol no puede producir frutos malos, y un árbol malo no puede producir frutos buenos”.
Nuestras vidas deben estar en consonancia que el mensaje que proclamamos. Después de muchos años he aprendido a examinar a aquellos que dicen ser mis hermanos y no lo son. Para ello uso tres sencillos filtros, que llegan en forma de preguntas:
¿Quién dices qué es Jesús para ti?
¿Qué piensas sobre la cruz de Cristo?
Cuéntame: ¿cómo Jesús ha cambiado tu vida?
Es posible que tengas tus propios filtros, pero lo más importante es que recuerdes que la clave para ser un hijo de Dios no está en la denominación o la familia cristiana a la que pertenecemos, está en Jesús, él es quien tiene el poder para hacernos hijos de Dios, para convertirnos en sus hermanos y hermanas.
“Tengo confianza en su gracia sagrada y conservo la esperanza (…) de que el bien entre ustedes pueda perseverar, y que el resto los reciba a ustedes con todo el honor, y se conviertan en buenos frutos y en hijos de Dios, habitantes de aquella ciudad en la que no habrá oscuridad ni dolor, donde podrán contemplar a Dios su padre, comprendan todas las cosas, se amen unos a otros perfectamente como a su propio ser y tengan el deseo de su corazón.” Juan Huss2
Notas
1 Elliot Ritzema et al., eds., 300 citas para predicadores, trans. Juan Terranova y Reynaldo Gastón Medina, Serie Pastorum (Bellingham, WA: Lexham Press, 2013).
2 Elliot Ritzema et al., eds., 300 citas para predicadores de la iglesia medieval, trans. Juan Pablo Saju y Juan Terranova, Serie Pastorum (Bellingham, WA: Lexham Press, 2013).
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