Existen criterios racionales capaces de decidir qué imagen del mundo es más adecuada para explicar los datos que hoy poseemos.
Tradicionalmente, la mayoría de los pensadores han venido creyendo que el universo no puede ser la causa de sí mismo. El mundo conocido no parece poseer la suficiencia ontológica necesaria para generarse y, por tanto, debe tener su origen en algo desconocido que sea eterno, autosuficiente y externo al propio cosmos. Es lo que todo el mundo reconoce como Dios, se crea o no en su existencia.
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No obstante, en la actualidad, algunos procuran obviar la necesidad de un creador apelando a la idea de la nada. Como si ésta poseyera algún misterioso poder -todavía por descubrir- capaz de crearlo todo. Se confía así el asunto de los orígenes a las capacidades explicativas de la ciencia. En este sentido, ciertos investigadores se refieren a posibles “fluctuaciones cuánticas de un supuesto vacío inestable que formarían espontáneamente pequeñas burbujas de espacio-tiempo” y así, supuestamente, se habría pasado de la nada absoluta al Big Bang primordial. Cientos de especulaciones pseudocientíficas como ésta, fundamentadas en el materialismo metodológico inherente a la ciencia humana pero imposibles de demostrar. Y ¡eureka, ya no se necesita a ningún Dios creador!
El problema de semejantes elucubraciones es la propia definición de “nada”. ¿Qué es la nada absoluta? ¿Es acaso lo mismo que los espacios vacíos generados en los laboratorios de física cuántica? ¿Se puede ver o detectar de alguna manera? ¿Resulta posible medirla o pesarla? Porque si no se puede experimentar con ella o analizarla en el laboratorio -como ocurre también con la idea de Dios- ¿acaso no se debería dudar de su existencia? ¿Es posible pensar la nada? El filósofo francés Henri Bergson decía que la nada es una “pseudoidea” imposible de pensar porque no expresa nada real. Se refería a la nada absoluta en estos términos:
“«Nada» es un término del lenguaje usual que no puede tener sentido más que si permanecemos sobre el terreno, propio del hombre, de la acción y de la fabricación. «Nada» designa la ausencia de lo que buscamos, de lo que deseamos, de lo que esperamos. Tendremos que suponer que el vacío es limitado, que tiene contornos, que es, pues, algo. Pero, en realidad, no hay vacío. No percibimos e incluso no concebimos más que lo lleno”.1
El ser humano es incapaz de comprender bien algo que no existe en la realidad y que nunca ha visto, tal como la nada total o radical. Puede elucubrar al respecto, eso sí. Es más, muchos filósofos creen que si en algún momento se hubiera dado dicha nada, jamás se habría originado el mundo porque, por definición, de la nada absoluta, no puede surgir el ser. De manera que la antigua pregunta de Heidegger mil veces planteada: ¿Por qué existe algo en vez de nada?, presupone que la nada absoluta podría haberse dado. Sin embargo, tal como decimos, se trata de una falsa cuestión. Es una falsa idea puesto que nadie sabe qué es en realidad la nada o si ésta haya existido en algún momento.
Lo único que podemos saber es que hay múltiples seres que conforman el universo material y que nosotros mismos formamos parte de él. Lo cual nos lleva a pensar que la nada absoluta no sólo sería absolutamente estéril sino también imposible. De la nada jamás podría haber surgido algo. Por tanto, como existe el cosmos (un todo ordenado) debe haber también algo eterno y autosuficiente, externo a él, que lo haya creado y ordenado. Ese algo no puede ser la nada, por mucho que se insista en ello. Para los creyentes, se trata del Dios creador y misericordioso que se revela en la Biblia, mientras que según el materialismo naturalista -convencido de que no existen seres sobrenaturales- sería el propio universo el que se habría creado a sí mismo o bien sería eterno. Es decir, se elimina a Dios pero se diviniza el mundo, dotándolo de autosuficiencia y poder creador. Sin embargo, ¿es este un cambio razonable? ¿Qué puede haber de divino en el mundo material? ¿Puede acaso el universo haber surgido de una partícula elemental eterna y autosuficiente? La física cuántica no permite concebir ninguna partícula así ya que más bien todas son finitas y variables.
¿Hay alguna forma de decidir racionalmente entre el materialismo y el teísmo o entre aquello que algunos han llamado la “cultura de la muerte” y la “cultura de la vida”? Algunos creen que no. A mí me parece que sí existen criterios racionales capaces de decidir qué imagen del mundo es más adecuada para explicar los datos que hoy poseemos. Se diga lo que se diga, existe toda una serie de datos cosmológicos básicos que encajan mucho mejor con el teísmo que con el materialismo. Tales como que el universo existe (ya que perfectamente podría no existir), que es racional (es decir, que se puede estudiar y comprender) y que está finamente ajustado para la existencia de la vida, tanto animal como humana. Estos datos son mucho más difíciles de explicar desde el materialismo que desde la creencia en un Dios creador. De ahí que muchos los nieguen o digan simplemente que son aspectos de la realidad que carecen de explicación y, por tanto, preguntarse por ellos es absurdo, etc. Sin embargo, desde la cosmovisión teísta, la existencia del cosmos, su racionalidad y su carácter sustentador de toda vida son tres aspectos relacionados que se explican bien desde la acción creadora de Dios.
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De manera que, tal como escribe el filósofo de la ciencia Francisco José Soler Gil: “al materialista sólo le quedan dos opciones: o encogerse de hombros, o postular una cadena de universos, tratando de desplazar infinitamente la pregunta por la causa, al precio de admitir un número incontable de entidades fantasmales, de las que ni tuvo ni tendrá nunca indicio experimental alguno… y ni siquiera así resuelve nada, puesto que se puede argumentar que tal cadena, como totalidad, es también un objeto físico (por muy infinita que sea) y debería tener una causa…”2 Muchos siguen buscando soluciones puramente materiales que les permitan eludir al creador sobrenatural. Sin embargo, pienso que la primera frase bíblica continúa pesando mucho más que todas las elucubraciones humanas: “En el principio creó Dios lo cielos y la Tierra”.
1 Bergson, H. 1963, Pensamiento y movimiento: lo posible y lo real, en Obras escogidas, Aguilar, México, p.1018.
2 Soler Gil, F. J. y López Corredoira, M., 2008, ¿Dios o la materia? Áltera, Barcelona, p. 23.
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