Repasamos otras cinco frases de Jesús que popularmente se interpretan de una manera, pero que los estudiosos de la Biblia la consideran incorrecta (o, al menos, incompleta).
Esta es la segunda parte de un Top 10 de frases de Jesús que popularmente se interpretan de una manera, pero que los estudiosos de la Biblia la consideran incorrecta (o, al menos, incompleta). Para hacer este artículo consulté varios libros, pero en especial el “Comentario al Evangelio de Lucas y a los Hechos de los Apóstoles”, de Justo González.1
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Si no la leíste aún, te recomiendo empezar leyendo la primera parte.
Marcos 4 nos cuenta la historia de una tormenta brutal que amenazaba con hundir la barca donde viajaban Jesús y los discípulos. El Señor dormía y los discípulos se asustaron, así que lo despertaron. Marcos nos dice que «Cuando Jesús se despertó, reprendió al viento y dijo a las olas: “¡Silencio! ¡Cálmense!”. De repente, el viento se detuvo y hubo una gran calma» (Mc. 4:39).
Lo más habitual es interpretar esta orden de Jesús como lo que parece a simple vista: una orden al viento y las olas, o sea, un milagro meteorológico. Pero acá necesitamos entender la cultura donde vivía Jesús. Para el pueblo judío, las grandes extensiones de agua eran vistas como algo caótico, monstruoso, un lugar de peligro y oscuridad.
Hay un montón de ejemplos de esto en la Biblia: en la Creación, Dios divide y ordena las aguas; el castigo viene en Génesis a través de un diluvio; en el Éxodo, Dios abre el mar milagrosamente para salvar a su pueblo; el mar es también donde habita una criatura monstruosa conocida como Leviatán. Las aguas eran vistas como un territorio hostil, caótico y misterioso.
En medio de ese mar peligroso, Jesús duerme junto a sus discípulos. Es similar a la historia de Jonás, que dormía en medio de una tempestad. Pero a diferencia del profeta escapista, Jesús está en pleno control de la situación. Su orden es mucho más que un milagro meteorológico. Es una demostración de su poder sobre las fuerzas del mal; por eso los discípulos, al ver el milagro, responden: «¿Quién es este hombre? ¡Hasta el viento y las olas lo obedecen!» (Mc. 4:41).
Y nos queda más clara la conexión entre tormenta y demonios cuando seguimos leyendo. Tanto Marcos como Mateo y Lucas, ponen la calma de la tormenta justo antes del episodio de liberación del endemoniado gadareno. El mismo poder de Cristo que calmó las aguas, libera a continuación al endemoniado y envía a los demonios adonde pertenecen: al abismo, el fondo del mar.
Más que un milagro meteorológico, la calma del viento y las olas es una demostración del poder de Jesús sobre las fuerzas del mal y la muerte.
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Según el evangelio de Mateo, la primera bienaventuranza dice: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt. 5:1). Pero cuando vamos al evangelio de Lucas, leemos: «Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (Lc. 6:20). Esta diferencia entre los “pobres en espíritu” de Mateo y los “pobres” de Lucas ha llevado a que algunos entiendan dos líneas teológicas quizás incompatibles: por un lado la línea “más espiritualista” de Mateo —preocupada por cuestiones “del cielo”— y por otro la línea “más liberacionista” de Lucas —preocupada por cuestiones más “de la tierra”—.
Pero vamos de nuevo a meternos en la historia del pueblo judío. Estamos en una época de dominación de Roma; y antes de los romanos había sido el período de dominación helenística. Durante esos tiempo difíciles, muchos judíos que se habían mantenido fieles a Yahvé atravesaron situaciones muy hostiles por parte de las autoridades extranjeras; esta hostilidad los ponía a menudo en aprietos económicos. Por el contrario, otros judíos abandonaban su devoción y obediencia a Dios y abrazaban la cultura de sus invasores, lo que les ayudaba un montón a prosperar económicamente.
Así fue como el término “pobre” se fue convirtiendo en una especie de código para describir a unos judíos que también eran “pobres en espíritu”. Eran temerosos de Dios aunque eso les trajera problemas con los poderes de turno. Más que dos definiciones sin nada en común, Mateo y Lucas están describiendo desde dos ángulos diferentes una misma realidad: la necesidad de reconocer humildemente nuestra dependencia de Dios y confiar en su provisión y cuidado. Las personas que hacen esto son bienaventuradas; de ellas es el Reino de Dios.
Este es un pasaje que se ha interpretado de mil maneras: como una distinción entre las cosas terrenales y las divinas, como una acusación a la hipocresía de los fariseos, o como una justificación de la separación iglesia-estado. Pero hoy quiero enfocarme en un aspecto que no se menciona mucho.
En una ocasión, fueron algunos fariseos y herodianos a tentar a Jesús con una pregunta sobre los tributos. «¿A quién pertenecen la imagen y el título grabados en la moneda?—dijo Jesús. —Al César—contestaron. —Bien —dijo Jesús—, entonces den al César lo que pertenece al César y den a Dios lo que pertenece a Dios» (Mc. 12:16-17).
¿Qué imagen tiene la moneda?, preguntó Jesús. La palabra “Imagen” en griego se dice εἰκών. Es la misma palabra que la Biblia utiliza para describir a los seres humanos, que llevamos la εἰκὼν τοῦ Θεοῦ —la imagen de Dios—. En otras palabras, el dinero le pertenece al César porque tiene su εἰκὼν, su imagen, pero los seres humanos llevamos la imagen de Dios, así que le pertenecemos a Él.
Aunque la respuesta de Jesús puede ayudarnos a pensar diferentes aspectos de la vida cristiana, su acento es fuertemente teológico: es una invitación a entregarnos completamente a Dios, reconociendo que nuestra verdadera identidad y propósito están en Él.
Cuando escucho la frase “la señal de Jonás”, lo primero que se me viene a la cabeza son los tres días que el profeta estuvo en el vientre de un gran pez antes de ser expulsado y volver a la vida. Y a eso, por supuesto, lo puedo conectar directamente con la historia de Jesús: «Así como Jonás estuvo en el vientre del gran pez durante tres días y tres noches, el Hijo del Hombre estará en el corazón de la tierra durante tres días y tres noches» (Mt. 12:40).
Pero la señal de Jonás es mucho más que el episodio del pez. Si seguimos leyendo, nos encontramos con esta afirmación: «El día del juicio los habitantes de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se arrepintieron de sus pecados al escuchar la predicación de Jonás. Ahora alguien superior a Jonás está aquí, pero ustedes se niegan a arrepentirse» (Mt. 12:41). Y lo mismo pasa con la reina de Saba, que había ido a escuchar humildemente a Salomón.
Jonás era un profeta nacionalista que quería ver arder a los enemigos de su pueblo. Era un hombre religioso que sabía cómo separar los buenos de los malos. Dios lo mandó a predicar arrepentimiento a sus enemigos, y estos, irónicamente, aceptaron su invitación. Como te imaginarás, Jonás no estaba para nada contento.
La señal de Jonás nos recuerda que el perdón y la misericordia de Dios se ofrecen a personas que, según nuestras credenciales, “no se lo merecen”: marginados, pecadores, despreciados. Contra todas las expectativas, Jesús dijo que esa gente se adelantaba a los líderes religiosos en su camino al Reino de Dios (Mt. 21:31). Quizás sus palabras apunten también a la dimensión global del Reino de Dios: una invitación que no se acaba en el pueblo judío, sino que alcanza a toda la tierra.
A una generación incrédula, que no escucha las palabras de Jesús, se le da una única señal: Dios abre sus brazos a los que “no deberían estar ahí”, como la oveja perdida o el hijo pródigo. Quizás algo parecido esté sucediendo hoy: Dios sigue atrayendo a sí mismo a las personas más inesperadas, tal como pasó con los ninivitas, la reina del Sur, los publicanos y pecadores. Si no nos damos por aludidos ante esa evidencia, quizás el Espíritu Santo no va a darnos ninguna otra señal.
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Marcos 14 nos cuenta una historia que sucedió poco antes de que Jesús fuera crucificado; una mujer lo ungió con un frasco de perfume muy caro. Algunas personas que estaban ahí se enojaron y dijeron: «¿Por qué desperdiciar un perfume tan costoso? ¡Podría haberse vendido por el salario de un año y el dinero dado a los pobres!» (Mc. 14:4-5). Pero la respuesta de Jesús, como solía suceder, dejó a sus críticos desconcertados: «Déjenla en paz. ¿Por qué la critican por hacer algo tan bueno conmigo? Siempre habrá pobres entre ustedes, y pueden ayudarlos cuando quieran, pero a mí no siempre me tendrán. Ella hizo lo que pudo y ungió mi cuerpo en preparación para el entierro» (Mc. 15:6-8).
“Siempre habrá pobres entre ustedes” es una frase que muchas veces se ha usado como una especie de resignación ante la pobreza. Como siempre habrá pobres, no es mucho lo que se pueda o deba hacer; conviene dedicarse a las cosas “más espirituales”, que son las que realmente importan.
Pero el pasaje toma todo otro sentido cuando descubrimos que Jesús no pronunció esa frase de manera trivial. En realidad, está citando el capítulo 15 de Deuteronomio, que habla sobre el Jubileo, el Año agradable, un tiempo de celebración en Israel donde se perdonaban las deudas y se combatía la pobreza.
Deuteronomio 15 dice: «No deberá haber pobres en medio de ti, porque el Señor tu Dios te bendecirá en abundancia en la tierra que te da como preciada posesión» (Dt. 15:4). El texto invita a la generosidad con los necesitados y advierte contra una actitud tacaña. Y cierra con esta frase: «Siempre habrá algunos que serán pobres en tu tierra, por eso te ordeno que compartas tus bienes generosamente con ellos y también con otros israelitas que pasen necesidad» (Dt. 15:11).
Este es el versículo del que habla Jesús. Cuando dice que siempre habrá pobres entre nosotros no está sugiriendo que la pobreza es algo inevitable y que debemos ignorar. Por el contrario, en línea con la enseñanza de Deuteronomio, está enfatizando que la actitud de los creyentes ante la pobreza debe ser la generosidad.
La mujer que derramó el perfume estaba preparando a Jesús para su sepultura; y si a los críticos de Jesús realmente les importaban los pobres, la posibilidad de ser generosos iba a seguir estando ahí.
Y me parece muy interesante que los primeros cristianos aplicaron esta enseñanza de Jesús de una manera muy concreta; Hechos dice que «todos los creyentes estaban unidos de corazón y en espíritu. Consideraban que sus posesiones no eran propias, así que compartían todo lo que tenían. No había necesitados entre ellos, porque los que tenían terrenos o casas los vendían y llevaban el dinero a los apóstoles para que ellos lo dieran a los que pasaban necesidad» (Hch. 4:32,34, 35).
Cada vez que aparecía una necesidad —como las viudas de Hechos 6 o la hambruna de Hechos 11—, era suplida por el amor, la generosidad y la responsabilidad de los hermanos y hermanas en la fe. En otras palabras, la Iglesia estaba viviendo en pleno Jubileo: el año agradable del Señor había llegado.
Mark Twain dijo: «A la mayoría de las personas les preocupan los pasajes de las Escrituras que no comprenden, pero los que me preocupan a mí son los que sí comprendo». Ojalá no seas de los que se esconden atrás de los pasajes difíciles y te animes a caminar detrás de las pisadas del Maestro.
1 Descarga gratis un fragmento del libro AQUÍ, cortesía de Editorial Clie.
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