Cuando Ayuba tenía 20 años, su padre fue asesinado por Boko Haram porque no estuvo dispuesto a renunciar a su fe en Jesús. Ocho cristianos más fueron asesinados en aquel brutal ataque. Además, poco después, el grupo extremista envió una lista de sus próximas víctimas: Ayuba estaba en ella.
Ayuba* recuerda vívidamente el día en que Boko Haram llegó a su pueblo. Donde vive, en el noreste de Nigeria, existe un peligro del que todo el mundo es consciente: los ataques violentos de grupos militantes islámicos van en aumento, por lo que están bajo una amenaza constante. Sin embargo, nada podía prepararle realmente para lo que ocurriría aquel fatídico día: el 20 de abril de 2020 quedaría grabado para siempre en la mente de Ayuba. Tenía sólo 20 años, la flor de la vida, un momento de aventura y emoción para muchos, pero que se vio radicalmente truncado debido a su decisión de seguir a Jesús.
“Sobre las seis de la tarde corrió la voz de que Boko Haram se acercaba a nuestro pueblo”, recuerda. “Mi padre me llamó para que volviera a casa. Yo quería ver qué pasaba, pero me dijo que debía quedarme en casa”.
La situación no tardó en agravarse. Unas horas después de que empezaran a correr los rumores, Boko Haram estaba en la ciudad.
“Normalmente, cuando oímos un disparo aislado, sabemos que son soldados, pero si los disparos son muy seguidos, entonces se trata de la gente de Boko Haram. Al principio oímos un disparo y pensamos que eran soldados, así que nos quedamos en casa”, dice Ayuba. Se supone que son fuerzas encargadas de mantener de la paz y normalmente no causan alarma. Pero, en este ataque, algunos de los seguidores de Boko Haram iban vestidos con uniformes militares. Ayuba empezó a darse cuenta de que los atacantes estaban muy cerca y habían prendido fuego a una cervecería.
“A las 10 de la noche la gente había empezado a huir para salvarse. Boko Haram había llegado a nuestra comunidad. Un vecino vino a nuestra casa. Nos confirmó que era gente de Boko Haram y no soldados y que habían matado a un hombre que estaba fuera del edificio que incendiaron”.
Fue entonces cuando la familia supo que no podía esperar más: Ayuba y sus hermanos huyeron. “Empezamos a correr para salvarnos”, recuerda. “Corrimos hasta que cruzamos un río que hay detrás de nuestra aldea”. Estuvieron esperando a que su padre se reuniera con ellos, pero no había rastro de él.
Sin saber qué pasaba en el pueblo, Ayuba y sus hermanos esperaron juntos y oraron. “Empecé a llorar, pero alguien que estaba con nosotros me animó y me dijo que orara en lugar de llorar. Lo hice y les dije a los demás que dejaran de llorar y que oraran también. Cuando terminamos nos quedamos dormidos allí, junto a la orilla del río, hasta que amaneció”.
El padre de Ayuba se había escondido en casa de su cuñada. En la comunidad donde vivía Ayuba hay muchos cristianos, pero también muchos musulmanes. Los hermanastros del primer matrimonio de su padre son todos musulmanes, al igual que la hermana de su madre y su abuela. Así que, cuando Boko Haram irrumpió en la casa donde estaba escondido el padre de Ayuba, fue acusado de ser cristiano. Ayuba cuenta la historia basándose en lo que oyó después de sus familiares.
“Cogieron a nuestro padre y se lo llevaron con ellos. No paraba de preguntar cuál era su delito, pero no le respondían. Le sacaron fuera y le pusieron de rodillas”.
Los militares exigieron al padre de Ayuba que leyera un pasaje del Corán, como prueba para saber si era musulmán. Pero él no ocultó su fe en Jesús. Cuando le preguntaron si era musulmán o cristiano, respondió que era cristiano. Fue todo lo que necesitaron oír para matarlo: fue decapitado en el acto.
Por la mañana, sin saber aun lo que había ocurrido, Ayuba y los demás emprendieron el camino de vuelta a la aldea. “Todo estaba en silencio”, recuerda Ayuba. “Cuando nos acercamos a nuestra casa vi tres cuerpos en el suelo. Reconocí a mi padre por su ropa. Me arrodillé a su lado y oré”.
Incluso en ese momento de dolor, Ayuba pudo dar gracias a Dios: “Dios, te estoy agradecido: me has dado y me has quitado. Que mi padre descanse junto a Ti”. Sus palabras recuerdan a las de Job en Job 1:21: “El Señor dio y el Señor quitó; sea el nombre del Señor bendito”.
El padre de Ayuba no fue la única persona asesinada por Boko Haram en su ataque a la aldea. “Masacraron a unos nueve, todos cristianos”, cuenta. “Entré en casa para traer una tela para cubrir los cuerpos. Llamé a mi hermano y le pedí que no trajera a nuestros otros hermanos, pero ellos le siguieron. Empezaron a llorar y, como yo seguía allí de pie, rompí a llorar también”.
Sin embargo, este no fue el final de la amenaza. Ayuba se enteró de que él y su familia seguían corriendo un peligro extremo a manos de los islamistas. Cuenta: “Unas semanas después del ataque, Boko Haram envió una lista a nuestro pueblo, una lista de personas a las que iban a matar. Mi nombre estaba en ella”.
Quería quedarse donde había enterrado a su padre. Y quería vengarse: incluso empezó a llevar un cuchillo. Un hombre del pueblo había ayudado a Boko Haram a identificar a sus objetivos y Ayuba estaba decidido a matarlo. “No podía pensar en otra cosa”, dice. Pero al final se convenció de que lo mejor para él y su familia era trasladarse a otro pueblo. Un pastor local consiguió que él y sus hermanos se trasladaran al sur, a unas ocho horas en coche de su pueblo.
El pastor también recomendó a Ayuba que recibiera asistencia postraumática en el centro dirigido por los colaboradores de Puertas Abiertas, el Centro Shalom. Cuando asesinaron a su padre, Ayuba estaba en una edad en la que la persecución puede tener un impacto especialmente dañino en la fe de un joven creyente. Como joven cristiano de su comunidad asumió muchas responsabilidades: su vida es radicalmente distinta a la de otras personas de su edad; por ejemplo, ahora es el sostén de su familia.
Esta clase de persecución puede definir la vida de cualquiera: además de dificultar el pago de los estudios, el joven puede decidir que seguir a Jesús es demasiado difícil en el lugar donde vive y optar por un camino “más fácil”. La atención postraumática es una forma eficaz de garantizar que esto no ocurra; por el contrario, puede ayudar a un joven a sanar y a comprender el amor y la soberanía de Dios, incluso frente a la persecución.
“Ya había hecho terapia para adolescentes en alguna ocasión, así que sabía de qué se trataba”, dice Ayuba. “Pero esta vez estuvimos allí tres días y empecé a comprender que no soy la única persona que pasa por situaciones así. A otros les han hecho cosas peores —han matado a sus padres y muchas cosas más— pero siguen siendo capaces de llevar una vida normal”.
Para Ayuba la atención postraumática fue crucial. Cuando le preguntamos cuál fue la mayor lección que aprendió en el centro, respondió: “El perdón”. Antes de llegar al centro estaba decidido a vengar la muerte de su padre, pero una vez allí entregó el cuchillo que llevaba. “Antes de venir aquí había decidido no perdonar nunca y vengar la muerte de mi padre”, dice Ayuba. “Ahora no tengo ningún rencor hacia el hombre que delató a mi padre. Si me lo encontrara, le saludaría y si no fuera capaz, entonces, me marcharía lejos. ¿Qué ganaría yendo por ahí con un cuchillo buscando venganza, haciéndome daño y sin tener paz? Así que decidí dejar ir mi ira y tener paz. Dios me trajo aquí para sanarme”.
El apoyo de los colaboradores de Puertas Abiertas en el Centro Shalom está marcando una gran diferencia en la vida de Ayuba. “Es importante contar con personas que dan buenos consejos, que te corrijan cuando te equivocas y te digan la verdad sobre la vida. Sin eso, sólo buscarás venganza. Cuando tienes alguien que te aconseja correctamente se convierte en una gran ayuda en el proceso de curarte. Me gustaría dar las gracias especialmente a nuestro pastor, que hizo posible que pudiéramos recibir atención postraumática. Sinceramente, si no hubiera venido a este lugar, no sé cómo habría acabado”.
Boko Haram quería destruir la fe de Ayuba, pero, al igual que sucedió con José y sus hermanos: “Vosotros queríais hacerme daño, pero Dios lo usó para bien” (Gen 50:20). Ocurrió lo contrario a los planes de Boko Haram: la fe de Ayuba se fortaleció gracias a la atención recibida. Sin la ayuda de los colaboradores de Puertas Abiertas, sería otro joven traumatizado y superado por sus circunstancias. En cambio, ahora puede ayudar a otros que se enfrentan a traumas similares a los suyos. “En primer lugar, les diría que oren, porque si no oramos, nada funciona. Yo no estaría aquí si no fuera por la oración”, dice. “Me gustaría que otras personas que están pasando por lo mismo vinieran a este lugar, pues, sea lo que sea que hayas sufrido, encontrarás a otros que tienen los mismos problemas, e incluso más dolor. Encontrarán ánimo”.
Dios también ha utilizado un salmo en particular para animar a Ayuba. “En el Salmo 91 hay una porción que habla de cómo mil pueden caer a tu lado, diez mil a tu derecha, pero no se acercarán a ti. Sinceramente, este versículo me ha animado mucho porque me ayuda a orar más a menudo”, dice.
*Nombre ficticio e imagen representativa utilizados por motivos de seguridad.
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