En la madrugada del pasado lunes, el Señor bajó sus brazos para llevar junto a él a mi mamá; fue “en buena vejez y llevando sus gavillas”.
En esta madrugada hubo algo que me despertó, y en esos momentos vinieron a mi corazón con mucha fuerza las palabras del viejo bolero…
”Ya no estás más a mi lado, corazón; en el alma sólo tengo soledad…”
Y me pregunté qué me estaba ocurriendo. Estoy más que acostumbrada a escuchar dentro de mí la voz de mi Señor, igual que el pequeño Samuelito cerca de las luces del templo, cuando tengo que preparar un escrito, una predicación… siento que el Señor me está hablando y al levantarme, reconozco con claridad lo que tengo que trabajar para compartir; pero, ¿un viejo bolero que gira en torno a la historia de un amor, y que en el alma sólo tengo soledad? Sé que puede parecer la cosa más incongruente y que incluso algunos me puedan estar cuestionando unas cuantas cosas, pero así sucedió; porque eso de que “en el alma sólo tengo soledad” sería un pecado al salir de mi boca. El Espíritu Santo con el cual fui sellada el día que me entregué por siempre al Dios de mi vida, puede tener mayor o menor llenura, pero jamás se irá de mí hasta que llegue a su bendita presencia. Aunque realmente, esa preciosa música y mucha parte de la letra, reflejan en parte una realidad para mí en estos momentos, siento una especie de vacío y de soledad que me paralizan; y no se trata de poca espiritualidad, sencillamente partió con el Señor mi madre, de forma rápida y del modo menos esperado y, humanamente hablando, de una forma tanto brutal.
Mi mamá nació en Madrid en el año 1932, es decir antes de la tremenda guerra fratricida que vivió nuestra España, una guerra que no se vivió igual en todos los lugares. En Madrid fue horrible y cuando mis abuelos maternos vivían felizmente y tenían ya bastantes hijos, sobrevino algo que ni olvidarán los que la pasaron ni las generaciones que vinimos después. En aquel entonces vivían en la Calle de Ferraz y frente por frente al mítico Cuartel de la Montaña; aquello era terrible y escaparon como pudieron; eran protestantes, considerado entonces iguales a masones y comunistas…. No sigo, os podéis imaginar aquella realidad y aquel horror.
Mi mamá fue criada y pertenecía a la iglesia evangélica de Noviciado, en pleno Chamberí; pero con raíces en la iglesia de Trafalgar por parte de la familia su madre, Asambleas de hermanos a las que pertenecía mi padre y todos nosotros. Aquel Noviciado que yo conocí siendo niña, estaba en tiempos de mi madre bajo el pastorado de alguien muy amado y de la talla de D. Carlos Araujo, y entre los jóvenes de aquel entonces estaba el que llegó a ser el precioso siervo de Dios, Alberto Araujo.
Llegó un gallego a estudiar para llegar a ser Dr en medicina interna y desde el momento en el que la conoció… ¡hasta la muerte! Lloré mucho por dentro en el momento en el que metieron el féretro de mi mamá junto al de mi papá, y escuchaba cerca de mí… “Xa están xuntiños de novo”, de algún modo sí… yo seguía llorando, y escuchaba por otro lado… “Ya están juntos en la Patria celestial”. Realmente hay arcanos de Dios que nunca vamos a poder descifrar, y sé que ni el más grande de los teólogos me podría explicar esto en profundidad, la diferente dimensión, lugar, tiempo... lo desconocemos y mejor no hacer cábalas; pero de algo estamos ciertos porque lo asegura la Palabra de Dios:
“Pero cobramos ánimo y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor”.
2ª Corintios 5:8.
En la madrugada del pasado lunes, el Señor bajó sus brazos para llevar junto a él a mi mamá; fue “en buena vejez y llevando sus gavillas”, el problema fue que ocurrió lo que menos nos podíamos imaginar; teníamos cita para cambiar la pila de su marcapasos, cuando también en la madrugada del miércoles de la semana comenzó a ponerse muy mal, yo no entendía nada, me culpaba por si le había dado algo que le originara aquel espantoso cuadro, y fue a partir de ahí una semana de infarto; le había vuelto algo que yo casi había olvidado, una obstrucción intestinal a causa de divertículos, algo de lo que había sido operada no sé cuantas veces y operaciones de muchas horas. En menos de una semana, vivió de un modo muy difícil entre UCI y planta, pero todo terminó tal y como dijo el cirujano y de un modo muy duro.
Cuando mi esposo habló en el acto de despedida, dijo una gran verdad; pero yo la conocía más en profundidad que él y lo viví de un modo muy intenso en su partida. Mientras pudo, jamás se acostó sin doblar sus rodillas por horas, intercediendo por todo y por todos; cuando ya no podía hacerlo de ese modo, lo hacía acostada y supongo que a causa de la edad, no era consciente del tiempo ni del volumen de su voz, entonces me tenía que acercar a su cama y decirle… “mamaiña”, acaba y no eleves así la voz, ¿sabes qué hora es?, y le daba el último beso después de arroparla bien.
Cuidé lo mejor que pude a mis padres, aunque la peor parte fue la de mi madre, y aunque en estos momentos estoy demasiada rota por dentro, no me pesa y tengo un sentimiento que me consuela, el de la labor cumplida. Los trabajos y las renuncias han valido la pena, y vivir la última noche a su lado, algo muy fuerte, lo considero el mejor regalo que me pudo haber hecho el Señor.
Era domingo y había partido en Riazor, sinónimo de… ¡no se puede aparcar! Mi hermana había subido a pie al hospital que está muy cerquita del estadio y el día se complicó, yo estaba baldada de la noche anterior, sabéis lo que ocurre con las personas mayores cuando se les cambia de lugar, y sobre todo la noche a la que me refiero fue espantosa; pero ella tenía una capacidad prodigiosa de recuperación en todos los sentidos. Mi hermana tuvo que llegar más tarde de lo que lo haría en otro momento y le supliqué a mi mamá que intentara dormir un poco y me dejara a mí hacer lo mismo. Así ocurrió; pero en un momento, con toda la calma y clarividencia del mundo, con una voz suave e hilando palabras y pensamientos como lo haría el mejor comunicador, comenzó a orar… “Señor, tú sabes que soy tuya y que te amo mucho, me entregué a ti en aquellos campamentos con María Bolet, y aquí estoy hasta que quieras llevarme contigo…”Y luego comenzó por Turquía, siguió por Siria, Ucrania…. y terminó pidiendo por los necesitados y hasta el último miembro de la familia. Me quedé paralizada, aquello era como un imposible, pero así fue; nada podía presagiar que horas más tarde le darían un consomé que devolvió, algo le fue al pulmón y cuando me di cuenta que algo raro pasaba, la bajaron como siete personas.
Al cuarto de hora la subió un celador y una enfermera. No había nada que hacer y pronto vino la médico a decírmelo. Le supliqué que la ayudara a no sufrir, pero aún así me pasé la noche a su lado hasta el amanecer, y aquello, no tengo palabras para describirlo. Lloré con toda mi alma y mucho más, hoy me considero privilegiada y lo veo como el mejor regalo que me pudo haber hecho el Señor; y lo hizo así con propósito y porque así lo quiso, mañana podré hablar cosas bellísimas de aquella noche.
Tuvo a toda su prole a su lado y tal y como dije anteriormente, “fue en buena vejez llevando sus gavilllas”.
Su himno favorito, algo que cantaba como los ángeles, y lo hizo en diferentes lugares, tenía un soprano alto precioso, era:
“Señor, heme en tus manos, dirígeme, y hasta el fin de mis años mi guía sé, que siempre yo a tu lado prefiera estar, mi vida hasta su ocaso te de entregar.”
Y su Salmo favorito, el 34, de modo especial, el versículo 7:
“El ángel del Señor acampa en torno a los que le temen; a su lado está para librarlos”.
Cuando estábamos arreglando todas estas cosas mi esposo nos dijo lo que guardaba como un secreto, hacía tiempo todo lo que le había dicho lo que deseaba en el desarrollo del acto de su despedida, pero que quería cambiar el himno por… “A la luz, a la luz, al encuentro de Jesús. Por él arde mi deseo ¡oh qué gozo cuando veo quien por mí sufrió la cruz! Y al final, se pudieron cantar los dos himnos, uno aquí y otro en Ares, y el más pequeño de mis hijos pudo leer en Ares el precioso Salmo 34.
Todo eso reflejaba como era nuestra madre por dentro, y ¡sí!, todavía estoy un tanto bloqueada, la echo en falta a morir y aquello de…
“Ya no estas a mi lado, corazón; en el alma sólo tengo soledad” bien entendido ¡por favor! Refleja el sentir de mi corazón en estos momentos; me siento demasiado bloqueada, pero sé que pasará y que todo el trabajo, esfuerzo, renuncias, y esa partida dura y aquella noche y aquella oración…. serán para bendición en un futuro para:
“El que se merece toda la honra, la gloria y el poder”
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