El Hospital de San Andrés y la capilla fueron demolidos en 1902, en pleno auge de la dictadura de Porfirio Díaz.
Meses antes de que llegaran misioneros metodistas a la Ciudad de México (enero de 1873) los núcleos protestantes/evangélicos tuvieron reacomodos y transformaciones. Dichos procesos resultaron en condiciones que facilitaron el trabajo de los obispos Gilbert Haven (Iglesia metodista episcopal del norte) y John C. Keener (de la misma denominación, pero en su vertiente del sur).
Keener, como quedó consignado en la entrega anterior, se benefició del liderazgo de Sóstenes Juárez y la red de congregaciones que él encabezaba en la capital mexicana y entidades aledañas. A poco más de dos meses de la llegada del obispo Keener, éste logro adquirir una propiedad y e iniciar actividades públicas a pocas calles de la principal plaza de la urbe, el Zócalo.
Durante 1872 Sóstenes Juárez se mantuvo ministrando en el callejón de Betlemitas, por su parte Arcadio Morales (convertido en enero de 1869 en la Sociedad Evangélica domiciliada en San José el Real número 21) a veces colaboraba con Juárez, pero también tenía nexos con líderes protestantes/evangélicos para iniciar obra en otros lugares de la ciudad. Arcadio Morales y Agustín Palacios (quien tuvo liderazgo en la Iglesia de Jesús junto con Manuel Aguas), a disgusto con la orientación eclesiástica episcopal que la misma estaba tomando, salieron de ella en octubre de 1872 e iniciaron una nueva congregación evangélica en “la 1ª calle del Cinco de Mayo” (corresponde hoy al tramo de esa calle ubicado entre Isabel la Católica y Motolinía). [1]
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Placa que recuerda la Iglesia de San Andrés, donde estuvo a partir de marzo de 1873 el templo metodista del que fue pastor Sóstenes Juárez.[/photo_footer]
Sóstenes Juárez tenía su domicilio en “la calle Nueva o de la Independencia (hoy 16 de Septiembre). Era viudo y no tenía hijos” [2]. Muy probablemente Juárez ayudó a Keener para realizar la transacción que hizo posible adquirir la capilla de San Andrés, operación que fue concluida el 26 de febrero de 1873. Así lo informaba Keener a quienes lo enviaron a México:
Pagué en efectivo y firmé los documentos para comprar la capilla [de San Andrés], con lo que ésta se constituye en el primer baluarte de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur en el corazón de México. Tiene toda la apariencia de un Gibraltar cubierto de ceniza; acanterado y gótico que puede convertirse en un santuario para los tiempos de prueba […] Está situado en una esquina en la sección soleada de la calle […] Su costo real es lo doble de lo que pagué por la capilla y el lote adyacente juntos […] El terreno tiene paredes por los cuatro lados. Tan altos como la capilla, de modo que con una inversión mínima se techa, se pone piso y se anexa al santuario. La superficie total es de 55 por 66 varas [46 por 55 metros]. Desde que fue confiscada la propiedad ha estado a prueba. Su belleza se opacó un tanto, aunque conserva el mérito arquitectónico […] Ahora tendrá que repararse, se pintarán las paredes, se le pondrá piso nuevo, se arreglará el altar y se pondrá un púlpito adecuado. Todo de acuerdo con la fe de quienes vengan allí a adorar y a escuchar. Ahora sólo se necesita un predicador. [3]
Es relevante mencionar algunos datos del conjunto de San Andrés, antes de que la iglesia fuese adquirida por el obispo Keener. El templo de San Andrés fue “en su origen la iglesia del colegio y noviciado de Santa Ana, edificios levantados por los jesuitas (1626 a 1642), a expensas de D. Melchor Cuéllar” [4]. Las edificaciones tuvieron una corta vida, debido a su deterioro los jesuitas las abandonaron y así permanecieron hasta 1676. Entonces fueron refundadas “por el capitán Andrés de Tapia, volvieron a abrirse templo y colegio pero con la advocación de San Andrés”. [5]
Tras la expulsión de los jesuitas en 1767 las instalaciones quedaron en desuso. Fue necesario reabrir el colegio debido a que en el otoño de 1779 se diseminó en la ciudad “la desoladora peste de viruelas que tan lamentables estragos causó en la sociedad […] y que hizo perecer solamente dentro de la capital, en los dos meses de su mayor fuerza, cerca de nueve mil personas” [6]. Debido a esto el arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta pidió al virrey Martín de Mayorga se destinara el Colegio de San Andrés para que sirviera de hospital. La petición fue concedida y se habilitaron más de cuatrocientas camas “para atender a los enfermos pobres” [7]. También la capilla fue reactivada. El nuevo hospital quedó bajo el dominio del arzobispado de México, hasta que las leyes de Reforma lo secularizaron.
La capilla del hospital de San Andrés recibió el cuerpo de Maximiliano de Habsburgo para ser embalsamado por segunda vez. La trágica aventura del emperador de México terminó el 19 de junio de 1867, cuando cayó fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro. El primer embalsamamiento resultó fallido por mal realizado. El cuerpo fue trasladado a la Ciudad de México, y colocado en la iglesia de San Andrés. Aquí “se desnudó completamente el cadáver, se ató en posición vertical a una escalerilla, y ésta se colgó de la cadena que pendía de la linternilla, y hasta que escurrió todo el bálsamo que se había inyectado en Querétaro, se practicó el segundo embalsamamiento”, le refirió un testigo al sacerdote identificado con la causa juarista Agustín Rivera y Sanromán [8].
El presidente Juárez fue notificado “un día de la segunda mitad de octubre” que los médicos habían concluido con el embalsamamiento. De noche, “a las doce en punto se paró un coche a la puerta del templo de San Andrés, y el jefe de la tropa abrió inmediatamente la puerta. Entraron únicamente Juárez y su ministro Sebastián Lerdo de Tejada”. Ambos observaron “tendido el cadáver de Maximiliano, completamente desnudo y rodeado de gruesas hachas encendidas, y se pararon junto al cuerpo. Juárez se puso las manos por detrás, y por algunos instantes estuvo mirando el cadáver sin hablar palabra y sin que se le notara dolor ni gozo; su rostro parecía de piedra”. [9]
Después de que los restos de Maximiliano fueron entregados a representantes de la Casa Imperial de Austria, comenzaron a reunirse en San Andrés “las personas adictas al Imperio” y el 19 de junio de 1868, al cumplirse el primer aniversario del fusilamiento de Maximiliano junto con dos generales que defendieron la intentona imperial, Miguel Miramón y Tomás Mejía, el sacerdote jesuita Mario Cavalieri presidió las honras fúnebres. Además predicó un sermón en el cual “se excedió, no en elogios a los difuntos, sino en acriminaciones al partido republicano y al gobierno” de Juárez [10].
Para terminar de tajo con las peregrinaciones conservadoras a San Andrés, el presidente Benito Juárez encargó al gobernador Juan José Baz la pronta demolición del sitio. La noche del 28 de agosto, Baz, “con multitud de albañiles armados de barretas, cinceles, mazos y martillos, y sus sobrestantes correspondientes” iniciaron la demolición de la capilla [11]. Antes del amanecer lograron importantes avances en la tarea, porque “siendo los trabajadores muchos, el trabajo era poco para cada uno, y en pocas horas quedó la cúpula totalmente desprendida del anillo que la sustentaba, apoyada sobre las cuñas, que desde antes habían sido empapadas en aguarrás, entonces fue el untarlas de nuevo con este líquido y ponerles fuego. Todas ardieron a un tiempo, y a un tiempo cedieron todas, desplomándose con gran estrépito, y estremeciendo el suelo aquella pesada mole apenas despuntando el día” [12].
A la destrucción de la capilla de San Andrés le siguió el proyecto de abrir una calle que continuaría el callejón de Betlemitas. La nueva vía fue inaugurada el 13 de febrero de 1872, con el nombre de Tiburcio Montiel, “en honor al primer gobernador que había tenido la ciudad a la caída [del emperador] Maximiliano” [13]. Un año después la calle fue renombrada como Xicoténcatl (que hasta hoy mantiene) como homenaje a “Felipe Santiago Xicoténcatl, teniente del batallón de San Blas que defendió Chapultepec y falleció en la falda de dicho cerro protegiendo la bandera mexicana en el ataque norteamericano” [14]. En uno de los costados seguía semi derruida la capilla de San Andrés, la que fue adquirida por el obispo Keener.
San Andrés sirvió como lugar de reuniones tanto para la misión de la Iglesia metodista episcopal del sur, la de Keener y Sóstenes Juárez, como de la Iglesia metodista episcopal, la de los obispos Gilbert Haven y William Butler, hasta que esta última tuvo su propio lugar, a partir del 25 de diciembre de 1873, para la realización de sus servicios en Gante número 5.
Tras un rápido acondicionamiento en la capilla de San Andrés iniciaron cultos metodistas el 30 de marzo de 1873. En el acto participaron líderes y feligresía de las dos denominaciones, las que después tendrían en el lugar servicios dominicales matutinos para los de la Iglesia metodista episcopal del sur, y vespertinos para los de la Iglesia metodista episcopal [15].
El Hospital de San Andrés y la capilla fueron demolidos en 1902, en pleno auge de la dictadura de Porfirio Díaz, para levantar en su lugar el Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas, inaugurado el 25 de mayo de 1912 por el presidente Francisco I. Madero [16]. La Iglesia metodista que ocupó la capilla desde el 30 de marzo de 1873 debió mudarse a una sección del Convento de San Diego, ubicado en la calle del mismo nombre (que hoy es José María Luis Mora), donde permaneció cerca de dos años [17].
1. El Monitor Republicano, 22/X/1872, p. 3, Arcadio Morales, “Memorias”, El Faro, 15/VI/1947, reproducidas en Alberto Rosales Pérez, op. cit., p. 36.
2. Carlos Suárez Ruiz (coordinador), Libro histórico de la Iglesia Metodista “El Mesías”, conmemoración del centenario de su templo actual, Iglesia Metodista de México-Ediciones y Gráficos Eón, México, 2003, p. 19.
3. Ibid., pp. 20-21.
4. Antonio García Cubas, El libro de mis recuerdos, Imprenta de Arturo García Cubas, México, 1904, p. 115.
5. Idem.
6. Manuel Rivera Cambas, México pintoresco, artístico y monumental, tomo primero, Imprenta de la Reforma, México, 1880, p. 424.
7. Idem,
8. La fuente consigna que el autor es anónimo, sin embargo por datos aportados a lo largo del artículo es factible concluir que lo escribió Agustín Rivera y Sanromán (24 de febrero de 1824-6 de julio de 1916), “La visita secreta de Juárez al Hospital de San Andrés”, Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán, número 236, primer trimestre de 2006, p. 17.
9. Ibid., pp. 17-18.
10. José María Marroqui, La ciudad de México. El origen de muchas de sus calles y plazas, del de varios establecimientos públicos y privados, y no pocas noticias curiosas y entretenidas, tomo primero, Tipografía y Litografía La Europea, de J. Aguilar Vera, México, 1900, p. 367.
11. Ibid., p. 369.
12. Idem.
13. Verónica Zárate Toscano, “La patria en las paredes o los nombres de las calles en la conformación de la memoria de la ciudad de México en el siglo XIX”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, materiales de seminarios, 2005, p. 10.
14. Idem.
15. Carlos Suárez Ruiz, op. cit., p. 21.
17. Felipe Villela Díaz, “Los templos de la Congregación El Mesías, 1873-2001”, en Carlos Suárez Ruiz, op. cit., pp. 121-122.
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