Todo el siglo X y lo que corría del XI, es un testimonio, bien documentado en cualquier libro de historia, de la miserable corrupción de la iglesia papal.
Que sólo el papa puede llevar las insignias imperiales.
Que al papa le es lícito deponer a los emperadores.
Que el papa está por encima de todas las iglesias nacionales, y de todos los concilios.
Que su iglesia Romana no ha errado nunca, ni lo hará, como testigo de las Escrituras.
Que nadie debe, ni comer, con quien el papa excomulgue.
Que su dictado nadie lo rechace, pero el papa puede rechazar el de cualquiera, sin excepción.
Que todo papa,en cuanto accede, es santificado por los méritos de Pedro.
Que el papa no podrá ser juzgado por nadie.
Que el papa puede eximir a los súbditos de su fidelidad hacia sus príncipes que, por inicuos, él haya excomulgado.
Y así hasta 27 propuestas dogmáticas para reclamar la plenitud total, la totalidad del poder. Son los dictatus papae de Gregorio VII (papa de 1073 a 1085).
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Esta declaración de señorío absoluto se hizo contra el poder político, representado en ese momento por el emperador del Sagrado Imperio Romano, Enrique IV; también contra la propia iglesia católica latina, que mostraba alguna autonomía en ciertos lugares y circunstancias; y contra la iglesia y el emperador de oriente (un poco antes se había producido el llamado cisma).
Precisamente esta “reforma” gregoriana ha sido vista con buenos ojos, incluso por autores evangélicos, porque se piensa que era una defensa de la autonomía de la “iglesia” (a ver qué iglesia) contra la intromisión en sus terrenos del poder político.
Y esta reclamación (que nadie ha pedido perdón, ni nada) de poder absoluto, político y religioso, se hacía en nombre de nuestro buen Pedro.
De hecho, cuando Gregorio excomulga a Enrique, lo hace como si fuera el mismo Pedro quien juzgara al emperador. (¡Se imaginan a Pedro diciendo esas cosas!)
Hasta este momento, los papas se presentan como vicarios de Pedro, ya mismo lo harán de Cristo, que es más importante, hasta hoy. Estos enfrentamientos, por el poder y el dinero (nada de otros fines “espirituales”), terminaron en tablas, y a tablazos, durante siglos.
La Reforma tiene mucho que ver con ese contexto, y con su propuesta de derribar ambas partes.
Lo que parece bastante absurdo es presentar este tiempo, o el previo de siglos, o lo que viene luego, como muestras de los cimientos religiosos (cristianos) que han configurado una Europa que debemos conservar, o llorar si se derrumba.
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Con esas corrupciones tan totales, que producen la “civilización” cristiana católica de Europa, mejor es “descivilizarse” cuanto antes.
Si nos vamos, bien abrigados, a uno de sus episodios más recordados, cuando en enero, con todo el frío y la nieve, el emperador, previamente excomulgado por el papa, vestido con ropas de penitente se presenta ante la puerta del castillo de Canossa, donde está el papa, para recibir el perdón, y con ello la devolución de sus derechos políticos (sólo la frase, ya tiene miseria), lo que, después de tres días y sus noches, se produce.
¿Qué hemos visto? Pues esto es la civilización cristiana europea, tanto en el marco político, como el religioso. Es la corrupción absoluta, producida por los que quieren el poder absoluto, pretendiendo basarlo, encima, sobre el Cristo Redentor.
Si alguien quiere conservar esa civilización, conservará un pozo de corrupción. Mejor anunciar al Cristo que redime de esa corrupción. En esa estamos. La cosa, por otro lado, entre el papa y el emperador, terminó como había empezado.
Tras ser perdonado, Enrique exigió del papa que excomulgara y privara de sus derechos políticos a quien había ocupado su lugar, por causa de su situación anterior.
El papa, tan alto, se vio en la contradicción de las circunstancias históricas, y no lo quiso hacer. Al final, como siempre, el que tiene más armas la arma.
Enrique se vino para la misma Roma con un buen ejército; al papa tan papa de los dictatus, no le quedó otra que correr, con los pies que decía se tenían que besar.
El que deponía emperadores, fue depuesto por el emperador, y en su lugar puesto otro. Eso sí, pidió ayuda a un señor de la guerra, previamente santificado por otros papas, y éste logró que el emperador no se pasara.
Pero sus tropas mercenarias, que incluían musulmanes, ya que pasaban, saquearon Roma. El papa murió por ahí de mala manera.
Tenemos en este tiempo, pues, la mayor formulación de poder de la estructura papal. Pero ¿de dónde viene tal pretensión?, ¿qué había antes? Pues la mayor muestra de corrupción del papado.
Esto es un misterio, pero ya lo dice Apocalipsis. Sorprendente, pero así como se dice que el imperio Romano se derrumbó por su corrupción interna, no tanto por presión externa; el papado, en vez de derrumbarse, se levanta con más solidez de sus corrupciones.
Podría decirse, que cuantas más, mas fuerte. Levantado sobre ellas, sólo cuando ellas caigan, caerá. (En esto jugó papel central el monacato; el mismo Gregorio VII, como el I, fue unos años monje. La semana próxima, d. v., veremos algo.)
Todo el siglo X y lo que corría del XI, es un testimonio, bien documentado en cualquier libro de historia, de la miserable corrupción de la iglesia papal.
Primero, el derramamiento de sangre era lo normal. Con ello queda clara la cara dura de los (y las) que pontifican que España se libró de las guerras religiosas gracias a su rechazo de la Reforma.
Mira el mapa, y a cada cachito de tierra, tienes guerras y más guerras, todas de religión, o mejor, de la religión católica papal. Así durante siglos. Y de la unidad, ni hablamos, pues esas guerras muestran que había no una unidad, sino múltiples unidades de tierra o señoríos en guerra unos contra otros.
Padres, hijos, toda la familia. Rapiña y derramamiento de sangre; que ya se sabe, a eso los profetas lo llaman los cimientos de la civilización que será bendecida por el Señor.
Si quieres, pon en un buscador “Marozia”, y ya verás pornografía sanguinaria. Pero eso era el papado. En cualquier libro de historia encuentras que en la época, varias familias papaban a sus anchas, poniendo y quitando de la silla a gente de los suyos.
Y todo eso, por fuerza, engaño, y otras virtudes y valores. De esto se formó el papado; con él, algo de Europa, pero no me digan que eso es lo que la fundamenta. Ni me mezclen eso con lo que significó la Reforma en sus inicios, porque no. Esa Reforma buscó quitar esos cimientos, no conservarlos.
Siglos de corrupción, que cimentan luego la pretensión de poder absoluto, como vimos en los dictatus. Y todo, hoy día, muy conocido. Por ejemplo, Gregorio VII usó “documentación” en la que apoyar sus ilusiones.
No empleó mucho, es verdad, la llamada “donación de Constantino”, ese documento falso que pone al papa dueño de todo el imperio occidental (una inmatriculación a lo bestia), pues, al fin y al cabo, era una “donación” del emperador, y lo que se da, se puede quitar.
Este papa buscó documentación donde se acreditase el “derecho” a las proposiciones que dictó. Su dominio absoluto no era fruto de concesión, sino de derecho, además, recibido de Dios mismo.
Para ello acudió a las decretales. Llamadas ahora que se sabe, “falsas decretales”. Podemos apuntar para su elaboración la primera mitad del siglo IX, más o menos, llamadas también “pseudoisidorianas” por confusión de nombres.
En mitad del siglo VIII, se había fabricado la falsificación de la donación de Constantino al papa Silvestre; ahora, en el siguiente, en un monasterio, con todo tipo de preparativos y expertos, se procede a falsificar más de 50 documentos papales de los tres primeros siglos.
Eso se pretendió, y con ello se nutrió el derecho canónico, es decir, que esos documentos falsos fueron la base de buena parte de ese derecho.
Como se puede ver, la totalidad del poder, que presumió Gregorio, resulta de la totalidad de la falsificación y la mentira. Y realizada por gente muy preparada (aunque en la primera mitad del XVII, alguien observó que esos papas de los primeros tres siglos, citaban la Biblia en la edición Vulgata. En eso no fueron muy vivos).
Con esos “documentos” armó su argumentación totalitaria la reforma gregoriana. Cuanto más corrupción, más poder. ¿Y ese poder de la corrupción, y la corrupción del poder, político y religioso, durante tantos sucesos acreditados, durante tantos siglos, tenemos que considerar como los cimientos de la civilización europea? Eso no es la cruz de Cristo, sino su negación.
En esas perversiones jugó papel fundamental el monacato. Con los monjes nos encontramos, d. v., en una semana
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