Puede que corramos el riesgo de dar más importancia al medio que al mensaje.
Estas son las palabras con las que aquellos griegos del Evangelio de Juan se dirigieron a Felipe y que quizá deberían hacernos meditar sobre nuestra manera de transmitir al mundo el evangelio. Es cierto que debemos dar a conocer a Jesús de todas las maneras posibles, y también lo es que Pablo se alegra de que, aun en el caso de que algunos lo hagan por motivos indebidos, se anuncie a Cristo1. Pero de lo que se trata en verdad es de que la gente vea a Jesús y no simplemente un holograma, un “avatar” o a algún actor cinematográfico que le represente. Y no hay nada ni nadie que pueda proporcionarles esa experiencia salvo la iglesia: “Ven y ve”, como le dijo Felipe a Natanael2.
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Ni los medios audiovisuales, ni la tecnología más avanzada serán nunca capaces de reproducir la gracia y la gloria de nuestro Señor como los creyentes y las congregaciones cristianas que, por el Espíritu Santo, viven la fe y dan testimonio de Él.
No hay nada comparable a Jesús, ni técnica o método humano de comunicación que sea lo suficientemente adecuado o preciso para hacerle real a las personas, ni que ejerza sobre estas la atracción que solo Él es capaz de producir. “Él es la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15-17). Una imagen que, por mucho que nos adentremos en ella, no se descompondrá en pequeños fragmentos según la mayor o menor resolución que tenga el dispositivo reproductor, ni los píxeles de la cámara con que se tomó. Como Él mismo dijo: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Juan 14:9) y "Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:30). Aunque ampliemos al máximo esa “imagen” seguirá manteniéndose íntegra y compacta, porque no es ni más ni menos que el propio Dios.
El único medio capaz de presentar al mundo a Jesús tal como es en realidad es la iglesia —sus discípulos—; porque, aunque imperfecta todavía, se trata de su imagen viva y auténtica por el Espíritu Santo que habita en ella. Y cuanto más vivamos lo que creemos individual y colectivamente, tanto mayor será el influjo de Jesús sobre la gente y tanto más poderoso su efecto en ella: porque le verán en nosotros.
En nuestros esfuerzos por adaptarnos a la época en que vivimos, y por el prurito de utilizar toda la tecnología y todos los métodos que la psicología y la sociología nos ofrecen, puede que corramos el riesgo de dar más importancia al medio que al mensaje, y a olvidar ese axioma de que es el Espíritu Santo quien da testimonio de Jesús y de que lo hace juntamente con la iglesia (Juan 15:26-27). Hay hasta quienes han vaticinado un cambio de paradigma eclesial, hablando de “la iglesia tecnológica”, apoyándose en la experiencia —en su opinión positiva— que tuvimos durante el confinamiento por la pandemia. Y hay congregaciones que no han recuperado la vida de “iglesia presencial” sino que mantienen una experiencia híbrida en cuanto a cultos y reuniones, poco recomendable si no es estrictamente necesaria. La comunicación telemática no podrá nunca sustituir a la presencia y al abrazo de los hermanos. Los que tenemos lejos a nuestros hijos, nietos u otros seres queridos sabemos bien que no hay comparación posible entre verlos y oírlos por Skype, WhatsApp, Zoom, etc., y poderlos abrazar y pasar un rato en su compañía o tenerlos por unos días en nuestra propia casa.
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Aunque damos gracias a Dios por esas tecnologías que nos acercan y nos son de tanto consuelo y ayuda en ciertas situaciones, jamás deberíamos permitir que sustituyeran al contacto físico con los hermanos. ¡Cuánto más gratificante —y edificante— es encontrarnos con ellos cara a cara en la iglesia, aunque haya que viajar alguna distancia o capear el frío o el mal tiempo! ¿Y cómo cumpliremos el mandamiento de amarnos los unos a los otros simplemente de manera “remota”? ¿O cómo se integrarán aquellos deseosos de conocer a Jesús si no son recibidos y acogidos calurosamente por una comunidad en cuyo medio ha prometido estar el propio Señor? No hay ningún sitio mejor para ver y conocer a Jesús que en las reuniones de la iglesia.
Notas
1 Filipenses 1:15-18
2 Juan 1:46
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