La ofrenda de gratitud al Señor debe formar parte de la adoración del creyente.
Hace casi dos milenios, Mateo escribió que cuando los magos entraron en la casa donde se encontraba María con su hijo -el pequeño Jesús- se postraron ante el niño, lo adoraron y “abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (Mt. 2:11). Se trataba de tres regalos muy caros en aquella época ya que todos procedían de la importación. A lo largo de los siglos, muchos estudiosos de la Biblia se han venido preguntando el por qué de tales regalos y su posible simbolismo teológico. Unos de los primeros en hacerlo fueron Ireneo de Lyon y Orígenes de Alejandría durante los siglos II y III d. C., quienes se refirieron al oro como un regalo propio de reyes y personajes poderosos; al incienso como algo que corresponde a Dios, puesto que en la Escritura casi siempre aparece relacionado con el culto y la adoración; mientras que la mirra reflejaría a la propia humanidad ya que era muy usada en medicina y perfumería.
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Es cierto que el oro aparece frecuentemente en el Antiguo Testamento como un símbolo de prestigio y poder. Por ejemplo, José fue honrado por el Faraón mediante un collar de oro puesto en su cuello (Gn. 41:42); las coronas de los reyes solían ser precisamente de este material (2 S. 12:30); la renta anual de Salomón ascendía como mínimo a 666 talentos de oro y disponía de numerosos objetos, como vasos de oro e incluso su trono de marfil estaba forrado con dicho metal precioso (1 R. 10). Esto indica que en el mundo veterotestamentario el oro estaba muy relacionado con la realeza y que probablemente dicho presente de los magos tuviera el doble propósito de aportar unos medios económicos a la modesta familia de Jesús y, a la vez, reconocer en el recién nacido el prestigio de un rey.
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En cuanto al incienso puro, que era uno de los componentes del incienso que se quemaba en el templo judío (Ex. 30:8), se trataba de una resina que se extraía del árbol del olíbano (Boswellia sacra), que crecía originalmente en el sur de Arabia.1 Aunque también podía obtenerse de otras especies africanas del mismo género botánico. Dicha sustancia, al ser quemada, producía un humo muy apreciado en la antigüedad ya que poseía aromas que recordaban el pino y el limón. Este humo perfumado del incienso aparece siempre en la Escritura relacionado con la adoración y el culto a Dios. Era conservado en el Santuario con sumo cuidado ya que se empleaba exclusivamente para las oblaciones u ofrendas al Altísimo (Lv. 2). Según la Ley judía, los ingredientes del incienso eran cuatro (Ex. 30:34- 35), sin embargo, posteriormente se fueron agregando componentes que, al parecer, derivaban de la tradición oral desde Moisés. En el Talmud se dice que este incienso del culto contenía 368 medidas (maneh), una por cada uno de los días del año, más otras tres que correspondían a las que el sumo sacerdote llevaba al Lugar Santo con motivo de la fiesta del Yom Kippur o de la expiación. La responsabilidad de realizar tales mezclas exactas recaía sobre determinadas familias hebreas. Por lo tanto, el regalo del incienso ofrecido por los magos al niño Jesús pudo representar un acto de adoración a quien se consideraba divino.
Por último, la mirra es también una sustancia resinosa y aromática que se obtiene del tronco de un arbusto llamado científicamente Commiphora myrrha. Es natural del noreste de África, Arabia y Turquía. En la antigüedad fue una sustancia muy apreciada ya que se usaba para elaborar perfumes caros, incienso y también aceites como el de la santa unción (Ex. 30:31; Sal. 45:8; Pr. 7:17; Cnt. 1:13; 5:5); ungüentos para la purificación de las mujeres (Est. 2:12); así como para perfumar lechos y vestimentas (Cnt. 3:6); se mezclaba vino con mirra para obtener una medicina anestésica (Mc. 15:23); asimismo, para el embalsamamiento de cadáveres (Jn. 19:39) y también para diluir tinta en los papiros. La mirra era una de las sustancias que transportaban a Egipto los mercaderes ismaelitas (Gn. 37:25) pues se consideraba uno de los mejores productos de la tierra (Gn. 43:11). Al perfumar el aire, es posible que se usara en los funerales, con el fin de amortiguar los malos olores de los cadáveres. La mirra tiene propiedades astringentes, empleándose como antiséptico y estimulante. Algunos padres de la Iglesia creyeron que el regalo de la mirra, al estar muy relacionada con el ser humano, hacía referencia a la muerte del Señor Jesús en la cruz (Mc. 15:23; Jn. 19:39).
De manera que, aunque el Nuevo Testamento no dice nada al respecto, la tradición atribuyó el oro de los magos a Cristo como rey, el incienso como Dios y la mirra como hombre que debía pasar por la oscuridad temporal de la muerte en la cruz. Es toda una simbología que parece razonable, sin embargo, conviene tener presente que la Escritura no siempre se refiere a tales elementos de manera positiva. Por ejemplo, el oro que unas veces aparece como algo propio de los grandes señores, en otras ocasiones también se empleó para fomentar la idolatría, como en el caso del becerro de oro en el desierto (Ex. 32:24). De la misma manera, la gran ramera del Apocalipsis se muestra engalanada de oro (Ap. 17:4-5). Y lo mismo podría decirse del incienso, que aparece entre los artículos con que comerciaban los gentiles (Ap. 18:13), y de la mirra, que era también muy usada por los paganos como medicina curativa.
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De ahí que el profesor Samuel Pérez Millos escriba en su excelente comentario a Mateo: “No debe, pues, espiritualizarse de tal modo el simbolismo de los dones que los magos ofrecieron a Jesús, que desvirtúe la realidad sencilla de la entrega de todo aquello como ofrenda de gratitud ante quien era digno de ser adorado y, por tanto, era Dios”.2 En efecto, quizás ésta sea una lección importante que pudiéramos sacar de dicha historia. Igual que hicieron los magos, la ofrenda de gratitud al Señor debe formar parte de la adoración del creyente. El ofrecimiento constituye una parte fundamental del culto cristiano. No se trata sólo de dinero para sufragar los gastos de la congregación local. Es mucho más que eso. Aunque Dios no necesita nada, es un regalo de gratitud que se ofrece al Señor para que sea administrado por el Espíritu Santo en la extensión de su reino. Forma parte del culto y es un privilegio de cada cristiano.
Notas
1 Cruz, A. 2023, Diccionario Ilustrado de Animales y Plantas de la Biblia, Clie, Viladecavalls, Barcelona, p. 449.
2 Pérez Millos, S., 2009, Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento, Mateo, Clie, Viladecavalls, Barcelona, p. 147.
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