Cuestionar o criticar nuestros sentimientos más profundos mientras celebramos a viva voz la grandeza de nuestro Dios, es reducir a cenizas nuestro culto al Señor.
Soy un observador analítico de lo que me rodea, pero también de mí mismo y de mis sensaciones. De por qué hago lo que hago y de por qué siento lo que siento. También de cómo actúo o respondo ante ciertos acontecimientos de la vida se convierte para mí en motivo de una profunda reflexión, para asegurarme si estoy en el buen camino respecto a mis motivaciones personales.
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Del mismo modo acostumbro a cultivar mi inteligencia espiritual, abriendo las compuertas de mi alma y de mi espíritu a la santa influencia del Espíritu del Señor y de Su Palabra viva. Por eso, en cada tiempo de celebración comunitaria, autoafirmo mi alma con palabras similares a estas: “Bendice alma mía al Señor y bendiga todo mi ser su santo Nombre. Bendice alma mía al Señor tu Dios y no olvides ninguno de sus beneficios…”. Salmo 103: 1-2.
Cuando leo los salmos de David, descubro una impresionante geografía de emociones y sentimientos profundamente humanos, a la vez que la sincera expresión poética de un apasionado amante de su Dios. La diversidad de sentimientos, tanto de alegría como de tristeza y la extraordinaria capacidad de asombro que caracterizan al joven pastor de ovejas o al valeroso guerrero de Israel me resultan de una pureza humana realmente envidiable. David es un hombre fácilmente impresionable por las misericordias de Dios que siempre celebra con un gozo exuberante, convirtiéndose por momentos en un apasionado adorador. La siguiente salmodia es totalmente descriptiva: “Decid a Dios: ¡Cuán asombrosas son tus obras!” Salmo 66:3; y así infinidad de expresiones de una inmensa gratitud y de una alabanza totalmente emocionada.
Lamento la frivolidad de quienes reducen nuestra necesaria emotividad a un simple acto litúrgico religioso, porque esto mata la espontaneidad y la maravillosa emocionalidad que nos diferencia de otras especies inferiores y por supuesto de los esquimales del polo norte. Porque cuestionar o criticar nuestros sentimientos más profundos mientras celebramos a viva voz la grandeza de nuestro Dios, es reducir a cenizas nuestro culto al Señor y nuestra necesaria implicación emocional.
Me considero un hombre racional con una mediana capacidad intelectual, pero me niego a ser una especie de pasmarote inexpresivo o bíblicamente retórico. Por la gracia de Dios soy un hombre libre, un liberado de muchas miserias morales y de la culpa del pecado que me sentenciaba a una condena perpetua. En definitiva soy un eterno dependiente de mi buen Dios y me declaro infinitamente agradecido a mi bendito Salvador, porque si viviera diez mil vidas no alcanzaría a agradecerle lo mucho que le debo por su gran salvación.
También he dedicado bastante tiempo a meditar acerca de nuestras prácticas comunitarias respecto a nuestras tradiciones y a nuestras diferentes liturgias culticas. Lo cierto es que estoy al borde de la desesperación por tanto despropósito, con los disparates que a veces se publican o se exhiben en las redes sociales y en otros medios y que también se predican por parte de algunos charlatanes de turno, al igual que me horroriza el conservadurismo del falso pietismo de tantos otros que momifican la más bella expresión de nuestra fe y todo esto desnaturaliza la misma esencia de nuestro cristianismo.
A este paso, confieso que estoy a punto de borrarme y desaparecer de este enrarecido universo de personajes tan rancios y caricaturescos como son los custodios de la sana doctrina o los del grupo de vendedores de humo y proclamas de redenciones financieras. Tanto los unos como los otros me producen un auténtico cansancio psicológico y, a veces, hasta ciertos escalofríos en el alma.
Para mí ha sido un descubrimiento sensacional ver en acción, a través de toda la Escritura, a un Dios emocionante por todas sus proezas; además de un Dios altamente emocionado con sus amados hijos (Éxodo 15: 1-21; Job 1:8; Números 12: 1-13).
Los nuevos ingenieros sociales nos están hablando de educar a los niños de manera que no pierdan la capacidad de asombro, para no matar en ellos la ilusión, y de desarrollar un sistema de aprendizaje creativo altamente pedagógico en contra de la sobreestimulación a la que los somete la sociedad actual. Por cierto, recomiendo a los padres la interesante lectura del libro Educar en el asombro de Catherine L'Ecuyer que resulta muy instructivo al respecto.
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Mi última consideración, es que necesitamos vibrar con todos nuestros sentidos, más allá de potenciar nuestra inteligencia emocional y poder disfrutar con intensa emotividad y con sinceras expresiones de admiración y auténtica expresividad tanto gestual como sentimental en nuestras celebraciones cultuales de alabanza tanto colectivas como personales; porque si perdemos la emotividad del Espíritu y la capacidad de asombro, estaremos muertos en vida (Lucas 10:21).
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