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Vida después de la muerte… ¿qué dice la Biblia? (1)

A lo largo de la Biblia no existe una sola idea sobre lo que pasa cuando morimos. Esa enseñanza atravesó muchas etapas.

TEOLOGíA POP AUTOR 996/Lucas_Magnin 15 DE ENERO DE 2023 09:00 h

A todos nos encantaría tener certezas sobre la muerte. Sería buenísimo saber lo que experimentaron nuestros familiares y amigos que ya no están con nosotros, adelantarnos a lo que nos espera al final del camino. En todas las religiones y filosofías del mundo aparece la pregunta por el sentido de la vida, la muerte y el más allá. La muerte es la gran incógnita de la existencia humana.



Y sí, la Biblia tiene un montón de cosas para decir sobre esto. En sus páginas encontramos ideas, afirmaciones, consejos y ejemplos que iluminan nuestro camino. Pero la cosa no es tan fácil como parece.



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Capítulo 1: Un poco de contexto histórico



El Antiguo Testamento nos cuenta la historia de un pueblo que vivía en el antiguo cercano oriente: Israel. A diferencia de otros pueblos de su época, como los egipcios o los babilonios, los israelitas no eran ricos ni poderosos. Lo que los hacía especiales no era el prestigio, sino su conciencia de ser un pueblo elegido por Dios. Los israelitas creían que el amor de Dios los había llamado de entre las otras naciones de la tierra para vivir de una forma diferente.



Ese pacto entre Dios e Israel es el origin story de la Biblia, el comienzo de una narrativa que seguimos contando miles de años después. Cada generación de israelitas se sentía parte de esa historia. A la luz de esa fe, intentaban darle sentido al mundo. Lo que leemos en la Biblia es justamente un testimonio de eso: poetas, reyes, intelectuales, profetas e historiadores que escribieron desde la perspectiva de un Dios que ama y busca a su pueblo.



Y acá necesito presentar un concepto muy importante que te va a ayudar a entender no solamente este video, sino toda la Biblia. Es la idea de “revelación progresiva”. En pocas palabras, esto significa que podemos ver, desde Génesis hasta Apocalipsis, que el pueblo de Dios fue entendiendo la revelación divina progresivamente, de una manera cada vez más precisa. No fue todo de un día para el otro. Como dice Pablo: «Antes de que viniera Cristo éramos como niños. Sin embargo, cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo» [Gálatas 4:3,4].



Hoy en día, cuando leemos la Biblia, más o menos sabemos cómo sucede la historia. Pero ellos no tenían esa información; iban entendiendo la guía de Dios sobre la marcha. Por eso, las ideas que encontramos en Éxodo sobre cuestiones como la salvación o la vida en el más allá no son exactamente iguales a la que encontramos en Isaías y mucho menos en el apóstol Pablo.



Por eso, a lo largo de la Biblia no existe una sola idea sobre lo que pasa cuando morimos. Esa enseñanza atravesó muchas etapas. Si no entendemos esa revelación progresiva, caemos en terribles anacronismos. Si agarramos un versículo de los Salmos, de Génesis o de Isaías y lo interpretamos con lentes del Nuevo Testamento, vamos a cambiar totalmente el sentido original.



 



Capítulo 2: La vida y la muerte en el antiguo Israel



El Antiguo Testamento describe un universo dividido en 3 niveles. Arriba de todo está el cielo, que es lo que podemos ver, pero también el lugar donde habita Dios; en el medio está la tierra, donde habitamos los seres vivientes; y debajo de todo está el Seol, la tierra de los muertos.



Los israelitas creían que el Seol era un pozo gigante, protegido por una puerta, donde iban las personas al morir. Era como una prisión de la que no se podía salir. Como dice Job: «los que descienden al Seol ya no volverán. Se han ido de su hogar para siempre y jamás volverán a verlos» [Job 7:9-10]. Se creía que, en el Seol, los muertos no tenían conciencia: era como un sueño eterno. En palabras de Eclesiastés: «Cuando vayas al Seol no habrá trabajo ni proyectos ni conocimiento ni sabiduría» [Eclesiastés 9:10]



El Seol no era el infierno, ni era el cielo. En el antiguo Israel no se creía que los muertos estuvieran esperando un juicio ni que fueran a resucitar. No creían en la vida después de la muerte como creemos los cristianos. Génesis dice que el ser humano fue creado del polvo de la tierra y con un alma dada por el aliento de Dios [Génesis 2:7]; por eso, en el antiguo Israel creían que, al morir, le devolvían el cuerpo a la tierra y el alma a Dios. El cuerpo vuelve al polvo, a la tumba, al Seol, y el alma, que es aliento divino, se devuelve al Creador.



¿En el antiguo Israel no creían en el cielo y el infierno? Acaso, ¿no creían en la salvación de Dios? ¿No creían en un Dios de justicia, que premia a los justos y castiga a los malos? Sí, creían todo eso, pero su concepto de salvación, de bendición y de justicia era bastante diferente del nuestro.



Para ellos, la bendición de Dios sucedía única y exclusivamente en esta tierra. Toda la espiritualidad de Israel se basaba en las bendiciones de la obediencia y las maldiciones de la desobediencia [Deuteronomio 28]. No creían en un más allá porque para ellos, al morir todos iban al Seol. Creían en la bondad, la salvación y la justicia de Dios, pero todo sucedía en esta vida: castigo para los malvados y bendición para los justos.



¿Y qué era para ellos el castigo? Lo peor que podía pasarte era tener una vida breve, llena de frustraciones y sin hijos.



¿Y qué significaba bendición para ellos? Lo mejor que le podía pasar a un israelita piadoso era vivir muchos años, ser feliz, tener prosperidad material y muchos hijos que mantuvieran vivo su recuerdo de generación en generación. Esto es justamente lo que encontramos en la Shema, la oración que repiten los judíos hasta el día de hoy: «Escucha con atención, pueblo de Israel, y asegúrate de obedecer. Entonces todo te saldrá bien, y tendrás muchos hijos en la tierra donde fluyen la leche y la miel, tal como el Señor, Dios de tus antepasados, te lo prometió» [Deuteronomio 6:3].



Así era la fe del antiguo Israel. 100% retributiva. El que obedece recibe como bendición una vida próspera, larga y con muchos hijos; el que desobedece, recibe maldición. Aparentemente tenían todo resuelto. Pero este paradigma empezó a fallar.



 



Capítulo 3: La fe de Israel en crisis



En la teología del antiguo Israel, no había lugar para contradicciones. Te portás bien, te va bien; te portás mal, te va mal. Pero no hace falta mucho esfuerzo para darse cuenta de que esa idea deja mucho afuera; es una visión demasiado simplista. Porque si Dios bendice a los justos con muchos hijos, ¿por qué algunos son estériles? ¿Por qué hay justos que son pobres y no experimentan la abundancia prometida? ¿Por qué hay justos que sufren mientras los injustos prosperan? ¿Por qué hay personas obedientes a Dios que mueren inexplicablemente?



Y para peores, ¿por qué Israel no podía disfrutar de la tierra que Dios les había prometido? ¿Por qué los imperios paganos prosperaban, mientras el pueblo de Israel sufría en sus manos? Si en esta vida pasan todas esas cosas absurdas, ¿será que Dios es injusto? ¿Dios es malvado? ¿Dios ha sido derrotado?



Imaginate la angustia de ser un pueblo totalmente marcado por la fe en un Dios bueno, justo y amoroso, pero rodeados por una realidad injusta y caótica. Es un dilema existencial terrible, y lo encontramos una y otra vez en los libros poéticos del Antiguo Testamento.



Hay muchos ejemplos de esta crisis teológica. Pero pocos tan terribles como Eclesiastés: ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! El libro de Eclesiastés enumera los sinsentidos de la vida y termina afirmando que incluso la prosperidad material, la sabiduría y la descendencia son un absurdo: «Un hombre podría tener cien hijos y llegar a vivir muchos años. Pero si no encuentra satisfacción en la vida y ni siquiera recibe un entierro digno, sería mejor para él haber nacido muerto» [Eclesiastés 6:3]



Pero hay un ejemplo más terrible que Eclesiastés: Job. Según la Biblia, Job era «un hombre intachable, de absoluta integridad, que tenía temor de Dios y se mantenía apartado del mal. Tenía siete hijos y tres hijas. Poseía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes y quinientas burras; también tenía muchos sirvientes» [Job 1:1-3]. En otras palabras: 2 + 2 son 4. Un hombre obediente recibe bendición. Pero de pronto le empieza a salir todo mal: pierde su riqueza, se le mueren los hijos y se enferma. 



Obviamente, los amigos de Job piensan lo que cualquier israelita habría pensado: algo habrá hecho Job, algún pecado oculto o falla moral debía tener. Pero Job insiste en su inocencia, y por eso no encuentra sentido en lo que le estaba pasando: «Mi queja es con Dios, no con la gente. Tengo buenas razones para estar tan impaciente. ¿Por qué prosperan los malvados mientras se vuelven viejos y poderosos? Llegan a ver a sus hijos crecidos y establecidos, y disfrutan de sus nietos. Sus hogares no corren ningún peligro, y Dios no los castiga» [Job 21:4,7-9]



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«Una persona muere próspera, muy cómoda y segura, en excelente forma y llena de vigor. Otra persona muere en amarga pobreza, sin haber saboreado nunca de la buena vida. Sin embargo, a los dos se les entierra en el mismo polvo; los mismos gusanos los comen a ambos» [Job 21:23-26].



Job y Eclesiastés nos muestran la crisis de la teología tradicional de Israel. Parece que llegamos a una encrucijada imposible. Pero acá empieza a manifestarse una idea clave que van a definir el resto de la historia.



De eso voy a hablar la próxima semana…




 

 


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