Lo más sorprendente de la genealogía de Mateo es la inclusión de mujeres, ya que normalmente los judíos sólo mencionaban a los varones.
El evangelista Mateo empieza su libro mostrando la genealogía de Jesucristo y vinculándolo con el rey David y con Abraham.
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Esto era necesario en una cultura en la que constantemente se preguntaba: “¿y tú de quién eres?” Saber quiénes habían sido los antepasados de una persona era fundamental para hacerse una idea de su identidad.
Por tanto, si Mateo pretendía que sus compatriotas hebreos llegaran a creer que Jesús era el Mesías, tenía que empezar indicando que era descendiente de la simiente de Abraham y del linaje de David. Es decir, judío de pura cepa.
Para ello, declara que el Maestro galileo era el cumplimiento de las promesas hechas a Abram, acerca de que Dios haría de él una nación grande que sería de bendición a todas la familias de la tierra (Gn. 12:1-3), y también al rey David, a quien se le dijo que su trono sería eternamente estable (2 S. 7:16).
Dios había prometido hijos a estos dos grandes hombres, tanto a Abram como a David, y es sabido que los hijos eran considerados por los judíos como una gran bendición.
El problema era que algunos de tales descendientes, como Isaac o Salomón, decepcionaron en muchos aspectos a sus padres. Sin embargo, Jesucristo vino para subsanar esta desilusión filial, al cumplir en su persona las promesas del Altísimo.
Por tanto, la bendición que supone la vida de Jesús para toda la humanidad lo confirma como heredero por excelencia del trono de David y como la mayor expresión de la simiente de Abram.
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Cuando se compara la genealogía de Jesús ofrecida por Mateo con la que aporta Lucas, se descubren notables diferencias.
Mateo se centra en la ascendencia real del Maestro, algo que era importante para el pueblo hebreo, mientras que Lucas adopta una perspectiva más universal y empieza con Adán, el padre de toda la humanidad.
Mateo menciona 27 personajes después de David, pero Lucas se refiere a 42. El hecho de omitir individuos con el fin de crear divisiones exactas que coincidieran con determinados números simbólicos era una práctica habitual entre los judíos.
Tampoco el verbo “engendró” o el término “hijo de” hay que entenderlos literalmente pues, en ocasiones, se incluyen varias generaciones entre el padre y el supuesto hijo. Esto era algo común en las descripciones genealógicas hebreas.
Sin embargo, lo más sorprendente de la genealogía de Mateo es la inclusión de mujeres en el linaje de Jesús ya que normalmente los judíos sólo mencionaban a los varones que eran cabeza de familia.
Pero Mateo incluye -además de la virgen María- a cuatro mujeres, que probablemente ningún judío de aquella época hubiera colocado en la ascendencia del Maestro.
Tres de ellas (Tamar, Rahab y la esposa de Urías) no gozaban precisamente de muy buena reputación; mientras que la cuarta, Rut, era una gentil moabita.
Todo judío sabía que la aramea Tamar [1] se disfrazó de prostituta, tuvo relaciones con su suegro y quedó embarazada de él (Gn. 38:13-30); de la misma manera, era del dominio público que Rahab fue una prostituta de la Jericó cananea que ayudó a los espías hebreos (Jos. 2); Betsabé, la mujer del hitita Urías, adulteró con el rey David (2 S. 11:1-12:25) y, finalmente, Rut pertenecía a un pueblo de religión politeísta que, entre otros, adoraban al abominable dios-pez Quemos (1 R. 11:7).
Desde luego, no parecían buenos ejemplos para los judíos. ¿Por qué entonces fueron incluidas por Mateo en la genealogía de Jesucristo? ¿Acaso no deseaba que sus compatriotas creyeran en Jesús como el Mesías prometido?
Si omitió el nombre de otros personajes, de mujeres hebreas ejemplares y de algunos reyes importantes de Israel, ¿por qué no hizo lo mismo con estas mujeres de origen pagano?
Probablemente, si Mateo no hubiera sido inspirado por el Espíritu Santo, no habría escrito semejante genealogía. Un “buen judío” jamás lo hubiera hecho.
Sin embargo, el poder del Altísimo le hizo reflejar fielmente la voluntad de Dios, a pesar de que muchos compatriotas pudieran ofenderse o menospreciar equivocadamente a Jesús.
En realidad, la genealogía mateana subraya la especial sensibilidad divina por los pecadores e indica que la gracia y misericordia de Dios alcanza a todo el mundo, incluso a las rameras o a los paganos.
La misión de Jesús no es exclusivista sino universal y no hay pecado que no pueda ser borrado por la sangre de Cristo. Él nació como hebreo sí, pero para salvar a todas las etnias de la tierra.
Es verdad que la salvación vira desde Israel al mundo pagano y esto significa que el Hijo de Dios se encarnó en la humanidad para salvarla de su pecado.
De ahí, esta genealogía de pecadores cuyo fin no es atribuir a Jesús una ascendencia perfecta, desde el punto de vista religioso, moral o étnico, sino mostrar que realmente Dios se hizo hombre, con todo lo que esto significa.
De manera especial, Mateo está aquí señalando también la actitud de respeto, valoración y participación de la mujer en el ministerio del Maestro y en el reino de Dios.
Más tarde, el apóstol Pablo escribirá: “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá. 3:28).
Si el feminismo de hoy continúa pidiendo para la mujer el reconocimiento de los mismos derechos, deberes y capacidades que el hombre, debemos recordar que Jesús y el cristianismo primitivo hicieron lo mismo hace ya miles de años y en un contexto social muy diferente al nuestro. Cristo no margina a la mujer sino que dignifica a toda criatura humana.
1. Luz, U., 1993, El evangelio según San Mateo, vol. I, Sígueme, p. 130.
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