Aquel cuya llegada se celebra en estos días nació en un sucio pesebre de Belén de Judea acompañado de animales y pastores, sin grandezas, ni gigantismos.
Mt. 25:31-46
¿Cuántas “Navidades” existen? Depende de quién seas y el dinero del que dispongas, claro está. Existe la “Navidad folklórica”, mercantilizada, ruidosa, bajo el signo de la superficialidad, donde todo lo que se hace y se vive tiene la extensión de un mar y la profundidad de un charco. Pero también está la “Navidad emotiva” caracterizada por el sentimentalismo, esa emoción falsa encapsulada como un analgésico de acción limitada, hasta que, de nuevo, la carroza se convierte en calabaza y dejamos de fingir para volver a ser nosotros mismos (“Palabra de Dios”. A. Pronzato). Y, por último, para las economías desahogadas, nos queda la “Navidad esnobista”, ostentosamente inconformista, con viajes y estancias en lugares exóticos. Una Navidad distinguida para compartir con gozosa vanidad ante las amistades.
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Pero, claro, ante una perspectiva navideña semejante, donde el ruido, la emoción y el fasto son los protagonistas, hablar de un pasaje como este parece una invasión inoportuna de espacios y emociones que no corresponde. ¿No corresponde? ¿Seguro que no? Si nuestra Navidad se identifica con alguna de las citadas arriba, claro que no. Ahora bien, si en Navidad despejamos toda la maleza de idioteces, superficialidades y banalidades y comenzamos a pensar, a sentir y a vivir como lo hizo Jesús, quizás nuestra perspectiva de este evento se transforme. Porque aquel cuya llegada se celebra en estos días nació en un sucio pesebre de Belén de Judea acompañado de animales y pastores, sin grandezas, ni gigantismos. Su venida a este mundo aconteció bajo el signo de la pequeñez, la modestia, la sencillez y la humildad. Por eso, el Señor está autorizado a hablar como lo hace. Navidad es un buen momento para seguir recordando que las cosas hay que ponerlas en su sitio siempre y no solo ahora.
“En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Mt. 25:40 ¿Por qué estamos movilizados para defender, trabajar y luchar solo por nuestros intereses? ¿Qué nos diría Jesús si, de pronto, apareciera en este mundo actualizando su mensaje? ¿Cómo leería nuestra realidad? Tal vez nos hablaría así:
“Tuve hambre” y vosotros seguisteis celebrando la Navidad folklórica, emotiva y snobista. ¿Qué habéis aprendido de la verdadera Navidad y su significado último? “Y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados… Emanuel, que traducido es “Dios con nosotros”. Mt. 1:21, 23
“Tuve sed” y vosotros descorchasteis una botella de “Chivas” para seguir celebrando vuestra corrupción en medio de una insultante impunidad. “Corra el juicio como las aguas y la justicia como impetuoso arroyo”, Am. 5:24
“Estuve enfermo” y recortáis el presupuesto de la sanidad pública reduciendo los servicios y precarizando la atención hospitalaria, discriminando a una población vulnerable que acaba pensando que el cuidado de la salud es solo para quien puede pagárselo. “Aprended a hacer el bien, buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”. Is. 1:17
“Fui forastero” y, en vez de recogerme, me expulsasteis de vuestra tierra tratándome como a un indeseable emigrante extranjero. “Amaréis, pues, al extranjero; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto…. Ya no sois extranjeros… sino miembros de la familia de Dios” Dt.10:19; Ef. 2:19.
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Desde arriba, desde el centro y desde lejos, no se ven las mismas cosas que desde abajo, desde cerca y desde dentro. Solo desde el descentramiento se perciben otros modos de procesar la realidad que nos sitúan en el lugar de observación correcto para actuar. Pero este descentramiento no es un puro malabarismo interior, sino otra manera de ser y de estar en el mundo. La elección de situarnos ahí, precisamente, es la que nos permite contemplar la realidad con todo su dramatismo y traspasar el perímetro de nuestras seguridades para sumergirnos en la experiencia de la misericordia compasiva para compartir y aliviar el sufrimiento de los otros. Porque el mensaje de la Navidad nos enseña, como ningún otro mensaje, que Dios y el prójimo han de situarse a la misma distancia de nuestro corazón y, por tanto, de nuestra praxis. Soli Deo Gloria.
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