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La mandíbula de Banyoles y la evolución humana

Una nueva investigación llevada a cabo recientemente acaba de determinar que se trata de un Homo sapiens del Pleistoceno tardío y no de un H. erectus o un neandertal como generalmente se venía creyendo.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 31 DE DICIEMBRE DE 2022 09:00 h
Mandíbula de Banyoles (Imagen emitida en TV3).

En las proximidades de la ciudad catalana de Banyoles, conocida sobre todo por su bello lago natural de agua dulce, un picapedrero llamado Llorenç Roura encontró hace 135 años la huella en roca de dos dientes que parecían humanos.



Estaban dentro de un bloque de travertino que halló en la pedrera donde trabajaba. Inmediatamente informó del hallazgo a Pere Alsius, farmacéutico de la ciudad y amante de la prehistoria, quien acudió al lugar para recoger dicho bloque de roca y llevárselo a su casa con el fin de estudiarlo.



Al intentar limpiar la mandíbula fósil y extraerla del travertino que la envolvía, ésta se partió por la mitad y algunos dientes se salieron de su lugar. Alsius la restauró pero, al parecer, se equivocó en la orientación de dos dientes premolares izquierdos, que estuvieron mal colocados hasta el año 1956, fecha en que fueron recolocados en su sitio por el profesor de antropología de la Universidad de Barcelona, Santiago Alcobé. Después de estos dos estudiosos, varios investigadores más tuvieron acceso a la mandíbula y al analizarla detenidamente dieron también su opinión al respecto.



El primero en estudiarla, el ya mencionado farmacéutico de Banyoles, Pere Alsius, escribió un trabajo en 1907 que en su momento no se llegó a publicar, titulado “El Magdalenense en la provincia de Gerona” [1], en el que manifestó la conclusión de que la mandíbula debió pertenecer a un individuo intermedio entre los neandertales y los humanos actuales, que vivió en el Paleolítico superior.



Ocho años después, dos paleontólogos más, el alemán Hugo Obermaier y el español Eduardo Hernández-Pacheco publicaron otro artículo titulado: “La mandíbula neanderthaloide de Banyoles” [2] en el que afirmaban que la mandíbula perteneció a un neandertal tardío de unos 40 años que vivió en el período mosteriano, al final del Paleolítico inferior.



En 1972, el matrimonio francés formado por Marie-Antoinette y Henry de Lumley, ambos antropólogos y profesores de la Universidad de Marsella, fueron los siguientes en estudiar el fósil y publicaron un artículo: “La mandíbula de Banyoles” [3] en el que se decía que dicha mandíbula perteneció a una mujer de unos 50 años de edad que era anterior a los neandertales y por tanto del Paleolítico medio.



Estas discrepancias en la determinación de la antigüedad e identidad de la mandíbula ponen de manifiesto las dificultades existentes en esta disciplina. La paleoantropología (ciencia que estudia los fósiles humanos) no es ni mucho menos una ciencia exacta ya que se basa en múltiples métodos indirectos de datación así como en interpretaciones personales, algunas claramente subjetivas.



Además de estas primeras conclusiones mencionadas, acerca de si perteneció a una especie intermedia entre neandertales y humanos actuales o a otra anterior a los neandertales, posteriores investigadores llegaron a proponer incluso que la mandíbula pertenecía a la especie fósil Homo erectus del Pleistoceno medio [4].



Por último, una nueva investigación llevada a cabo recientemente por un equipo de la Universidad de Binghamton y del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York con participación española, acaba de determinar que se trata de un Homo sapiens del Pleistoceno tardío y no de un H. erectus o un neandertal como generalmente se venía creyendo [5].



No obstante, en la conclusión de este último trabajo los autores admiten que “si bien la clasificación taxonómica precisa es incierta, Banyoles claramente no representa a un neandertal” y le conceden una antigüedad al fósil comprendida entre 45 000 y 66 000 años, que curiosamente coincide con la época en la que los neandertales vivían en Europa.



Por tanto, los medios de comunicación han difundido que la mandíbula representa al hombre europeo más antiguo. Como suele suceder en tantas otras ocasiones, se ha dicho que este hallazgo va a ser un punto de inflexión importante, que supondrá reescribir la historia de la evolución humana y de la arqueología pues, si Banyoles representa el cruce entre H. sapiens y neandertales, será la evidencia más antigua de la presencia del Homo sapiens en Europa. Además, muchos de los grabados y pinturas rupestres de las cuevas de España, atribuidos al hombre de Neanderthal, quizás pudieran ser en realidad del H. sapiens.





[photo_footer]Perspectiva del lago de Banyoles (Girona), situado próximo al lugar donde se descubrió la famosa mandíbula (Foto: Antonio Cruz).[/photo_footer] 


¿Qué se puede decir a todo esto desde el punto de vista del Diseño inteligente? Lo más inmediato es pensar que si ambos grupos (neandertales y sapiens) se cruzaron y tuvieron descendencia fértil -tal como se cree actualmente- es porque quizás los dos pertenecían a la misma especie humana. De hecho, algunos autores evolucionistas siguen clasificando al neandertal como Homo sapiens neanderthalensis. Es decir, como una raza humana y no como otra especie distinta. Si esto es así, la mandíbula de Banyoles habría pertenecido entonces a un verdadero ser humano y no a un eslabón entre los simios y los hombres.



Son muchos los fósiles de simios y de humanos que se han venido descubriendo desde los días de Darwin. Incluso se inventó la palabra “homínido” para referirse no sólo a los humanos sino también a los chimpancés, bonobos, gorilas, orangutanes y a los simios extintos que andaban sobre dos pies en posición erguida y supuestamente fueron antepasados del hombre. Sin embargo, a pesar de los numerosos fósiles encontrados, no existe ninguna imagen coherente de la evolución humana. Si dicha imagen dependiera del descubrimiento de nuevos fósiles, cabría esperar que a medida que se hallaran más huesos petrificados de tales homínidos, la evolución del ser humano se fuera aclarando cada vez más. No obstante, curiosamente está ocurriendo todo lo contrario.



Las diversas interpretaciones que se les da a los fósiles encontrados superan con creces lo que se puede deducir de su estudio científico estricto. Si la evolución del ser humano a partir del simio fuera cierta -tal como afirma el neodarwinismo- tuvo que haber millones de homínidos intermedios entre ambos. La realidad, sin embargo, es que dicha cadena no existe y, por lo tanto, se ha tenido que rellenar con dibujos imaginativos, esculturas de museo, películas de animación y suposiciones indemostrables.



El marco general de la narrativa evolucionista es la gran historia materialista del siglo XIX que empieza suponiendo que la vida surgió por casualidad a partir de sustancias químicas inorgánicas y que progresivamente fue diversificándose hasta culminar en la evolución de los humanos, mediante procesos ciegos y exclusivamente naturales. No obstante, este materialismo es una asunción previa no demostrable.



Durante los últimos veinte años, se han venido publicando diversos trabajos que describen otros tantos fósiles y que apresuradamente, tanto sus autores como los medios de comunicación, los proponen como importantes ancestros humanos para tener que retractarse poco tiempo después. Por ejemplo, en el año 2009, un equipo de paleontólogos publicó un artículo en el que se describía un fósil de primate hallado en Alemania, al que se le puso el nombre científico de Darwinius masillae, en honor de Darwin [6]. Vulgarmente se le denominó “Ida” porque así se llamaba la hija de uno de los descubridores. Ida fue anunciada como un “eslabón perdido” entre los humanos y otros mamíferos. Apareció también en medios de divulgación como la conocida revista National Geographic [7], el diario británico The Guardian [8] y otros e incluso se hizo un documental televisivo de dos horas en el que se presentaba como la octava maravilla del mundo porque era lo más parecido que se tenía a un antepasado nuestro. Sin embargo, unos meses más tarde, cuando otros científicos estudiaron más atentamente el fósil en cuestión, se publicaron artículos en Nature en los que se decía que Ida estaba relacionada con los lémures y no con los humanos.[9, 10]



Se podrá argumentar que así es como funciona la ciencia, mediante ensayo y error, pero lo cierto es que en paleoantropología las asunciones evolucionistas previas lo condicionan absolutamente todo y, además, cada investigador está emotivamente ligado a la importancia o trascendencia del fósil estudiado por él mismo o por su equipo ya que forma parte de su currículo o promoción personal. De ahí la frecuencia con que se suelen dar las exageraciones y obcecaciones, que después deben corregirse o desdecirse. Esto se aprecia sobre todo en el ansia por encontrar al hipotético fósil del que supuestamente derivaría el ser humano y los actuales simios, el famoso eslabón que sigue todavía perdido.



En esta misma línea, en 1994 se describió un fósil simiesco hallado en Etiopía que se incluyó en el género de los australopitecos (Australopithecus ramidus) [11]. Estaba en tan malas condiciones que incluso su descubridor, Tim White, dijo que parecía como si lo hubieran “atropellado”. Quince años más tarde, se rectificó y se clasificó dentro de un nuevo género, Ardipithecus ramidus (vulgarmente se conoce como “Ardi”) [12] y se dijo que era más antiguo que la popular Lucy (Australopithecus afarensis), considerada hasta entonces como nuestro verdadero antepasado. White afirmó que Ardi era bípedo, es decir que caminaba sobre sus dos extremidades inferiores. Sin embargo, esto suponía un grave inconveniente pues hasta entonces se pensaba que los fósiles anteriores a Lucy debían ser como los chimpancés actuales y desplazarse apoyándose también sobre las manos. El problema era el bipedismo de Ardi que indicaba que los antepasados de humanos y simios no eran como los actuales chimpancés. Esto venía a desmontar toda la leyenda creada acerca de que los orígenes de la bipedación se habrían producido por un cambio desde un ambiente forestal a otro de sabana.



De nuevo, en el 2010, otro grupo de paleontólogos, el Dr. Lee Berger y sus colegas, anunciaron en la revista Science el hallazgo de otro fósil que supuestamente podría ser el mejor candidato a ancestro inmediato de la humanidad ya que era más reciente y más parecido a los seres humanos que la propia Lucy. Lo llamaron Australopithecus sediba y fue presentado como la especie ancestral tanto tiempo buscada que habría dado lugar al género Homo [13]. No obstante, pronto aparecieron los inconvenientes ya que otros paleontólogos discrepantes argumentaron que este fósil no podía ser el antecesor directo de Homo ya que existen fósiles aún más parecidos a los humanos que son todavía más antiguos que el A. sediba.[14, 15]



Un último ejemplo: en el 2015 se realizó otro hallazgo fósil al que se le puso el nombre de Homo naledi y que estaba constituido por al menos quince individuos encontrados en una cueva de Sudáfrica [16]. Estos huesos, de edad desconocida, mostraban unas características muy extrañas ya que tenían las manos y el cráneo como los chimpancés actuales pero los pies eran parecidos a los de los humanos. Sus descubridores -un equipo formado por 47 investigadores- asumieron que todos los esqueletos fósiles hallados pertenecían a la misma especie. Sin embargo, otros paleoantropólogos pensaban que el material era demasiado variado como para pertenecer a una misma especie [17]. Es más, algunos investigadores empezaron a manifestar que ya era hora de desechar la icónica lista de los nombres científicos de los homínidos, en que habían quedado atrapados todos los fósiles encontrados hasta ahora, y comenzar de nuevo desde el principio a formular nuevas hipótesis y a repensar los géneros y las especies [18]. Es decir, se demandaba una revisión completa de la disciplina.



Todo esto indica que con cada descubrimiento fósil, en vez de aclararse la supuesta evolución humana, la cosa se complica todavía más. Es verdad que existen fósiles de animales extintos que presentan características morfológicas propias de simios y también de seres humanos, pero no hay una historia coherente que los conecte entre sí. Por supuesto, que debe haber alguna explicación lógica. Aunque es posible que ésta no sea la que propone el evolucionismo materialista. Quizás no se consiga conectar a los simios con los humanos porque nunca estuvieron realmente conectados.



¿Qué decir entonces de los evidentes parecidos morfológicos y genéticos? Parecido no tiene por qué implicar necesariamente filiación evolutiva. Hoy sabemos que compartir el 99%, o lo que sea, de los genes no significa lo que generalmente suele creerse. La reciente disciplina de la epigenética ha demostrado que existe una herencia no relacionada directamente con el ADN que viene a desafiar el antiguo concepto de que los genes nos determinan por completo. Por tanto, tener muchos genes en común ya no significa obligatoriamente proceder de un antepasado común.



 



Notas





1. ALSIUS i TORRENT, P., 1839-1915, El Magdalenense en la provincia de Gerona , Banyoles, Universitat de Barcelona, Documenta Universitaria, 2015.





2. HERNÁNDEZ-PACHECO E. & OBERMAIER H., 1915, La mandíbula neandertaloide de Bañolas, Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, memoria 6, Madrid, 43 pp.





3. LUMLEY Marie-Antoinette de, 1972, La mandíbula de Bañolas, Diputación Provincial de Barcelona, Instituto de Prehistoria y Arqueología, Monografías, XXXVII, Barcelona.





4. ROTH H., SIMON Ch., 1991, Situation de l'homme de Banyoles: Anténéandertalien ou Néandertalien? Une évaluation métrique de l'arcade dentaire, La mandíbula de Banyoles en el context dels fòssils humans del pleistocè, Centre d'Investigacions Arqueològiques, 13, Girona, p. 165-178.





5. KEELING, B., QUAM, A. R., MARTÍNEZ, I., ARSUAGA, J. L. y MAROTO, J., 2022, Reassessment of the human mandible from Banyoles (Girona, Spain), Journal of Human Evolution, Vol. 174, https://doi.org/10.1016/j.jhevol.2022.103291





6. Franzen, J. L., Gingerich, P. D., Habersetzer, J., Hurum, J. H., Koenigswald, W & Holly Smith, B., 2009, Complete primate skeleton from the Middle Eocene of Messel in Germany: Morphology and paleobiology, PLoS One 4: e5723. Doi:10.1371/journal.pone.0005723. PMID:19492084.





7. https://education.nationalgeographic.org/resource/who-was-ida







9. Dalton, R., 2009, Fossil primate challenges Ida’s place, Nature 461: 1040.





10. Seiffert, E. R., Perry, J. M. G., Simons, E. L. & Boyer, D. M. 2009, Convergent evolution of anthropoid-like adaptations in Eocene adapiform primates, Nature 461: 1118-1121.





11. White, T. D., Suwa, G. & Asfaw, B.,1994, Australopithecus ramidus, a new species of early hominid from Aramis, Ethiopia, Nature 371:306-312.





12. White, T. D., Asfaw, B., Beyene, Y., Haile-Selassie, Y., Lovejoy, C. O., Suwa, G. & WoldeGabriel, G., 2009, Ardipithecus ramidus and the paleobiology of early hominids, Science 326: 64-86.





13. Berger, L. R., de Ruiter, D. J., Churchill, S. E., Schmid, P., Carlson, K. J., Dirks, P. H. G. M. & Kibii, J. M., 2010, Australopithecus sediba: A new species of homo-like Australopith from South Africa, Science 328: 195-204.





14. Balter, M. 2010, Candidate human ancestor from South Africa sparks praise and debate, Science 328, 154-155.





15. Berger, L. R., 2013, Introduction: The mosaic nature of Australopithecus sediba, Science 340:163-165.





16. Berger, L. R. et al., 2015, Homo naledi, a new species of the genus Homo from the Dinaledi Chamber, South Africa, eLife 4: e09560.





17. Callaway, E., 2015, Crowdsourcing digs up an early human species, Nature, 525:297-298.





18. Schwartz, J. H. & Tattersall, I., 2015, Defining the genus Homo, Science, 349:931-932.





 


 

 


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